Las amenazas se gestan a finales de año; pasan inadvertidas entre las compras navideñas y las posadas. El coronavirus es un ejemplo reciente: para estas fechas, en 2019, en los espacios más recónditos de los periódicos se hacía mención de una rara enfermedad que sembraba de muertos las calles de las ciudades chinas.
Este 2023 no es la excepción. Hace unos días se dio a conocer del despido fulminante de Sam Altman, el jefe ejecutivo de OpenAI, la empresa de ChatGPT. Los reportes periodísticos nunca informaron en ese momento la causa. Su posterior reincorporación, sin embargo, la reveló.
Investigadores de la plantilla enviaron al consejo de administración de la compañía una carta, según la agencia Reuters y el medio especializado The Information; en ella advirtieron de un descubrimiento de inteligencia artificial que, según ellos, podría amenazar a la humanidad.
Para muchos, la inteligencia artificial se reduce a las aplicaciones que convierten un puñado de fotos anodinas en retratos espectaculares, o en el chat que, con instrucciones sencillas, es capaz de escribir artículos científicos y columnas de opinión; es una visión simplista de la mayor revolución tecnológica de los últimos años.
El gran peligro del que alertan los quintacolumnistas de OpenAI es la evolución registrada en la tecnología de la empresa, capaz ahora de resolver ciertos problemas matemáticos. Este desarrollo implicaría que se ha logrado que el algoritmo “generalice, aprenda y comprenda”. Es decir, estamos ante el embrión de una conciencia no humana.
A partir de determinado punto, la evolución de esa tecnología adquiere la rapidez del múltiplo. La máquina que ayer tenía el nivel de raciocinio de un bebé, mañana podría rozar la súperinteligencia. ¿Y si a esa máquina optara, por curiosidad o defensa, la destrucción de la humanidad? La ciencia ficción nunca ha sido tan profética como ahora.
Para comprender a los hijos en ocasiones es necesario remitirnos a sus padres. Y, en el caso de la inteligencia artificial, es John von Neumann. Fue el integrante más destacado de una generación de científicos húngaros que cambió el curso de la historia. Fueron las ideas de este grupo las que pusieron en las manos de Oppenheimer el poder del fuego.
Enrique Fermi fue uno de los físicos que participó en el proyecto nuclear de Oppenheimer —quien en realidad fue un eficaz capataz de genios—. A Fermi le preguntaron si los extraterrestres eran reales: "Claro que lo son, y ya viven entre nosotros. Solo que se llaman húngaros”. Sus colegas le parecían alienígenas, y quizá lo fueran.
Al húngaro Leo Szilard se le ocurrió la idea de la reacción en cadena que los llevó a la bomba atómica mientras cruzaba una calle en Londres, en 1933, y luego patentó el primer reactor nuclear; otro húngaro, Theodore von Kármán, era un virtuoso del vuelo supersónico y de la propulsión a cohetes, por eso fue clave para el desarrollo de los misiles balísticos intercontinentales.
John von Neumann desarrolló la primera computadora de la historia. En la creación de su propio Frankenstein, bebió de diversas fuentes, utilizando los relámpagos de otras mentes atronadoras, como la de Alan Turing. Von Neumann parió las abstracciones de sus colegas.
”Su mente padecía un hambre voraz. A lo largo de su vida tuvo que revolotear de una rama de la ciencia a otra, incapaz de contenerse, como esos desdichados colibríes que deben comer sin cesar a riesgo de morir”, describe Benjamín Labatut a Von Neumann, en su novela MANIAC —Mathematical Analyzer, Numerical Integrator, and Computer—, el engendro del húngaro.
La inteligencia fuera de lo común de Von Neumann ideó una máquina que se alimentaba con fichas perforadas, que hoy parece más un armatoste steampunk que una computadora. Sin embargo, ese artefacto hizo posible la creación de la bomba termonuclear, mil veces más potente que los gemelos a los que ayudó a nacer el partero Oppenheimer y que arrasaron Hiroshima y Nagasaki.
La mente del científico húngaro siguió cosechando extraños frutos, que fermentados con el paso de los años han servido de abono a los programas de inteligencia artificial de empresas como OpenAI. Esos cimientos, sin embargo, son totalmente amorales. Incluso la hija de Von Neumann le cuestionó su preocupación ante la cercanía de su propia muerte ante la indiferencia con la que ayudó a construir el arma que asesinó a millones.
”Antes de caer en el silencio y negarse a hablar incluso con sus familias y amigos, le preguntaron a Von Neumann qué sería necesario para que una computadora o algún tipo de entidad mecánica empezara a pensar y a comportarse como humano.
”Se tomó mucho tiempo antes de contestar, en una voz más suave que un suspiro.
”Dijo que tendría que crecer, no ser construida.
”Dijo que tendría que dominar el lenguaje, para leer, escribir y hablar.
”Y dijo que tendría que jugar, como un niño”.
Tal vez en la carta que los investigadores OpenAI enviaron al consejo de administración de la compañía se describe el génesis de un algoritmo que lee, escribe, habla… y juega. Ya no se trata de la amenaza que conlleva esta tecnología como herramienta y como posible rival para hombres y mujeres en el mercado laboral. El peligro es la irrupción de una inteligencia mayor que la nuestra.
“Una inteligencia fría y calculadora”, como advertía H.G. Wells; “mentes que son en relación con las nuestras, lo que éstas son para las de las bestias, que nos observen con ojos envidiosos mientras forman con lentitud sus planes contra nuestra raza”.
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