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Mosquitos, factores y conexiones

Gobernanza y sociedad
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

Abrahan Collí Tun y Julián Dzul Nah

“Más que dengue, parece derriengue”, compartió adolorido Ricardo Can. “No me puedo levantar ni por agua”, dijo. Suspendió labores, se hizo los conteos de plaquetas de rigor, reposó y se apoyó de su familia. No todas las personas que contrajeron dengue, sin embargo, han accedido a estos monitoreos, sea por recursos económicos o por no haber planteles médicos gratuitos en sus cercanías. Y parece que va al alza.

Según el Panorama epidemiológico del dengue 2023, hasta el pasado 27 de septiembre se habían sumado 23,241 casos confirmados en el país. Yucatán, Veracruz y Quintana Roo encabezan la tabla con 5 mil 780, 4 mil 625 y 3 mil 76 casos, respectivamente. Las dos entidades peninsulares tienen las más altas cifras de personas con dengue grave o con señales de alarma. Hasta la fecha señalada, en Yucatán se han contabilizado 3,220 personas cuyo padecimiento ha incluido alguna de tales características, es decir, un 55.71 por ciento. En Quintana Roo, el porcentaje asciende al 48.44 por ciento de personas que han contraído la infección vírica.

“Me regañó la patrona”, contó Miguel. Dijo que la dueña de la vivienda donde era mozo —una casona restaurada— le reprendió por dar paso a servidores en campaña de abatizaje. Ella temía que le sustrajeran sus pertenencias; él temía que la pequeña alberca y el canal de nado en el frondoso patio, por muy elegante que fuera, alojasen larvas de mosquitos.

Las voces que en la región hablan del dengue acusan diferentes causas. Cuando se dice que su control “es responsabilidad de todos”, no está claro si estas responsabilidades se trazan a escalas equiparables. Hay quienes apuntan que es deber del vecino —el de junto, de enfrente o del patio colindante— limpiar sus espacios y liberarlos de cacharros, que luego se apiñan en las esquinas de ciertos barrios de la capital. Para otros, la cuestión subyace en infraestructuras urbanas que facilitan estancamientos de agua: calles desniveladas que propician charcos, baches, pozos pluviales obstruidos, recolección de deshechos y campañas de “descacharrización” deficientes, así como gestiones desatendidas de espacios deshabitados que acaban como basureros “clandestinos”.

Se acusa también a fallos en programas de abatización y fumigación, y la poca pertinencia cultural de algunos. Por ejemplo, en algunos pueblos mayas hay meliponicultores que han trasladado sus colmenas hasta el fondo de sus patios, pues los químicos de fumigaciones han acabado con ellas en reiteradas ocasiones.

Una de las causas más escuchadas es —como en aquel 2020— la carente infraestructura de salud pública, con todo lo que significa. Tras la pandemia por Covid-19, parece que aún no es prioridad descentralizar servicios médicos. En municipios fuera de Mérida, las autoridades siguen confiando en las unidades de traslado a hospitales capitalinos ante emergencias. Otras variables aluden —como ha circulado en rotativos regionales— a trabajos de infraestructura inmobiliaria y de movilidad a gran escala, pues llevan a aparejadas la alteración de los hábitats. Son trabajos que “sacuden el monte” y que posibilitan a ciertos vectores salir de espacios agrestes a poblaciones humanas.

En esta caja donde flotan variables y vuelan mosquitos, cabe pensar en las enfermedades vectoriales como eventos multicausales que suman transformaciones ambientales, políticas sanitarias centralizadas y de escasa cobertura, e infraestructura pública y privada deficiente. De este bufé factorial los moscos hacen festín.

Cabe recordar la reflexión que Timothy Mitchell hizo ante una problemática causada por otro mosquito a orillas del Nilo, no del género Ædes, sino Anopheles. Según este politólogo e historiador, si bien es complejo establecer la interacción de todas las fuerzas que contribuyen a un fenómeno, como una enfermedad vectorial de gran afectación, es necesario invocarlos y no obviarlos en los procesos que ameritan intervención.

No somos los primeros en señalar que esta y otras enfermedades pueden contrarrestarse mejorando las condiciones sociales y de intervención médica, así como del cuidado de los hábitats. En esto tendrá que pensarse en los paquetes de fumigación que se incentivan, ya que afectan a otros artrópodos, algunos de ellos, que fungen como enemigos de los mosquitos transmisores del dengue.

Hoy atestiguamos importantes cambios en la infraestructura de la región, pero también descuidos y fallos en sus procesos. Las conexiones son muchas y suman aún más elementos: desde ámbitos hidráulicos, las condiciones de vida en un paisaje kárstico, las soluciones químicas a problemáticas sanitarias, disímiles políticas ambientales y de salud. Urge buscar y encontrar estas conexiones, reconocerlas, y hallar formas transversales para enfrentar estas situaciones. Por medio de los moscos vemos estas interconexiones que deberían considerarse tanto en los procesos investigativos como en la generación de políticas de cuidado.

 

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Lea, de la misma columna: Monitoreo participativo del agua: los esfuerzos de grupos de trabajo colaborativos

 

Edición: Estefanía Cardeña


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