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Foto: Juan Manuel Valdivia

En el calendario cívico, los aniversarios de desastres naturales tienen una relevancia particular. A diferencia de las tragedias provocadas por la acción o inacción humana, los recuerdos son menos un reclamo y más una llamada de atención, a estar preparados en caso de que sea necesario proteger a los seres queridos si se repitiera la emergencia. El 19 de septiembre, con el registro de dos sismos en la Ciudad de México, es posiblemente el mejor ejemplo de cómo se puede transformar el recuerdo en una acción preventiva.

Por supuesto que todavía hasta hoy existen justos reclamos por la ignorancia e inacción de las autoridades de 1985. Muchas vidas se perdieron para dar pie a mejoras regulatorias en materia de construcción. También hay llamados a ajustar cuentas con quienes permitieron irregularidades en las obras del Colegio Rébsamen, caído en 2017, y que seguramente saldrán durante las campañas, pero la ciudadanía en general ha optado por estar mejor preparada que en prestar oídos a las venganzas políticas montadas en tragedias.

El humor también funciona como catalizador, y al mismo tiempo constituye un exhorto para mantenerse alerta porque un movimiento telúrico proporciona muy poco tiempo para ponerse a salvo. Hoy, sin pecar de optimismo, los habitantes de la capital del país se encuentran mejor preparados para enfrentar un temblor también porque desde mediados de agosto circulan memes recordando el advenimiento de “la temporada” sísmica. Hablar de una jornada nacional de protección civil adquiere sentido cuando se evita la pérdida de vidas.

En la península de Yucatán, aunque no es una zona exenta de sismos, los simulacros que se realizan con motivo de la jornada nacional de protección civil son más focalizados, y es correcto. En los centros de trabajo es positivo que cualquiera sepa manejar un extintor, por ejemplo, pero mejor aún que lo aprendido en un simulacro y como parte de las medidas de seguridad institucionales pueda llevarse a casa. 

Sin embargo, la mayor amenaza para los tres estados siguen siendo los huracanes. Y cada entidad podría reclamar fechas para hacer un llamado a la población para estar al pendiente de la actividad oceánica. Yucatán podría conmemorar el 14 de septiembre de 1988 y el 22 de septiembre de 2002, por el paso de Gilberto e Isidoro, respectivamente; Quintana Roo tendría el día 27 del referido mes, de 1955, y el 21 de octubre de 2005; por los meteoros Janet y Wilma. Campeche, por su parte, se ha llevado varios golpes por ciclones más débiles pero con gran cantidad de agua; basta recordar Opal y Roxana, ambos de octubre de 1995.

Los huracanes permiten varios días para prepararse y darles seguimiento. Para algunas familias es posible organizarse y reunirse en el domicilio más sólido. Y si bien se han tenido avances considerables desde Gilberto, del cuya llegada se supo el mismo día, y hoy se cuenta con alertas y recordatorios constantes por la radio, incluso en maya, inglés y francés, todavía hay aspectos en la preparación que requieren de atención y que no le corresponden a las autoridades, sino a cada hogar.

La poda de árboles no significa un daño al medio ambiente, menos cuando lo que se pretende es evitar la caída de ramas y que éstas se enreden con los cables de electricidad. La eliminación de cacharros es también una medida que, dado el índice actual de una enfermedad como el dengue, tiene todavía una respuesta insuficiente. Eso sí, en cada campaña el municipio debe intervenir por la cantidad de basura acumulada en las esquinas. Lo lógico sería que la cantidad recolectada disminuyese año con año, pero tal parece que los peninsulares utilizamos los patios como una zona para acumular basura.

Será grave si dejamos de atender los llamados de las autoridades a la preparación para un posible huracán, pero también es necesario que como sociedad tengamos en cuenta que la protección civil no se limita a potenciales desastres, sino a la prevención de riesgos en cualquier ámbito. Con pequeños cambios podemos evitar una catástrofe familiar, desde un accidente en la cocina hasta una enfermedad, y estos ajustes hablan de la existencia de una ciudadanía real que hace de sus hábitos individuales una cuestión de bienestar para todos, en lugar de permanecer indiferente.

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Edición: Estefanía Cardeña


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