Holden Caulfield es impresentable: un joven que lo tiene todo y, a la vez, nada; el vacío de esta era, en la que se te mide por tus cuentas bancarias. Pues las de los padres de Caulfield son muchas, y a él nunca le ha faltado nada. Sólo sentido a su vida.
La novela El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger, es un boleto a la cabeza de este joven durante un fin de semana largo en que vuela en círculos para no llegar a casa. Salinger nos mete en la cabeza, que parece montaña rusa, de esta personalidad del margen.
No sólo la novela es interesante, sino también lo que orbita en ella: las autoridades de Estados Unidos llevan un puntual registro de todo aquel que compra el libro o lo consulta en una biblioteca pública. La razón: es un denominador común en magnicidios.
En 1980, Mark Davis Chapman puso un revólver sobre la cabeza de John Lennon y disparó. Tras asesinar al célebre integrante de los Beatles, se sentó tranquilamente a leer un ejemplar de El guardián entre el centeno.
Un año después, 1981, John Hinckley Jr. le disparó a Ronald Reagan, presidente de los Estados Unidos; falló: la bala entró por la axila y se alojó a escasos centímetros del corazón. El fallido magnicida estaba armado con un ejemplar del libro Salinger.
En 1989, Robert John Bardó asesinó a la actriz Rebecca Lucile Schaeffer en la puerta de su apartamento tras haberla acosado durante tres años. Cuando el asesino fue detenido sostenía también un ejemplar de El guardián entre el centeno.
Todo apunta a una coincidencia, pero aún así expertos han especulado que la prosa de Salinger puede contener interruptores que generen diversas acciones en quienes la lean; frases que hagan cortocircuito, párrafos que detonen en mentes enfermas…
El autor, Salinger, prefirió recluirse en lugar de contestar preguntas sobre su obra, o disfrutar de sus regalías —se publicó en 1951 y aún es uno de los libros que más se venden al año en Estados Unidos—. Pocas personas lo vieron y convivieron con él luego del éxito de El guardián entre el centeno.
En la primera agonía del PRI —la que llevó a Vicente Fox a la presidencia— se vivieron años de plomo, con varios magnicidios consumados. El país, testigo de hechos inéditos, entre ellos el levantamiento armado de un ejército de liberación, no pudo digerir tanta información.
En ese río revuelto se registró un alarde de la ingenuidad de los mexicanos, que nos creímos completitos cuentos como el de la vidente Francisca, contratada por una fiscalía especial para dar con los cadáveres de un homicidio múltiple.
Este episodio se sumó a los que ya habían mantenido en vilo al país —los narcosatánicos— y serviría de modelo a los que vendrían después —el clan Trevi-Andrade, la desaparición y muerte de Paulette y la detención de la francesa Florence Cassez.
Sin embargo, el episodio que mayor impacto generó en la opinión pública —y no fue para menos— fue el asesinato de Luis Donaldo Colosio, candidato presidencial, en 1994. En un hecho inédito, luego de que se informara de la noticia de la muerte del político, todas las televisiones cortaron la comunicación.
Con los días comenzó a tejerse una versión, hecha con el estambre de la credulidad de los mexicanos; muchas, muchísimas cosas no cuadraban, como las facciones del probable magnicida, un tal Mario Aburto. Comenzó igual a perfilarse a este individuo, de quien en poco tiempo se supo todo, lo verdadero y lo imaginario.
Lo único que no se aseguró entonces fue que Mario Aburto leía a J.D. Salinger, y que llevaba en Lomas Taurinas un ejemplar de El guardián entre el centeno; el mensaje encriptado que lo empujó a disparar. Faltó poco para asegurarlo, ya que se recurrieron de todos los alfileres que había a la mano para sostener la versión del lobo solitario.
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Esta historia, al final, no ha podido mantenerse en pie: Tras 29 años en prisión, un tribunal colegiado canceló en octubre la sentencia de 45 años impuesta a Mario Aburto por el asesinato de Colosio. La decisión del Primer Tribunal Colegiado en Materia Penal del Estado de México se da como cumplimiento al amparo judicial que ordenó al Poder Judicial de la Federación emitir una nueva sentencia para Aburto.
Lo anterior al establecer que a Mario Aburto se le juzgó con base en el Código Penal federal, y no con el de Baja California, estado donde aconteció el magnicidio.
El mismo tribunal colegiado declaró “insubsistente” la sentencia que recibió Mario Aburto y ordenó emitir una nueva sentencia con base en las leyes de Baja California. De aplicarle la pena más alta, Aburto podría salir de prisión el próximo 23 de marzo de 2024.
Al final, como en muchísimos otros casos, nunca sabremos qué pasó de verdad, y nos conformaremos rumiando teorías de conspiración camino al trabajo.
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