El primer miércoles. Hágase la luz, y el primer amanecer, con esa sinfonía de ecos, poco a poco vence a la oscuridad, que se va desvaneciendo con la promesa de otras noches, de otros sueños; ese instante único de silencio, paréntesis de una densa noche que se comienza a desgarrar con los rayos de un sol tímido, pero que promete horas de luz.
El primer saludo, la primera interacción; incluso el adormilado buenos días que nos confirma la complicidad en ese asalto del banco de recuerdos que es la vida. Una cola que parece metrónomo que nos persigue como una sombra musical.
El primer café, y el cerebro al que le costaba arrancar comienza ya a cascabelear: la liberación del pensamiento, las ideas soltando amarras: mariposas de la imaginación que inundan cuartos y estancias.
Las primeras noticias, tan huérfanas de rigor como los dedos que las redactaron; debutar y confirmar, aliviado, que los diarios no hablan de ti. Loros pioneros que surcan el cielo con sus gritos sin aparente causa, alaridos que compiten con la velocidad del sonido y alborotan a los perros y les recuerdan a los gatos que ya es momento de despertar a los desvelados: tristes, voraces maullidos que se cuelan por las rendijas.
La pérdida de la virginidad de respirar, despertarse, comer, leer, escribir, dormir y soñar. La entrega de la virginidad, en sí. Maravillarse por unos versos, enamorarse como adolescente, perder el sentido común y recuperarlo, y volverlo a perder y recuperarlo de nuevo.
Sentir el mareo de la primera copa de vino, escuchar por primera vez el martilleo del rock; estremecerse con una caricia, con un te amo. Aureliano frente al batallón que lo va a fusilar, recordando cuando su padre lo llevó a conocer el hielo; el jaguar tirando cuatro en los dados, Juan García Madero conociendo a Arturo Belano y a Ulises Lima. Aprender a hablar y olvidarse al instante del sentido de las palabras. Conocer cómo el hambre araña las tripas, y darse cuenta, horas después, que no sólo la falta de comida carcome las entrañas: también el miedo, la ausencia, la incertidumbre… Ponerle nombre a las cosas, con el asombro de Darwin en Galápagos; tropezarte con fósiles y configurar a Alexa; millones de años presos en el inicio de una rutina que se reinicia en días como estos, salvándonos.
Girasoles abriendo sus pétalos, como brazos que se desperezan, para darle la bienvenida al sol y a sus rayos, que son su alimento. El cenit, y ver cómo tu sombra desaparece, se aventura sin el lastre de tu cuerpo para luego recapacitar y regresar de la mano con el ocaso; el implacable paso del tiempo, la tiranía del orologio: el grillete del reloj de pulsera. La encarnizada lucha de los kaues por una rama, cuajando los árboles de frutos negros y emplumados.
La primera despedida, un adiós lleno de incertidumbre, que se dice con hormigas en la boca. El velo de la primera noche, y con ella la añoranza del fuego que ilumina la oscuridad, que reconforta y arropa; el sueño que soñamos vivas el vientre de nuestra madre. El primer día con una cruz en el calendario. Feliz inicio: Que todos los días de este año los vivas con el asombro del primero y con la experiencia de los últimos.
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Edición: Estefanía Cardeña
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