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—¿Tú crees en el poliamor?

Las dos caras del diván
Foto: Fernando Eloy

—¿Tú crees en el poliamor?
—Ya sé. No me vas a contestar —me reclama María—. De todas formas, dime: ¿tú crees en el poliamor?
—¿El poliamor es algo en lo que se cree?
—Ummm… no lo sé. Es algo que se siente.
—O que se decide —propongo.
—¡Mta…! —María es bastante expresiva—. A ver. Antes de que me haga más bolas, dime: ¿crees en el poliamor?

Toda creencia mía resulta fútil cuando se trata de entender la pregunta de ella. ¿Qué es el poliamor? ¿Se cree, se siente, se decide? ¿Todas las anteriores? Octavio Paz desecharía su existencia: para el poeta mexicano el amor es exclusivo. Si le preguntamos a Brigitte Vasallo, escritora española y estudiosa del tema, lo aceptaría con matices: para ella el poliamor actual es una réplica multiplicada de los amores monógamos, producto fallido de un sistema que se ha ido construyendo durante al menos 800 años.

—Le propuse a mi esposo: seamos poliamorosos. Casi le da un infarto. Primero me dijo que sí. Luego que no. Después me preguntó por qué.
—¿Qué le respondiste?
—No pude decirle la verdad: estoy enamorada de otro. Pero no quiero dejar a mi esposo.

El amor es exclusivo, afirma Paz. La monogamia es un sistema al servicio del capitalismo, propone Vasallo. Estoy enamorada de alguien que no es mi esposo, confiesa María. “¿Tú crees en el poliamor?”, me vuelve a preguntar.

Habría que diferenciar, aventuro, entre el poliamor como afecto y el poliamor como una institución amorosa, al estilo de lo que Darío Sztajnszrajber describe en El amor es imposible. En una de las ocho tesis que conforman el libro, el filósofo argentino afirma que el amor es imposible debido a los condicionamientos institucionales que lo rigen. Institucionalizado, el amor no puede tener lugar: se agota, se extingue. El amor necesita libertad: cuando es reclamado dura lo que dura el reclamo. Su presencia solo admite una demanda silenciada, una exigencia que renuncia a sí misma. Pedir ser amado es querer ser amado sin pedirlo.

—No sé si insistirle, convencerlo. Me siento deshonesta. En cierto modo, injusta. Yo podría tolerar que él esté con otras por una razón simple: lo amé, más ya no lo amo.

¿En dónde está el poliamor de María? ¿Acaso su pregunta inicial no ha encontrado ya la respuesta? Sigo aventurando: el poliamor como afecto —no como práctica— es naturalmente humano. ¿De qué otro modo nos explicaríamos que una persona se enamore a los 15, a los 20, a los 39? Mas el amor no basta, dice Sztajnszrajber. Si bastara no existirían sus instituciones. Stefan Zweig, el popular escritor vienés de inicios del siglo XX, tiene una novela que ejemplifica la confrontación entre el amor y lo instituido: Ardiente secreto. Un barón sin nombre seduce a Matilde, mujer casada. Ante la ausencia del esposo, el barón decide acceder a ella fingiendo amistad con Edgar, el hijo de 12 años de Matilde. En la breve novela el amor no pide permiso. Seductor él, seducida ella, caminan en la noche deseando que el otro dé el primer paso. Edgar los vigila escondido tras los árboles. Celoso, el niño huye a casa, en donde es reprendido por su padre. Cuando éste le pregunta a Edgar el motivo de su huida, Matilde mira suplicante a su hijo, rogando por su silencio. El niño inventa una excusa. Matilde está salvada. En palabras de Zweig, el niño reconoció en las lágrimas de su madre “una renuncia a la aventura, una despedida de todos los deseos propios [...] le daba las gracias por haberla librado de una aventura estéril”.

—Con este nuevo hombre he tenido todos los orgasmos que imaginé —hace una pausa. Sus ojos, una ventana a su alma revelada—. Ya me quemé, ¿verdad? Lo admito: tengo miedo. Me dice que me ama… ¿y si solo me ama por el sexo?

El poliamor de María no es poli: la remite a uno. La institución capitalista, diría Vasallo, la devuelve al otro. El moralino Zweig nos los confirma: Matilde es víctima de su época. No puede acceder a su deseo amoroso; está atravesada por la cultura, los celos edípicos, por el miedo al marido. Lo sentencia Sztajnszrajber: el amor es imposible.

María, no obstante, ha cumplido su deseo amoroso. La libertad del siglo XXI le permite prescindir de mi creencia, contradecir al filósofo argentino, romper una institución y consumar su sentimiento. El miedo es el que ahora la acecha. ¿Cómo confirmará el amor del otro? ¿Qué le dará certeza? Amar es tender al otro sin alcanzarlo. Ahí reside su ambigüedad. Y su existencia.

*Escritor, sicoanalista y siquiatra de adultos y niños


Lea, del mismo autor: —Creo que tengo Daddy issues


Edición: Estefanía Cardeña


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