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La espera ha llegado a su fin / III y último

Desfiles, carrozas, regimientos militares e invitados especiales: elementos que adornaron la coronación de Carlos III
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

Si alguien conoce de cobertura Real mediática es la BBC. Este corpus público, la British Broadcasting Corporation echa la carne al asador cuando de asuntos reales se trata. Las exequias y el funeral de la Reina Isabel II fueron cubiertos por noches y días enteros, los locutores de riguroso luto. En cualquier parador de autopista, restaurante o pub, el viajero, comensal o mero turista pudo contemplar por la televisión cada segundo. Todos los detalles explicados con minucia y los protocolos que se sucederían con cronometro en mano.

 

 

Foto: Rodrigo Díaz Guzman

 

 

La Coronación de Carlos III cumplió, por nota, una corografía de color puesta a prueba muchas veces en el pasado inmediato. Al concluir la ceremonia la BBC reportó con prontitud el arresto matutino de quienes se aprestaban a protestar. Esta enérgica medida (con cincuenta arrestos) inaugura nuevas leyes que impiden cualquier manifestación política, a menos que sea autorizada. Y como precedente basta este botón. El cabecilla fue rodeado cuando estaba listo para repartir carteles y propaganda, y antes de empezar ya estaba declarando en las oficinas de Scotland Yard. Este cura en salud le sirve a la BBC para abonar la imagen de un gobierno tolerante que en nada se parece a los regímenes rusos y chinos que denosta noche y día de manera incontestable. 

 

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Sin embargo, algo quedó minimizado en estos días de fiesta. Ayer el Partido Conservador sufrió una derrota significativa en elecciones locales. Este termómetro electoral es el que dará mucho de qué hablar en las semanas venideras. Pero hoy la tradición de la monarquía británica debía continuar de manera puntual para recordarle al Mundo su flema imperturbable.

El desfile procesal de regimientos militares, carrozas reales, invitados especiales y la Corte de ayudantes y clérigos, estuvo muy lejos del público, del pueblo, como manda el canon aristocrático. Un firme cordón policial y militar contuvo a los mirones a raya, antes y después de la ceremonia. El saludo posterior a las masas desde el balcón del Palacio de Buckingham es otra cosa: un regalo que se le hace al populacho ferviente y adorador de sus excesos. 

 

 

Foto: Rodrigo Díaz Guzman

 

 

Por disposición del nuevo Monarca los invitados no vistieron sus galas de lujo para dar a la ceremonia una imagen de sencillez. En la memoria quedaron los balcones abarrotados de la nobleza británica haciendo gala de titulo y joyas en la Coronación de Elizabeth II en 1953. En aquella existía la imperiosa necesidad de reconstruir una Inglaterra devastada por la guerra, de la mano de una joven recién casada, inexperta pero firme. Esa tarea tenía el nombre de la esperanza, muy distinta al de esta transición final comandada por un hombre viejo, cansado tal vez de esperar por mucho tiempo un tiempo al que los años hicieron presa de una zozobra existencial.

 

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Desde su llegada a la Abadía de Westmister,  y la entronización que sabía de memoria,  Carlos III se mostró nervioso, como si quisiera que todo acabara pronto. A su lado, la nueva Reina Consorte, Camila, dejaba pasar el tiempo, sabedora de que ya nada cambiaria. Carlos, por su parte, no parecía seguro de ello, como temiendo que algo inusitado sucediera y todo pudiera derrumbarse de pronto. En su impaciencia el Rey parecía pedir prisa a gritos a los clérigos. Esa espera, su espera le había hecho ver el momento de ceñirse finalmente la Corona y ver su persona aliviada del peso de todos esos años. Su heredero, el Príncipe Guillermo, sereno y aplomado, le dio un beso en la mejilla al momento de jurarle lealtad. Y en ese instante familiar, ya con la Corona puesta, se relajó y comenzó a disfrutar del resto de la ceremonia. Finalmente era Rey para sí mismo, y para los suyos: Rey de Inglaterra Carlos III, Charles Philip Arthur George Mountbatten-Windsor.

Cuando salió al aire fresco, concluida la ceremonia, Carlos sonreía, pero en sus ojos, desde la toma cerrada de la TV, pude ver en él un semblante sosegado, una mirada diferente que me recordó a la de su madre. Atrás quedaron la educada y profesional condescendencia, la amabilidad aprendida cientos de veces, la obediencia irrestricta de los protocolos (siempre un paso atrás de la Reina), los viajes en representación de la Corona como enviado, su principado como un año escolar eterno, su sino atado siempre a la espera, su solitaria espera. 

Hoy, Carlos ya es otro, triunfante en una encrucijada en la que apostó vencer al tiempo y ganó. Los años restantes serán tal vez no los de la espera del Príncipe Guillermo, su heredero, pero aquellos donde la continuidad de la Casa de Windsor será cuestionada, por el bien de todos los británicos.

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Lea, del mismo autor:

-La espera ha llegado a su fin / I

-La espera ha llegado a su fin / II


Edición: Fernando Sierra


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