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La lectura y sus dificultades

La visión se ajusta, sin importar si se acepta o rechaza lo dicho en el texto
Foto: Enrique Osorno

Si alguien piensa que leer es fácil, que sólo bastaría con mirar un texto y descifrar automáticamente su contenido, estaría tan equivocado como si calculara que dos más dos son 10. Leer no es mirar a ciegas un texto y saber lo que está escrito, aunque muchos así lo hagan. Tampoco basta con leer un texto por única vez para descubrir todos los pormenores del contenido. Ni será suficiente leer un texto sin considerar su contexto, es decir, todo aquello que siempre acompaña a un escrito.

En realidad, la lectura tiene sus dificultades, aunque nadie se dé cuenta cabal de ello. En efecto, leer implica una serie de retos y el resultado de esa lectura completa y absoluta conduciría al lector a una conquista extraordinaria, única. Leer conlleva un acercamiento del uno al otro, ese otro que nos habla, que nos explica algo, que nos engaña, en fin, a su mundo particular, a su visión personal de la vida. En este diálogo virtual entre el lector y el escritor ocurren actos ciertamente complejos: el que lee descubre lo que dice el otro; y si el otro le dice algo, el lector lo modifica a su entender, no lo acepta tal como lo concibió el que lo haya escrito, sino que lo ajusta a su visión, sin importar si acepta o rechaza lo dicho.

Esta comunicación que sucede entre el uno y el otro, a través de la escritura y la lectura, abre la posibilidad de entender al otro y no sólo eso, sino también debatir al escritor con sus propias ideas y visiones. Sin embargo, esto último casi siempre sucede en la intimidad del que lee, en su propio pensamiento, ya que difícilmente el lector tiene la oportunidad de encontrarse con el escritor y diferir de sus dichos enfrente de éste. Aunque ello no importa tanto; lo que sí es que el lector ya sabe qué piensa el otro y pone a prueba sus propias ideas con aquellas que escribió el otro.

Además de compartir o debatir las ideas del otro mediante la lectura, importa mucho el entusiasmo o el desencanto provocado por un texto. Según le vaya al lector con algunos autores, podrá seguir leyéndolos o no volverlos a ver en su librero; y, según el grado de entusiasmo, podrá, incluso, provocar a otros a leer a tales escritores. Entonces, no sólo compartirá las ideas o fantasías de un escritor con los demás, sino también compartiría su placer lector, sus emociones lectoras. Como se ve, hay dos dimensiones en la lectura: la de las ideas del otro y la del entusiasmo al leerlas, todo ello bajo la advertencia de que leer implica saber y placer.

En este contexto, vale la pena tomar en cuenta un decálogo de derechos del lector: el derecho a no leer, a saltarse páginas, a no terminar un libro, a releer, a leer cualquier texto, a confundir la realidad con la fantasía o viceversa, a leer cualquier parte, a picotear un texto, a leer en voz alta o en silencio, a callar lo leído. Además de estos derechos del lector, es importante destacar uno más que consiste en contagiar a los demás del entusiasmo por la lectura, es decir, compartir aquellas sensaciones placenteras que llega a causar leer ciertos textos o simplemente leer por leer. 

Por lo anterior, compartir un determinado texto, ya sea a través de los comentarios del lector o la simple invitación a leerlo, será determinante para la formación de individuos críticos y libres. Éste debería ser el principal propósito de los docentes, los promotores de la lectura, los bibliotecarios y los padres de familia para con las nuevas generaciones. No hacerlo conduciría a la sociedad al ostracismo y la ignorancia, amén de perderse del placer que causa leer. Aunque habrá que considerar que una persona no se hace lector de un día para otro, por lo que habrá que sortear todas las dificultades que implica leer.

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Lea, del mismo autor: La educación artística, para qué

Edición: Estefanía Cardeña


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