Alcanzar el equilibrio entre la demanda de vivienda en Mérida y la capacidad de las instituciones para garantizar los servicios básicos es un ejercicio que exige una visión amplia, que vaya más allá del negocio de los desarrolladores inmobiliarios y de las ambiciones personales de quienes detentan un cargo público y concentran la mirada en el próximo periodo electoral.
Mérida está creciendo rápidamente gracias a la propaganda que la destaca como la ciudad más segura de México. En la última década, se ha vuelto punto de atracción de migrantes tanto nacionales como extranjeros. No es de extrañar que la capacidad de los industriales de crear vivienda nueva se vea rebasada por el número de personas que llega cada día a la urbe. Una de las soluciones que ahora propone la Cámara Nacional de la Industria de Desarrollo y Promoción de Vivienda (Canadevi) es la de aprovechar las zonas habitacionales con altos índices de deshabitación o baja densidad.
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Sugerir que se requiere de programas municipales para redensificar colonias simplemente porque en éstas hay números alarmantes, como que un tercio de las viviendas se encuentren en abandono, es válido pero también es dejar de reconocer que el problema es mucho más complejo y su solución no puede ser únicamente liberar permisos para construir edificios de departamentos.
Mérida ya ha pasado por varios episodios de pérdida de patrimonio edificado en nombre del desarrollo y los negocios, o de intereses políticos. Siempre hay quien reclame la apertura del Pasaje de la Revolución, que implicó la demolición de las capillas de San José y del Rosario, de la Catedral de San Ildefonso; esto en cuanto a arquitectura sacra, pero la historia regional también da cuenta de la demolición de hermosas viviendas que fueron derribadas en pro del llamado progreso, aunque sólo lograron arrebatarle a la ciudad edificios por demás bellos. Ahí está la casa de don Sixto García, en la cual se alojó el presidente Porfirio Diaz en 1906 y que hoy es un horripilante estacionamiento, y decenas de casonas que alguna vez adornaron los costados del Paseo Montejo.
Por eso, referir a una colonia como la García Ginerés (originalmente denominada San Cosme) como una zona donde es posible incentivar la densificación por sus altos índices de vivienda deshabitada, porque los predios cuentan con terrenos grandes para poder edificar hacia arriba, es una propuesta sobre la cual se requiere mucha más información porque involucra a autoridades de diferentes dependencias y niveles de gobierno; no solamente al ayuntamiento.
La colonia San Cosme fue concebida a principios del siglo pasado como un espacio para el establecimiento de casas quinta; es decir, que los predios tendrían un amplio terreno que pudiera dedicarse al cultivo de hortalizas o incluso a ejercer la pequeña avicultura o tener algunas piezas de ganado menor. Entre los años 1930 -1950, migrantes chinos cultivaban y vendían una gran variedad de hortalizas en ese rumbo. Este tipo de producción ya no se ve en la colonia, pero hasta la fecha es una de las zonas de Mérida con mayor cobertura vegetal, y al recorrer sus calles se observa que jardines y patios están aprovechados con grandes árboles frutales; por este motivo la colonia es atractiva también para varias parvadas de loros que la distinguen.
Ahora, también es cierto que las construcciones son también muy amplias, pero de mampostería, algo que las hace sumamente costosas de mantener, aparte de que este tipo de edificación absorbe la humedad del ambiente. Habitar una de estas bellas casonas tampoco es una empresa fácil. Cabe mencionar también que las cuevas abundan en esa misma zona, lo que también supondría un riesgo para construir torres de departamentos.
Por último, la García Ginerés es zona de monumentos históricos y artísticos, por lo que el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura tiene participación en la autorización de obras en ella; no es solamente una facultad del ayuntamiento permitir la demolición de casonas para levantar edificios.
Resulta necesario entonces una discusión amplia, en la que intervengan académicos, especialistas en desarrollo urbano, arquitectura y medio ambiente, así como vecinos, autoridades, empresarios y el público en general, porque ante la presión de garantizar la calidad de vida a los yucatecos de varias generaciones y a quienes llegan con intención de establecerse permanentemente, debemos llegar a un acuerdo entre la Mérida que queremos y la que es posible desarrollar para tener una convivencia sana entre todos. Es lo menos que podríamos hacer.
Edición: Estefanía Cardeña
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