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Después de algunas semanas de un éxito que agotó las entradas de las salas, conseguí ver Oppenheimer. Y me gustó mucho. Ya desde Interestelar (2014) y Tenet (2020) el director británico-estadunidense logra equilibrar su claro interés por la física (relatividad general, inversión del tiempo y ahora la física nuclear), una dosis de espectáculo y estética visual, tensión argumental y buena música. 

Sin embargo, ahora abrió una nueva vía, crucial e interesante: el relato histórico más relevante y conocido atado a las consecuencias éticas y políticas del desarrollo científico. Esta nueva fórmula consigue un equilibrió aceptablemente crítico entre ciencia, historia, ética y política, acompañada de su gran gusto estético y su dosis de intensidad visual y sonora. El filme ofrece una introducción a los inicios del físico judío en la mecánica cuántica, su curiosidad intelectual y su papel como uno de los fundadores de la escuela de dicha teoría en Estados Unidos, en la segunda generación de teóricos cuánticos. Al mismo tiempo elabora un mayormente fiel y equilibrado relato de uno de los episodios históricos más trágicos del siglo XX, en su complejidad individual y colectiva, mostrando sus tensiones y consecuencias éticas y políticas. El filme es intenso y la narrativa saturada de información (quizá algunos personajes y guiños son solo reconocibles para quienes conocen previamente a los personajes y la historia de la física cuántica), pero no llega en ningún momento a aburrir. Incluso las imágenes y el sonido llegan a ser una metáfora de lo terrible del episodio. 

No obstante, la escena en la que Niels Bohr visita el proyecto Manhattan y les confiesa que Heisenberg le compartió sus adelantos en la construcción de la bomba me parece implausible. Si bien es cierto que Bohr y Heisenberg, se encontraron en 1942 con Copenhague ocupado por los nazis y se ha especulado mucho sobre esa charla (que al parecer ha sido recientemente traducida), parece improbable que Heisenberg le contase a su mentor qué adelantos tenía el proyecto alemán. Si bien este episodio ha suscitado material literario y cinematográfico, también despertó la posibilidad histórica de que Heisenberg hubiese bloqueado intencionalmente el proyecto nuclear alemán. Posibilidad que la película no explora y que sugiere reflexiones sobre un tratamiento histórico de los personajes científicos que podría resultar éticamente paradójico: los héroes son los que construyeron el arma nuclear. Tengo la impresión de que si la construcción se plantea como un imperativo en el filme (¿que resulta ideológico?), al menos queda en evidencia que el lanzamiento se torna innecesario ante la derrota nazi.  

Nolan logra mostrar el dilema moral del físico neoyorquino, en medio de una situación tan crítica, y la dimensión política que prescinde de la ética de los científicos y tiene sus propios objetivos (de guerra e imperialismo). Así, por un lado, se muestra un personaje comprometido con ideas de justicia (su cercanía con el comunismo y con el activismo de izquierda), pero que conforme la construcción de la bomba avanza va perdiendo o confundiendo sus prioridades éticas. Tanto que se termina autodefiniendo como el “destructor de mundos”. Por otro lado, el filme consigue evidenciar una dimensión política que va más allá del personaje, en la cual las decisiones de Estado respecto de la ciencia trascienden las convicciones de la comunidad científica. La tensión entre estas dos dimensiones queda clara cuando se define el destino de la bomba ignorando las convicciones de dicha comunidad, que en un inicio resultan indispensables para el proyecto Manhattan. 

Esta tensión es un elemento de reflexión central para pensar las políticas públicas científicas contemporáneas ya que es una constante presente, no solo en la construcción y pruebas de armas por parte de los Estados más poderosos y letales, sino en la existencia de reactores nucleares para producir energía con terribles posibles consecuencias y poco control sobre desastres (ahí esta Chernóbil y mucho más recientemente Fukushima, en los que no han tenido mucha idea de qué hacer).

Más aún, todas las consecuencias éticas y políticas que se han desplegado en las últimas décadas debido al desarrollo de procedimientos y artefactos científicos, en ingeniería genética, medicina o inteligencia artificial, por poner algunos ejemplos, deben ser pensados desde esta tensión. La posición de Oppenheimer muestra que los científicos no se pueden considerar a sí mismos como meros buscadores de conocimiento y verdad, porque sus hallazgos están inmersos en una política pública de la ciencia que será usada de alguna forma. Y de qué tipo de ciencia queremos construir depende de si este uso es para curar a todos o para matar a muchos.

*Profesora del Departamento de filosofía de la Universidad de Guadalajara 

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Lea, de la misma autora: ¿Cómo se ''observa directamente'' una onda gravitacional?


Edición: Fernando Sierra


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