Observar, en mi lengua natal significa desprender aroma y que se vaya flotando en el viento.
Hoy vengo a contarles algo que tengo que contar, aunque no se si me recuerdes, por lo que me volveré a presentar. Hace una vida, un ser al que llamaremos escribano narró mi historia, toda en tiempo presente, donde mis ancianas raíces llevan muchas generaciones enterradas, reverdeciendo.
Aunque soy pequeña, la mano de los barbados me ha propagado por todo el mar interior, entre lo que ustedes llaman Europa y lo que llaman África, y cuando vuelvo a escapar de las macetas me gusta arraigarme frente a la mar. Desde ahí, en el borde del gran cuenco, empieza esta historia.
Cuando mi aroma se desprende sobre las olas puedo mirar todo el cuenco, por encima y por debajo, y así conocer muchísimos seres que no arraigan raíces, sino que flotan, navegan, nadan y vuelan bajo los mares. Hace relativamente poco en la vida de ellos, empecé a observar unos pedruscos oscuros, se asoman a respirar fuera del cuenco y luego se vuelven a sumergir. Para ellos soy virtualmente invisible, pequeñitas algas que no se pueden pegar en sus espiráculos o que no encuentran sobre su piel.
Cuando el viento sopla fuerte mis hojas vuelan, y es así como tuvimos nuestro primer encuentro, al contacto reconocimos una existencia vital tan diferente que deseamos aprender de la otra, yo quería saber qué era el mar, ella qué era el tiempo. El pedrusco me dijo que se llamaba Gladis, que era la madre de todas las que venían con ella y se asomaban de cuando en cuando, yo le dije que todas mis hermanas e hijas teníamos el mismo nombre, Romero, pues nuestros nombres secretos sólo nos los decíamos entre nosotras.
Gladis me llevó al mar, mi aroma se perdía tan rápidamente que tuve que hacer muchos viajes y hoja a hoja me iba deshaciendo en el océano, así reconocí un mundo intocable para mis raíces, pero rico de múltiples maneras. Gladis me contó que había un ser delicioso, y que honrar la tradición que unía a sus especies desde la primera generación significaba hacer una danza hasta el cansancio, ellas, el grupo de Gladis perseguía bancos de peces que, al final de la danza, terminaban alimentándolas. La vida en el cuenco, para las abuelas de Gladis había sido siempre la misma, jugar, honrar, convivir con otros seres y observar la costa tratando de reconocerse en la mirada de los otros, como lo hizo conmigo. Me dijo que me observó mucho tiempo porque las últimas tres generaciones habían recelado de los seres de la superficie: habían empezado a ver montañas que flotaban sobre el agua y que devoraban peces que no eran capaces de comer, ni con sus magníficos cuerpos enormes. Gladis intentó hablar con las montañas, también danzó, cantó y gritó, pero las montañas nunca regresaron el llamado, parecían de otro mundo porque ningún ser ha sido tan sordo a los llamados de otro en toda la historia de la familia de Gladis, es decir, la historia del mundo.
Ella me llevó a la danza, ahí cantó, pero no honró, el banco de peces danzarines también danzó, pero no se entregó. Concertaron y cuando estaban llegando a un acuerdo de su devenir, las garras de la montaña descendieron y se llevaron a la mitad del banco, la otra mitad terminó la concertación con una solicitud, necesitaban apoyo de la familia de Gladis, y de sus primas lejanas, para reducir la población de montañas porque estaban mermando el equilibrio. En ese instante el canto cesó, Gladis embistió la montaña y fracturó su aleta, se escucharon gritos de sorpresa sobre la montaña, pero no con la intención de conversar sino para ahuyentar a las orcas que dejaron la montaña en la zozobra.
A partir de ese día Gladis empezó a enseñarle a su familia, y cada vez a más primas, que debían atacar las aletas de las montañas para poder seguir honrando la danza ancestral que alimenta su existencia. Otras especies miraron y se sorprendieron, las fuerzas inconmensurables de las montañas dudaban ante el embate de los pedruscos, esta lucha es por la vida de todas las especies del cuenco, dijo Gladis, viva la orcanización popular se convirtió en su clamor de batalla.
Por eso Gladis empezó a asomarse a la costa con insistencia, debería haber otros seres que no sean montañas, con quienes se pudiera dialogar y que hicieran correr la voz de auxilio. Ante el encuentro Romero decidió nuevamente llamarle al escribano, hay más historias de resistencia que narrar en este mundo, hay que echar raíces profundas para abatir montañas y con eso por fin, arraigarnos nuevamente a la vida.
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@RuloZetaka
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