Oana Del Castillo, antropóloga física, y Rafael Burgos, arqueólogo. Ambos adscritos al Centro INAH-Yucatán.
A lo largo de la historia han ocurrido eventos que han generado infinidad de muertes humanas, como guerras, hambrunas, desastres naturales o epidemias, que han dejado una estela de cuerpos como testigos mudos de la tragedia. En ocasiones, con el paso del tiempo, la memoria de tales sucesos se pierde, y con ella, la ubicación de los sitios de enterramiento de las víctimas fatales.
En el año de 1992, al efectuar trabajos de remodelación y adecuación de espacios en el edificio del ex Cuartel de Dragones, en el Centro Histórico de Mérida (calle 50 con 59), se encontraron, de manera accidental, tres fosas de las que fueron recuperados los restos esqueléticos de por lo menos 10 personas, que fueron depositadas de manera simultánea, sin ataúd ni marcas de sepultura, y que fueron cubiertos por una capa de cal. Las osamentas y su contexto arqueológico e histórico plantearon un singular problema de investigación: ¿quiénes fueron estos individuos, y cuándo y por qué se encontraban enterrados en el ex Cuartel de Dragones?
Lo poco usual del hallazgo, planteó la necesidad de explicar la presencia de estos restos humanos en el inmueble en una investigación interdisciplinaria que conjuntara la información arqueológica, el análisis de los restos esqueléticos de los individuos y la consulta a las fuentes históricas.
La primera parte de la investigación consistió en el análisis del contexto arqueológico. Las fosas en las que se encontraron los esqueletos se localizaron en el patio sureste del edificio (cercanos a la entrada de la calle 59), donde el terreno ya había sido alterado por excavaciones previas, posiblemente hechas a principios del siglo XX; los restos esqueléticos presentaban evidencia de haber sido enterrados en posición extendida, con los brazos sobre su pecho o a un lado de su cuerpo, en una fosa lineal, sin delimitación ni recubrimiento, envueltos apretadamente en alguna tela. Un dato muy relevante fue identificar una capa de cal de algunos centímetros de espesor sobre las osamentas, lo cual indicaba que los cuerpos eran producto de alguna enfermedad altamente contagiosa.
La segunda fase de la investigación se enfocó en los esqueletos. A través de las técnicas de la antropología física, se determinó que los esqueletos pertenecían a 10 individuos, siete de los cuales eran masculinos, cuyas edades se encontraban entre los 15 y los 35 años de edad. Los tres restantes se encontraban muy fragmentados e incompletos, por lo que no fue posible asignarles edad ni sexo. En todos ellos fue posible observar indicadores de una gran actividad física, pero ninguna evidencia de alguna enfermedad. Esto nos llevó a suponer que la enfermedad que los llevó a la muerte fue de carácter agudo, es decir, muy intensa y rápida, y que no llegó a afectar el tejido óseo.
La incógnita que quedaba por resolver correspondía a la Historia. El ex Cuartel de Dragones fue originalmente un hospital franciscano, construido en 1746 y que funcionó hasta 1821, cuando debido a la expulsión de los franciscanos por orden de las Cortes Españolas, fue clausurado y asignado al Ejército por el entonces gobernador Juan María Echeverri. A partir de entonces, este inmueble recibió el nombre por el que lo conocemos, “Cuartel del Regimiento de Dragones”. En 1859, el cuartel pasó a poder de la Federación, y continuó albergando al regimiento de caballería hasta 1904.
Durante la terrible epidemia de cólera de 1853, en este edificio se encontraban cientos de hombres acuartelados debido a los enfrentamientos de la Guerra de Castas y el sitio de Mérida (septiembre y octubre de ese año). El hacinamiento de las tropas propició el contagio de la enfermedad, y aunque los soldados recibieron atención médica, muchos de ellos murieron. Debido a la imposibilidad de trasladar los cadáveres hasta el Cementerio General, se dispuso de ellos en fosas comunes, cubriéndolos con cal para eliminar el contagio, obedeciendo las disposiciones sanitarias peninsulares que se mantenían vigentes desde 1833.
De esta forma, conjuntando toda la información, consideramos plausible el identificar a estos cadáveres como soldados del Regimiento de Dragones, muertos durante el brote de cólera de 1853, y que fueron sepultados dentro del cuartel como una medida de emergencia, en medio del conflicto armado de la Guerra de Castas.
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