Desde hace algunas semanas, al despertar, intenta no mirarse al espejo; desde hace unas semanas, no se reconoce. Nunca le había pasado, incluso en sus pasados cambios de piel: Sabía que debajo de las escamas muertas estaba él; siempre lograba reconocerse. Ahora no.
Llegó a plantearse tapar los espejos de su casa, como si fuera un vampiro. Sin embargo, no es la antinatural ausencia del reflejo lo que le molesta, sino el individuo que sonríe cada vez que ve un espejo. Es igual que él, reconoce, está idéntico; pero no es él.
Los alemanes, que encuentran una palabra para todo, han acuñado el término doppelgänger para definir esos fenómenos asociados con la personalidad. Literalmente significa ”doble andante”, y hace referencia a un sosias, a alguien idéntico a otra persona.
El doppelgänger del candidato le susurra palabras y le escoge incluso el guardarropas. Ya había irrumpido en su vida antes, pero con la sutileza del terciopelo; ahora dicta órdenes, da mazazos. Le fue sencillo pasar del elogio a Ivonne Ortega al halago a Rolando Zapata; tampoco le costó ponerse de lado de los ganadores de 2018.
El ”¡no pasará!” —que gritó desde la trinchera opositora en el debate de la reforma eléctrica— al ”¡es un honor, estar con Obrador!” sólo comparten saliva; la primera que escupía rabia, la segunda, con la que lubricó su sometimiento a los nuevos amos. Cada vez se le hace más difíciles seguir los dictados del doppelgänger.
Más aún cuando estos virajes son cada vez más cuestionados. Por lo general, ese titiritero invisible le ha dado consejos eficaces: fue favorecido por los gobiernos del PRI y había comenzado a forjarse un nombre como político en el PAN. Incluso este último cambio de piel, a Morena, parecía favorecerle, ya que obtuvo la promesa de un premio de consolación para cuando perdiera la alcaldía.
Sin embargo, algo salió mal. La dualidad de su personalidad quedó expuesta; ya le resulta imposible presentarse como un ciudadano, pues se ha balanceado en la cuerda política durante años, funambulista, más que clavadista. En Yucatán, el único cirquero de tres pistas es él. El truco que repitió tantas veces lo ha exhibido: No hay aquí político más sumergido en el lodo que él.
Y ese rechazo es palpable en las redes sociales, donde antes recibía las dosis de elogios de las que se alimentaba. Donde antes había palabras de aliento hoy sólo pepena descalificaciones e insultos. Tal vez su único logro hasta el momento ha sido unir, en esta polarización, a morenistas y opositores en un odio común: esa es su única medalla.
Ni de aquí ni de allá, en el purgatorio de los tibios. Eso es lo que en realidad ve en el espejo: la pérdida de la gracia. Este malogrado colofón no es sólo el desgaste de viejos trucos, ni la venganza del doppelgänger. Está ahí igual la mano de Joaquín Díaz Mena, El Huacho, quien utiliza de tapete al tránsfuga para no salpicarse los zapatos en el lodo.
El candidato a la alcaldía de Mérida de Morena es sólo un instrumento de El Huacho, quien así demuestra también el poco respeto que le tiene a los militantes de su partido: es mejor manejar los hilos de alguien a quien hace pocos meses le marcaron la letra escarlata que apoyar a un fundador comprometido que le pueda hacer sombra. Al fin y al cabo, El Huacho también esquiva los espejos para no ver ahí a su doppelgänger.
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