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Posdata a los reyes

La experiencia me invito a no limitarme a géneros a la hora de pedirles
Foto: Fernando Eloy

Para los amigos distantes a estas tierras del Mayab, chentutuz, quiere decir de "mentiritas" y jetz mek es una ceremonia maya donde los padrinos le regalan a los ahijados herramientas con las que enfrentarán la vida. 

Sé que los Reyes Magos ya llegaron y se fueron, pero también, que siempre estamos a tiempo para enviarles una posdata a través de la infinidad de formas de envío que ahora existen, así que, si algún de ustedes se quedó con algún deseo, manden el pedido en un santiamén. Ya saben, las ganas atoradas siempre pasan la factura.

 

Posdata 

Queridos Reyes magos: 

Sí, ya sé que no fueron reyes, ni magos, ni siquiera tres. Pero tampoco yo soy una niña vestida de rana, así que sigamos jugando al chentutuz, que le da a nuestra vida diaria la urgente cucharada de fantasía que nos aligera tantito el morral de la neurosis

Recuerdos me llegan del primer jetz mek que vi: ceremonia maya ancestral que aún se practica en Yucatán. En ella, mientras caminan en círculos, los padrinos les van dando a los ahijados, según el género, utensilios útiles para la vida, como una aguja o un machete, para ir a la milpa, incluso una tablet.

Mi amiga Candi May Novelo, incansable promotora de la lectura y de la cultura maya, le dio a su ahijado el Popol Vuh y un libro con los derechos de los pueblos mayas para fortalecer su identidad. Al ver sus regalos, pensé que también tendría que haberle añadido una muñeca, pues, independientemente de si decide o no ser papá, el varón necesita aprender a dejar fluir su ternura en beneficio propio y ajeno.

Así pues, estimables Reyes, la experiencia me invito a no limitarme a géneros a la hora de pedirles lo siguiente:

Solicito un martillo para romper todos los candados y rejas que nos amarran, atan. Ya sea exteriores, como el miedo al qué dirán, o interiores, terror al ridículo, entre otros.

Tijeras, para cortar el egoísmo de creernos el centro del mundo, que todo lo merecemos; que el mundo debe girar a nuestro alrededor. Estas tijeras deben estar muy afiladas para cortar también, desde la raíz: la intolerancia. Toca aprender a reconocer que somos diferentes y que las diferencias nos enriquecen.

Cinta métrica, para medir las consecuencias y hacernos responsable de ellas. No podemos decir “se cayó el vaso”. Toca aprender a responder: ¡Se me cayó a mí! Medir la fuerza de nuestras palabras. Tomar conciencia de que con ellas podemos encumbrar o destruir.

Una calabaza llena de agua nos recordará lo que es vital, lo esencial de lo superfluo, lo importante de lo inmediato, lo valioso de lo caro; lo que es auténtico entre tanta marcada, cual ganado vacuno, de marcas comerciales. Nos invitará a buscar gente con pozo profundo para intercambiar nuestras aguas frescas, distintas, estimulantes, únicas y evitar las pequeñas charcas de agua estancada de tantas quejas y reclamos; de tanto juicio a las vidas ajenas.

Una luna que mantenga la curiosidad alerta, que nos ayude a seguir las pistas que nos llevarán, como en un rally, a la siguiente etapa.

Una vela para mantener encendida la esperanza, a pesar de tanto viento de tristeza, apatía, desinterés que sopla en derredor. Esperanza que se construye cada día en la creencia de que aún somos capaces de recuperar nuestra esencia humana.

Un espejo para mirarnos como realmente somos y cómo podríamos llegar a ser si logramos despojarnos de tanta prisa, tantas necesidades aprendidas, superficialidad, enojo, frustración, tanto tanto que nos roba la vida.

Una ventana para descubrir que el mundo es mucho más amplio que el perímetro de nuestra casa, familia, ciudad, conocimiento, formación, gustos, tradiciones, cultura; forma de ver la vida. Que el universo es contenedor de universos sin fin y todos ellos pueden estar en el corazón de una persona.

Una puerta para mantenerla siempre abierta. Nunca se sabe cuándo una palabra, un gesto, un hecho, un libro, una persona… nos pueden cambiar la vida.

Gracias, queridos, aunque no sean reyes, ni magos, ni siquiera tres, de parte de una que ni es niña ni tampoco rana, pero que, así como ustedes, deambula por la vida en busca de una estrella que un día nos guiñó el ojo y después de eso las cosas nunca volvieron a ser igual.

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Lea, de la misma autora: Que me echen al toro de 2023


Edición: Estefanía Cardeña


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