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El agua no es una cosa sola

A pesar de moverse de manera cíclica por el planeta, no es un recurso inagotable
Foto: Jusaeri

Cada vez son más las poblaciones que, en muchas partes del mundo, enfrentan situaciones críticas en lo que atañe al agua. En algunos lugares el problema se enfrenta erigiendo complejas y costosas plantas desaladoras, para aprovechar agua directamente extraída del mar (solamente en España hay unas ochocientas). En otros sitios, como Barcelona, se restringe la cantidad de agua que se permite consumir por persona y por día, y se habla incluso de importar agua en barcos desde la vecina Valencia. En la Ciudad de México, las presas del sistema Cutzamala se encuentran muy por debajo de su capacidad de almacenamiento, el Río Lerma (otra de las fuentes de suministro de agua importantes para la metrópoli) se encuentra sujeto a una presión considerable, y representa un reto en materia de remediación de la contaminación y los pozos existentes, que son la principal fuente de agua para la que antaño fuera “una ciudad en un lago escondida”, se consideran ya insuficientes, y se habla con preocupación de los montos que habría que destinar para abrir pozos adicionales. Las dificultades para dotar de agua apta para el consumo humano a una población creciente son colosales a nivel global, y se convierten cada vez más en un asunto de preocupación permanente y angustiosa tanto para los gobiernos locales como los nacionales, no digamos ya para la población en general, que encara cada vez más situaciones de escasez que comprometen su calidad de vida.

En la otra cara de la moneda, los cambios en los regímenes de precipitación, en un escenario de cambio climático que no se acaba de comprender cabalmente (cuando no de plano se niega su existencia), generan condiciones de lluvias extraordinarias en temporadas atípicas, que generan inundaciones catastróficas. A esto hay que agregar el hecho de que la deficiente planeación de los asentamientos humanos se cobra año con año la factura, destruyendo una y otra vez viviendas y enseres, con un impacto más severo – como siempre – sobre las porciones menos favorecidas de la población.

 

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Convencionalmente, el tema de la dotación de agua para los centros de población, así como el de la extracción y disposición final de las aguas servidas y demasías, y la distribución de agua para el riego agrícola, se encaran como problemas de ingeniería que asumen que de lo que se trata es de trasladar el mayor volumen posible de agua de un lugar a otro, en el tempo más breve que se pueda, y gastando la menor cantidad de recursos que el caso permita. Cuando hemos convertido en lugar común la idea del “vital líquido”, hacemos lo humanamente posible para allegárnoslo, demeritando la importancia que otros servicios ambientales tienen para la condición de planeta vivo de nuestro mundo. No quiero decir con esto que el agua no sea esencial para la vida humana. Más bien, creo que habría que poner el énfasis en una mejor gestión del agua, que parta de una visión más integrada del carácter sistémico y complejo de sus ciclos a escala planetaria.

Hay varios niveles para pensar en esta aproximación, y resultarían demasiados como para tratar de agotarlos en este breve espacio, por lo que me limitaré a proponer tres ideas que considero centrales. En primer lugar, habría que dejar de pensar en el agua como una cosa sola, que hay que acercar a los sitios donde se concentra la población humana, o donde se producen alimentos para satisfacer sus necesidades, para después sacarla de ahí lo más rápidamente posible. El agua no está sola, y sus movimientos, así como su calidad para el consumo, están determinados por su interacción con las plantas, la atmósfera y el suelo. Así, en la medida en que no se logre detener – e incluso revertir – la deforestación, se reducirá la capacidad de retención de agua en las cuencas, incrementará la pérdida de suelo (que además contribuirá al azolve de presas y otros cuerpos de agua), aumentará la frecuencia e intensidad de inundaciones, y se abatirá la capacidad de la cubierta vegetal para capturar carbono atmosférico, con lo que se contribuirá a exacerbar la crisis climática.

En segundo lugar, solemos olvidar que puede decirse que, de alguna manera, el agua tiene memoria. Cuando intentamos modificar su cauce, u ocupamos los sitios por donde ha corrido usualmente, generamos perturbaciones en la dinámica del ciclo hídrico, que suelen determinar modificaciones del paisaje que resultan catastróficas para la población humana. Baste con recordar los efectos de los planes quinquenales soviéticos, que ocasionaron que se desecara el mar Aral, convirtiéndolo en el surrealista paisaje de barcos sobre la arena que es hoy en día; o los impactos que tuvo sobre los humedales chiapanecos la peregrina idea de “rectificar las cuencas” del estado, que los ingenieros de entonces interpretaron literalmente como “hacerlas rectas”. Lo que antes fuera una región rica en recursos, como camarones, se convirtió en una serie de cuerpos de agua caliente, incapaces de sostener un ecosistema saludable de humedal costero.

Y, en tercer lugar, habría que entender que el agua, a pesar de moverse de manera cíclica por el planeta, no es un recurso inagotable. Desde el punto de vista del consumo humano, y dado que requerimos tener acceso a un agua con condiciones de calidad bastante acotadas, hay que entenderla como un recurso no renovable, cuya disponibilidad tiende a disminuir en tanto la seguimos utilizando sin considerar la necesidad de ahorrarla, y devolverla a los ecosistemas de manera que en ellos puedan continuar desarrollándose el resto de los recursos vivos que habitan esta “tercera piedra desde el sol”. El agua, pues, es vital, en efecto, pero lo es en tanto que forma parte de un sistema complejo e integral que da lugar a la vida en el mundo. No basta con traerla al grifo.

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Lea, del mismo autor: Las reformas constitucionales


Edición: Estefanía Cardeña


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