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La espera ha llegado a su fin / I

La Coronación de Carlos III será el sábado, 6 de mayo, en la Abadía de Westminster
Foto: Ap

La primavera británica comenzó hace un par de días, después de un largo y lluvioso invierno. El follaje renovado de los árboles acompasa el aire tibio, dando a los británicos el remanso de sus jardines y la cerveza fría que corre alegremente de mano en mano mientras los niños juegan al sol. Por un momento nada más importa, ni siquiera una inflación desbocada, ni las muy extendidas huelgas del sector público y el desorden rampante del gobierno. Cualquier pretexto es bueno para relajarse y aprovechar el día de asueto feriado que traerá consigo la Coronación de Carlos III el próximo sábado, 6 de mayo, en la Abadía de Westminster en Londres.

En este calidoscopio dickensiano, isleño al fin, hay de todo: independentistas escoceses; galeses orgullosos de su identidad; irlandeses europeos y los norteños siempre en su duda existencial; ingleses celosos de la manicura perfecta de su jardín y nada más. Con excepción de los irlandeses europeos, cada uno de ellos puede aceptar, en un parpadeo (casi reflejo de identidad) el ser llamado británicos, como un vestigio de la religión heredada de sus padres Protestantes.

 

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La forja diaria del reinado de Elizabeth II marcó la vida de dos generaciones de británicos, un ejemplo de dedicación desde la figura de cartón piedra en que devino el monarca británico cuando el verdugo medieval decapitó con su hacha la cabeza de Carlos I en 1649. Así, el nuevo rey seguirá cumpliendo este papel decorativo que atrae turistas de todo el orbe, dejando apetecibles negocios a una maquinaria bien aceitada. Él, el mayor terrateniente del país, campeón de la agricultura sustentable, a quien le fue negado el amor verdadero y se vengó rechazando a Lady Diana después de engendrarle por encargo dos hijos, es el hombre al cual el día de la espera ha llegado a su fin, a los 74 años.

La Coronación desplegará a las fuerzas del orden, llegadas de todo el país, en un ejercicio que pondrá de plácemes a muchos ladrones que aprovecharan la ocasión en un día de fiesta, no como el duelo hondo y compartido por la muerte de la reina. Y todo esto con el dinero de los contribuyentes: el boato, la regalía de muchos, y la seguridad. La mayoría de los británicos no dudan en objetar tajantemente este gasto que, en medio de una profunda crisis económica, proviene directamente de sus bolsillos. Pero los británicos, en su muy peculiar manera de aceptar las circunstancias difíciles murmuran ‘get on with it’, tómalo como venga, diríamos en México. Así, los gastos y sus quejas, y aun la soterrada realidad que abona la incertidumbre de una transición que muchos admiten puede ser corta debido a la edad del nuevo rey, no prometen cambios. La continuidad del más vale malo por conocido que bueno por conocer permea la conversación de quienes se admiten súbditos, sean de quien sean.

Seremos testigos presenciales de una tradición que poco le dice a la gente joven del reino, de su riguroso protocolo, del ungimiento casi divino de un nuevo rey (con aceites bendecidos en Jerusalén) que tiene fama de caprichoso e irritable, a pesar de su entrenamiento por casi cinco décadas por su madre.

Carlos tiene un destino consigo mismo, pero su entronización, con el peso de la tradición más tiene de anécdota que de histórica en estos tiempos de la Inteligencia Artificial. Los ritos nos revelarán a nosotros los comunes los ecos curiosos de tiempos antiguos, pero que al carecer de autoridad regia no tendrán más valor que la piedra escocesa donde se asiente su trono cuando el Parlamento le cierre en las narices la puerta de entrada, como marca la también puntual tradición oligarca. Los turistas venideros serán la verdadera moneda de cambio.

Jeremy Paxman, un connotado periodista inglés dijo que si la sociedad inglesa desapareciera de la faz de la tierra ésta podría reconstruirse a partir de las reglas del Cricket. Tal vez no estaba tan equivocado, pues la monarquía inglesa, no tiene ya la impronta que se llevó consigo Elizabeth II cuando descendió a su tumba en la cripta Real de Windsor.

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Edición: Estefanía Cardeña


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