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Progreso, un puerto seguro para ser feliz

Recuerdo mi niñez en un entorno de paz donde podíamos jugar libremente por las calles
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

En recorridos y charlas con la gente de Progreso he escuchado un tema recurrente que es el que más les preocupa, y a mí también: la inseguridad. Muchos me comentan cómo Progreso, si bien se ha transformado significativamente para atraer más turismo y residentes, esto sólo ha beneficiado a un sector muy exclusivo de la población, pero las consecuencias negativas que surgen como efecto del crecimiento acelerado de cualquier ciudad o municipio, impactan a todos.

¿A qué se debe que el problema que más nos preocupa hoy en día a los progreseños sea la inseguridad? No siempre fue así. Recuerdo mi niñez y adolescencia en un entorno seguro y de paz donde podíamos jugar libremente por las calles, visitar amigos y trasladarnos con facilidad y confianza a la playa, asistir a eventos religiosos, escolares o culturales que se realizaban en la plaza principal donde convivíamos cordialmente los progreseños, fueron épocas donde todas las familias se conocían y respetaban. Recuerdo también la confianza de nuestros padres para dejarnos asistir a los bailes que se organizaban en el extinto Casino de Progreso, y luego se trasladaron a otros lugares, e incluso podíamos acudir con nuestras familias o amigos sin desconfianza a eventos y actividades de las comisarías o municipios aledaños, y no podemos olvidar cómo eran los carnavales donde la misma gente del puerto participaba en los desfiles y era nuestro carnaval. No pretendo tampoco decir que lo de antes fue mejor, es sólo una añoranza que tenemos muchos de los progreseños que crecimos aquí y hemos visto como todo eso ha ido desapareciendo. Es cierto que todo tiene que evolucionar y transformarse con el paso del tiempo, pero cuando esos cambios son radicales y perturban nuestras costumbres, nuestra libertad y sobre todo la percepción de seguridad que tenemos, es cuando tenemos que analizar por qué ocurren y, sobre todo, cómo podemos frenar su impacto negativo que se traduce en sentir miedo o inseguridad cuando antes no la sentíamos.

A esa “sensación que tiene la población de ser víctima de algún hecho delictivo o evento que pueda atentar contra su seguridad, integridad física o moral, vulnere sus derechos y la conlleve peligro, daño o riesgo” se le conoce como percepción de la inseguridad y se basa en lo que vemos y escuchamos en los medios de comunicación y las redes sociales, pero también en las pláticas con nuestra familia, amigos y vecinos. Precisamente en las reuniones vecinales, las familias manifiestan que Progreso está dejando de ser un lugar seguro, la violencia y la delincuencia han aumentado, los percances viales están a la orden del día, el transporte y los espacios públicos ya no son seguros, se han incrementado los robos, asesinatos, suicidios, así como el alcoholismo y las drogas que muchas veces provocan riñas callejeras o pleitos en los eventos públicos a los que antes solíamos acudir en familia y, paradójicamente, la confianza de la población en la policía ha disminuido, por las malas prácticas y la corrupción que prevalece en esta corporación y en quienes la dirigen. 

Varios estudios realizados por expertos en materia de seguridad concluyen que la percepción de la inseguridad es un problema público que vulnera la calidad de vida de la población porque las personas dejan de realizar actividades cotidianas como salir a hacer ejercicio, caminar, platicar en las puertas de sus casas, una costumbre muy yucateca, y también limitan su asistencia a actividades de esparcimiento social, es decir, la gente deja de sentir la libertad y tranquilidad que antes sentían. 

En México, para analizar la percepción de inseguridad el Inegi lleva a cabo la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE), la cual arroja por estado datos interesantes. En el caso de Yucatán, en la última ENVIPE realizada en 2021, la gente menciona que los lugares donde más se sienten inseguros son el cajero automático situado en la vía pública, seguido del banco, el transporte público, la calle y la carretera. Y también mencionan algunas de las actividades cotidianas que han dejado de realizar, o hacen en menor medida, por temor y miedo, por ejemplo, usar joyas, permitir que sus hijos menores de edad salgan a jugar, salir de noche y llevar dinero en efectivo. 

No obstante que el miedo no es fácilmente cuantificable, es inevitable percibir que la inseguridad que se vive en Progreso ha ocasionado que el temor esté presente en nuestra vida cotidiana, y es una triste realidad. Sin embargo, estar conscientes de esa realidad nos permite diseñar estrategias que puedan implementarse para atacar el problema y trabajar arduamente para regresarles a los habitantes de Progreso la seguridad y paz que se tenía antaño.

Como funcionario público, hace unos años, en el gobierno del estado me tocó atestiguar uno de los hechos más violentos que han acontecido en Yucatán, y desde dentro pude percibir y ser testigo de las decisiones y las estrategias que se llevaron a cabo en ese entonces para lograr que nuestro estado sea el más seguro del país. Por ello, me consta que desde la autoridad municipal es necesario tomar decisiones que contribuyan a mejorar el funcionamiento de nuestra policía, es urgente que la contratación del personal policiaco se haga cumpliendo absolutamente todos los protocolos de confiabilidad establecidos; y, sobre todo, es necesario involucrar a nuestra gente para que nos ayude a identificar los puntos rojos y erradicarlos, es necesario que recuperemos la confianza de la población y la podamos usar para lograr que la felicidad llegue a buen puerto, teniendo un Progreso seguro para sus habitantes.

Facebook Felix Luna Gómez

 

Lea, del mismo autor: La valentía de escuchar

 

Edición: Estefanía Cardeña


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