Hace exactamente 100 años, Yucatán vivía particularmente la crisis política nacional que culminó en la rebelión de Adolfo de la Huerta. Eventualmente, la revuelta fue aplastada y sobrevino una sangrienta purga en el Ejército, y los ajustes de cuentas tampoco se hicieron esperar en el estado, y las instituciones socialistas también comenzaron a resquebrajarse, iniciando el desmontaje del legado de Carrillo Puerto.
Prácticamente al inicio, el semanario La Lucha, que dirigía Manuel María Escoffié Zetina, intentó elaborar una explicación sobre la vorágine que se había desatado en Yucatán.
La Lucha se identificó como órgano del Partido Autonomista de Yucatán y para el 5 de enero de 1924, fecha en que abordó el tema del fusilamiento del ex gobernador, tres de sus hermanos y ocho colaboradores, llevaba 87 entregas. Ese mismo año, Escoffié anunció la transformación del periódico en diario.
Cabe decir que La Lucha había sido uno de los periódicos que se mantuvieron críticos a Carrillo Puerto, y si bien reconoció que el fusilamiento había sido “el más sensacional de los acontecimientos de nuestra historia contemporánea”, inmediatamente agregó que “es la eterna e inútil lección sanguinaria y bochornosa presentada a la humanidad que, en sus arrebatos políticos enseña a los hombres la necesidad transitoria de la tragedia que tiene por objeto el ejemplar castigo para evitar la repetición de los gobiernos despóticos”.
Para Escoffié, los acontecimientos eran la consecuencia de las políticas que años antes aplicaron Venustiano Carranza y Salvador Alvarado en Yucatán. Esto sin tomar en cuenta que la rebelión de Agua Prieta había hecho a un lado a Carranza y el grupo que dirigía la política nacional tenía serias diferencias con el llamado Varón de Cuatro Ciénegas. Según Escoffié, “Felipe Carrillo Puerto y sus compañeros levantados de las esferas sociales más pobres y menos capacitadas para gobernar, por su falta de instrucción, han sido presa de la odiosidad que don Venustiano Carranza y don Salvador Alvarado sintieron contra Yucatán cuando éste, en 1914, quiso hacer valer con todo derecho, dentro de los dictados de nuestro Pacto Federal, y de los postulados que hipócritamente proclamara el carrancismo, la Soberanía Yucateca”.
Escoffié no defendía la revuelta de Abel Ortiz Argumedo, que reclamaba que Yucatán eligiera a su gobernador, pues entre 1912 y 1914 había tenido a cinco jefes del Ejecutivo sin que mediara elección. Ortiz Argumedo dejó a su suerte a los yucatecos a los que envió a morir enfrentando al Ejército Constitucionalista, pero en tanto Escoffié defendía “el derecho que asistía a Yucatán en aquella hazaña, sin plan alguno, sin preparación y sin elementos de guerra”.
Así, el movimiento soberanista yucateco era presentado como legítimo, aunque explotado miserablemente por su líder; y por lo mismo, resultaba una afrenta para Carranza. Escoffié le atribuye un carácter vengativo al “Primer Jefe”, “y Alvarado cuando vino a Yucatán para aplicar tan inmerecido castigo, lo primero que hizo fue levantar a las masas ignaras [...] a los hombres menos capacitados para gobernar un Estado, y así hizo empezar a figurar en nuestras cuestiones políticas a don Felipe Carrillo Puerto, a don Manuel Berzunza, a don Carlos Castro Morales y a un montón más de hombres que si pudieron ser útiles a Yucatán como trabajadores alejados de la política, fueron perniciosos en ésta y han causado a Yucatán muchos irreparables perjuicios”.
El editorial continúa señalando que Carrillo Puerto había sido “víctima del servilismo de nuestros politiqueros”, lo cual pinta al Apóstol rojo como alguien manipulable por un grupo de lambiscones: “De esto último acabamos de ver la más vergonzante comprobación cuando el 12 de diciembre último los hombres que amanecieron todavía furiosos carrillistas anochecieron convencidos Delahuertistas”.
Pero si bien este grupo es abstracto, Escoffié apunta el dedo flamígero hacia una persona en particular. En su opinión, Carrillo Puerto “también ha sido víctima de su amigo señor don Carlos R. Menéndez, quien cuando lo combatió desde las columnas de ‘La Revista de Yucatán’ llegó a tener más fuerza moral que el mismo llamado gobierno de Carrillo Puerto”.
Si bien existió un enfrentamiento entre el periodista y el gobernador, éste tuvo un desenlace esperanzador gracias a la mediación de la organización Prensa Asociada de los Estados. Sin embargo, Escoffié dedicó varios párrafos a la actuación de Menéndez a partir de la reconciliación. El documento es, sin duda, interesante y atractivo para la investigación, y lo publicado en La Lucha debe compararse con otras fuentes.
Escoffié remataba también, con una idea que no suele encontrarse en la bibliografía dedicada a Carrillo Puerto, hasta que su relación con Plutarco Elías Calles se hizo más que evidente a partir de investigaciones en el archivo de este último: “Así cayó acribillado a balazos Felipe Carrillo Puerto por el delito de haber sido un tirano durante todo el tiempo que tuvo en sus manos los destinos de Yucatán. ¿Habría caído igual si cuando se inició hace seis meses la campaña política en favor de don Adolfo de la Huerta se hubiese puesto en apoyo decidido de éste en vez de ostentarse partidario de D. Plutarco Elías Calles?” Eso sería contrafactual, pero no deja de ser una invitación a dejar de ver a Yucatán separado de México.
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