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El fruto de la locura

García Márquez sabía que su estirpe estaba condenada a la desmemoria
Foto: Efe

Se le fueron olvidando las cosas, como a los personajes de su novela. Esa peste del insomnio que asoló a Macondo, y que le fue robando los recuerdos, uno a uno, a sus habitantes, sólo fue el anuncio de ese terremoto de pérdida que sacudió su cerebro; la ficción fue sólo el preámbulo. 

En la entrada del camino de la ciénaga se había puesto un anuncio que decía Macondo y otro más grande en la calle central que decía Dios existe. En todas las casas habían escritas claves para memorizar los objetas y los sentimientos

Él ya sabía que tarde o temprano ese día llegaría; su estirpe estaba condenada a la desmemoria. Sin embargo, la enfermedad del olvido llegó muy pronto: aún le faltaban dos volúmenes de sus memorias. El primero, Vivir para contarla, ya estaba en las librerías. En vano esperó que Melquíades le diera a tomar esa pócima de sabor apacible para iluminar su memoria. 

La locura fue más rápida que su escritura. Ya con una mente sumergida en una niebla constante escribió un último libro, Memoria de mis putas tristes, un gatillazo literario de muy poco valor. Su vida y su obra se merecían un mejor epílogo.

Nunca se ha sabido el origen de la locura de Gabriel García Márquez. En sus primeras menciones —después negadas, y posteriormente aceptadas— uno de sus hermanos culpó a la quimioterapia, que cocinó sus neuronas. García Márquez sufrió cáncer en el sistema linfático. Su hermano también reconoció que su madre y otros parientes habían sufrido demencia senil.

La versión del extravío mental fue reconocida hasta después de morir, por sus hijos. Uno de ellos, Rodrigo, relató que la pérdida de la memoria de su padre fue un proceso muy difícil: El escritor que había construido su obra a partir de su memoria, transfigurándola con la ficción, era consciente de que sus recuerdos se desintegraban, y sufría por ello.

“Trabajo con mi memoria. La memoria es mi herramienta y mi materia prima. No puedo trabajar sin ella, ayúdenme”, rogaba con insistencia. Si bien reconocía a su esposa, y solía llamarla Meche, La Madre o La Madre Santa, hubo momentos en que le parecía una extraña. “¿Por qué está aquí esta mujer dando órdenes?”, preguntaba. “No es él, mamá”, le decían los hijos a Mercedes, “es la demencia”.

Hace unos meses se anunció En agosto nos vemos, novela inédita de García Márquez, será publicada en 2024, cuando se cumplan diez años de su fallecimiento. En palabras de sus hijos, es “el fruto de un último esfuerzo por seguir creando contra viento y marea” de su padre; es el fruto, también, de la locura de sus últimos años. 

La novela, según se explicó entonces, es la historia de una mujer de la alta sociedad que va a visitar cada agosto una ciudad en la costa de Colombia, una historia inicialmente concebida por García Márquez para cuentos —publicó dos, uno en El País y otro en The New Yorker— y que finalmente decidió convertir en una novela.

Sobre esta inminente publicación, Salman Rushdie ha emitido una postura: “Él no quería que esto se publicara. La escribió mientras padecía demencia y me preocupa que llegue a las librerías. Yo digo desde ya que en la universidad de Austin tengo algunos manuscritos algo agobiantes que no quiero que se difundan”.

Desde la biblioteca de su casa, el autor de Los versos satánicos recordó su admiración por García Márquez: compró Cien años de soledad en una edición de bolsillo de Penguin Modern Classics en una librería de Londres el 13 de marzo de 1975. Lo sabe porque apuntó la fecha en el libro nada más leer la primera frase y aún conserva el ejemplar. 

“Conocía los coroneles y los generales de García Márquez, o al menos sus contrapartes indias y paquistaníes; sus obispos eran mis mulás; sus mercados eran mis bazares. Su mundo era el mío, traducido al español. No es extraño que me enamorara de él, no por su magia, sino por su realismo”. 

Y así, con la devoción de un discípulo, Rushdie pide que ese extraño fruto de la locura se entierre. Con los años, en un escritor varón comienza a fallar el cerebro y la próstata, confesó Antonio Lobo Antunes, quien cascabeleando sigue escribiendo a los ochenta, ahuyentando a la muerte: ”Si dejo de escribir, no me queda nada”. 

Otro patriarca en su otoño es Mario Vargas Llosa, quien acaba de presentar su última novela: Le dedico mi silencio. Aunque el autor asegura que seguirá escribiendo hasta el último día de su vida, su recién estrenado libro es su despedida de la ficción. Le dedico mi silencio, es su novela número veinte, y la publica sesenta años después de su excelente debut novelístico, en 1963, con La ciudad y los perros.

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Lea, del mismo autor: Tratamientos de fertilidad con reliquias de tiranicidas

 

Edición: Fernando Sierra


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