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Tim Cook y los egonautas

La carrera por la realidad aumentada promete acrecentar la crisis de alienación actual
Foto: Reuters

Más que gafas, parecen un visor, de esos que se utilizan para ver debajo del agua. Y tal vez esa sea su principal función: sumergirnos en otro elemento, ajeno, más silencioso, más lento; un elemento líquido. 

El anuncio, esta semana, de la venta de un dispositivo de realidad aumentada es un nuevo paso en una carrera surreal a la soledad; estamos empeñados en cortar todo lazo con nuestro entorno, de silenciar nuestros pensamientos. 

Ver el mundo de otra forma, en la que todo lo que nos rodea pasa a segundo plano, como una aplicación aburrida y sin sentido. Para qué platicar con alguien si se puede ver el último episodio de Black Mirror, ya superado por la realidad. 

Para qué leer una novela de Lobo Antunes y perderse en los laberintos de sus tristes portugueses si se le puede ordenar a una inteligencia artificial que resuma el argumento. Para qué bucear para hallar el grial si el algoritmo ya decidió por nosotros y dice que no es necesario. 

Las grandes preguntas de nuestras vidas, esas que nos hacemos en el duermevela y sobreviven al insomnio, serán remplazadas por las ofertas de la Hot Sale de Amazon: Realmente necesito esas bocinas; no puedo vivir sin ellas

Se asegura que estos aparatos de realidad aumentada harán nuestra vida más sencilla y entretenida, pero lo que se oculta es que lo hará a costa de nuestra humanidad. Ya no navegaremos el mundo con los otros: seremos los egonautas de nuestro cascarón. 

La irrupción del teléfono celular derivó, en muchos casos, en la alienación del usuario: un grillete en forma de pantalla en la que se libra una batalla constante por nuestra atención: el frente del clickbait. En los últimos años, nuestra libertad ha languidecido. 

La evolución del juego de la serpiente a las redes sociales fue vertiginosa, exponencial. Los mexicanos pasamos más de 89 horas a la semana online, lo que equivale a casi cuatro días, según una encuesta realizada por la empresa de ciberseguridad NordVPN. Esto suma 193 días al año, o casi 40 años durante una vida. 

Pasamos más tiempo en el mundo virtual que platicando con nuestros amigos, haciendo ejercicio, leyendo, visitando lugares que nos gustan… Hace tiempo que dejamos de tener los pies en la tierra; hace tiempo que estamos en la nube

Los nuevos dispositivos, como el Apple Vision Pro, aumentarán esa condena. En unos años, el tiempo que pasaremos desconectados será el mínimo, un suspiro, una singularidad. No podremos vivir sin el oxígeno del internet, sin el fentanilo de las redes. Los nuevos ermitaños se pasearán por calles desiertas, totalmente desconectados. 

Y, desde los cristales empañados de nuestras gafas carísimas, los veremos como locos. Es posible que nos asalte cierta envidia —al fin y al cabo, el espíritu permanece—, pero una ola de notificaciones la espantará; no habrá tiempo para sentimientos. 

“Este es un día que he estado esperando durante años”, afirmó Tim Cook, consejero delegado de Apple, al revelar su nuevo producto, que “combina elementos de la realidad virtual y la realidad aumentada para crear una experiencia inmersiva en la que objetos virtuales interactivos se superponen y se integran en el entorno real”.

En efecto, durante años muchos han esperado ese día: los entusiastas de la tecnología, capaces de empeñar un riñón para pagar los setenta mil pesos que valdrá el Apple Vision Pro, pero también los desencantados, apocalípticos que durante años buscan en los titulares noticias sobre el fin del mundo. 

Tal vez reflexiones similares respecto al fuego deprimieron a coetáneos de Prometeo, que veían con melancolía cómo su pasado ardía en ese novísimo monstruo atrapado en la hoguera. Pero tal vez sí hemos llegado demasiado lejos.

Al fin y al cabo, las mejores historias surgieron en la imaginación que se cocinó en torno a fogatas, donde recalaban, al final del día, los sueños de los hombres y las mujeres de la tribu. En los lentes de realidad aumentada lo único que veremos será nuestro reflejo: nuestro iris como profundo pozo. 

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Lea, del mismo autor: Fe de erratas de un obituario

 

Edición: Fernando Sierra


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