Hace muchos años, el colegio Margarita Maza de Juárez, estaba a punto de cumplir 15 años y Carmelita Echeverría quería festejarlo con un himno. Le respondí que no me gustaban las palabras tan formales que se utilizaban en los himnos conocidos, mismas que por falta de uso terminan por decir nada. Tanto insistió que acepté con el único requisito de hacerla con los alumnos. Así pues, recorrí los salones invitando a los chiquitos a componer el himno conmigo; necesitaba que ellos dijeran lo que sentían por la Margarita.
Las respuestas fueron múltiples: “He crecido junto con los árboles”. “Me gusta mi escuela, porque saben quién soy”. “Me siento importante”. “La directora y los maestros se preocupan porque sea mejor”.
Y así, con un titipuchal de hojas llenas de amor y orgullo, comencé a jugar con las palabras y bordar sentimientos; a imaginarlos cantándola con mucha emoción, con una música que se pudiera marchar.
Salió: “Me gusta mi escuela, me gusta escuela, tal vez no sea grande, pero es la mejor, hemos ido creciendo poquito a poquito, mi escuela los árboles y yo. Aprendí a sumar amigos y recuerdos […] soy importante, saben quién soy y se preocupan, porque sea mejor…”.
Las miradas llenas de orgullo y amor por su escuela, cantadas a todo pulmón, están guardadas en la gaveta de mis recuerdos favoritos. Años después, ya ex alumnos, me siguen recordando que juntos hicimos el himno.
En el hoy, intento de nuevo hacer magia y con las amorosas palabras de los alumnos de la secundaria Cuauhtémoc, de Pustunich, Ticul, hilo lo que será el himno con motivo de los 40 años de la escuela.
Cuando les pregunté a los jóvenes qué sentía al escuchar “Secundaria Cuauhtémoc” surgieron infinidad de palabras que hicieron sonrojar a los maestros. Me parece estos desconocían el aprecio que sus alumnos tienen a su trabajo. Nunca les he visto sonrisas como las de aquel día. Una de las respuestas que me hizo reír, fue cuando le pregunte a un joven qué sentía y me respondió que: “lechera con fresas”. Aunque, al final, el sorprendido fue él, cuando en lugar de algún reproche esperado, escuchó: “Qué dulce eres, a mí también me encanta tu escuela”. Comparto el proceso:
“La escuela Cuauhtémoc / mi segundo hogar, /donde los maestros fortalecen mis alas/ y los amigos, me hacen soñar, / que juntos construiremos, / una mejor comunidad”.
Mi niña curiosa se pregunta. ¿Qué es un himno? La Real Academia de la Lengua Española nos da cuatro respuestas: las dos primeras tienen que ver con los dioses, los héroes y los santos y la tercera y cuarta son las siguientes:
“Composición poética o musical cuyo objeto es exaltar a una persona, celebrar una victoria u otro suceso memorable o expresar júbilo o entusiasmo”. “Composición musical emblemática de una colectividad, que la identifica y que une entre sí a quienes la interpretan”.
Me emociona cantar nuestro himno nacional, sin embargo, no logro memorizar su letra, no me dice nada. ¿Cómo me puede emocionar algo que no tiene que ver conmigo? Me pregunto si los maestros saben responderles a los niños sus preguntas. Si contáramos cuántas palabras entendemos de algo que escribió el poeta Francisco González Bocanegra en 1853 y que el músico español Jaime Nunó musicalizó el siguiente año, ¿Cuál sería el resultado?
De las 10 estrofas iniciales, en 1943, el presidente Manuel Ávila Camacho dejó únicamente el estribillo y cuatro estrofas y emitió un decreto, que seguro era conveniente para el país en ese momento, en el que regulaba el canto y la ejecución del Himno Nacional prohibiendo alterar, corregir o modificar tanto la letra como la música.
Estoy segura de que un himno que hable de nosotros como gente trabajadora, multiétnica y cultural, dispuesta a transformar nuestro país en un lugar más equitativo y justo, más humano e inclusivo, donde todos tengamos cabida y nos apoyemos unos a otros para cuidar al Planeta, integraría mejor, zurciría la esperanza y nos invitaría además de cantar con entusiasmo, a aterrizar la letra en nuestras vidas.
Y es que el extraño enemigo, no necesariamente llega con cañones, quizá ya está aquí desde hace muchísimos años, desconectándonos la de pensar.
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