Como ocurre cada año y de manera cada vez más aguda, la Ciudad de México enfrenta una escasez de agua que mantiene a cientos de miles de habitantes privados del líquido, mientras otros tantos lo reciben por tandeo en cantidad y calidad obviamente insuficientes. Este problema ha llegado a barrios donde no solía padecerse, detonando protestas sociales que complican más allá de lo ordinario la circulación en la capital: en la Unidad Habitacional Torres de Chimalistac, en la colonia Copilco Universidad, Coyoacán, 380 familias se han quedado sin agua pese a contar con cisternas que suman un millón de litros de capacidad de almacenamiento; en el otro extremo de la ciudad, vecinos de la colonia Santa Inés no logran cubrir sus requerimientos mínimos con las pocas pipas que les hacen llegar la alcaldía y el Sistema de Aguas para paliar el corte de la distribución desde el pozo San Martín Xochinahuac I.
El problema no es anecdótico, sino estructural: más allá de las deficiencias que pudieran tener las autoridades y de las conocidas pérdidas por fugas y usos negligentes, el hecho es que en año y medio la urbe ha dejado de recibir 5 mil 700 litros por segundo del Sistema Cutzamala; es decir, que perdió 40 por ciento del líquido que obtenía de esta fuente. Sólo en los últimos dos meses, la merma fue de 3 mil 800 litros y se anticipa que el suministro continuará disminuyendo por la lejanía de la temporada de lluvias y el agotamiento de las reservas, las cuales se ubican en mínimos históricos. Tampoco se limita a la Ciudad de México: el año pasado, el desabasto fue tan extremo en Monterrey que se declaró asunto de seguridad nacional, y en Morelia ha dejado de operar casi uno de cada cinco pozos debido a la falta de lluvia en los dos años más recientes. En la capital michoacana se ha propuesto aumentar la profundidad de los agujeros de extracción, lo cual elevaría el costo del líquido en 50 por ciento y, para colmo, sólo supondría posponer la crisis, ya que sin precipitaciones los nuevos hoyos correrán el mismo destino que los existentes.
Los ciudadanos perciben la sequía cuando se manifiesta en forma de ausencia de agua en los hogares, pero las consecuencias son mucho más amplias: en 2021 llegó a afectar a 85 por ciento del territorio, con saldos como la muerte de miles de cabezas de ganado y una caída en las cosechas de otoño-invierno de hasta 80 por ciento respecto a lo previsto. La ruina de las cosechas se ha vuelto de una exasperante cotidianeidad para los agricultores de vastas extensiones del país, desde Tamaulipas hasta Michoacán, y en estos momentos hay entidades donde 90 por ciento de la superficie se encuentra afectada por la aridez. Las sequías y escasez de agua derivadas del calentamiento global también provocaron una caída de 40 por ciento en la generación de energía hidroeléctrica en México en 2023, lo cual golpea el objetivo de la Comisión Federal de Electricidad de incrementar la producción con fuentes limpias.
Si a esto se suma un marco legal irracional e inhumano que permite a corporaciones y personajes influyentes disponer a su antojo del líquido sin importar la necesidad que de él tengan millones de habitantes, queda claro que se está operando una fórmula para el desastre. Es indignante, por ejemplo, que ante la escasez actual las autoridades de la Ciudad de México sólo puedan exhortar a los dueños de los campos de golf a no usar agua potable para regar sus instalaciones, puesto que el régimen de concesiones impide desviar el abastecimiento de este uso ofensivamente suntuario a los hogares que lo requieren con urgencia. Asimismo, es motivo de malestar social que sujetos inescrupulosos como el ex presidente Vicente Fox hayan usado sus influencias para asignarse a sí y a sus familias títulos de concesión con los que se apropian del agua y disponen de ella a su antojo.
Desde hace tiempo se ha vaticinado que el agua será el recurso más estratégico, codiciado y disputado del futuro, tanto por su relativa escasez y su concentración en unos pocos puntos del globo, como por el hecho de que, a diferencia de otros bienes, la vida es simplemente impracticable sin ella. Los acontecimientos muestran que ese futuro nos ha alcanzado. Hoy es imposible ignorar la importancia de articular leyes y formas de organización social que garanticen su distribución racional y equitativa, lo cual sólo puede lograrse protegiéndola como un derecho humano inalienable, ajeno a las lógicas depredadoras del mercado.
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