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El Museo y los despojos de los héroes

Noticias de otros tiempos
Foto: Amorra Diario Yucateco 20 de agosto de 1910

La variedad de lugares de memoria es un espectro sumamente amplio que va de objetos a instituciones, o incluso más. Si tomamos literalmente la definición del historiador Pierre Nora, van desde el objeto más material y concreto, “posiblemente ubicado geográficamente, hasta el objeto más abstracto e intelectualmente construido”, de manera que son una construcción, un personaje, símbolos, lemas, archivos y… museos.

Es probable que, si en Yucatán se hiciera una encuesta de reconocimiento de museos, los más nombrados serían el Palacio Cantón y el Gran Museo del Mundo Maya, que son recintos modernos. Sin embargo, los museos en la entidad datan de la segunda mitad del siglo XIX y su fomento está en deuda con el entonces presbítero Crescencio Carrillo y Ancona, quien se distinguió como coleccionista de antigüedades mayas y publicaciones.

Para principios del siglo pasado ya operaba un Museo Yucateco, y su colección debió ser de lo más extraña e incluso macabra, según nos deja saber la prensa de la época. En 1910, con motivo de las fiestas del centenario de la independencia, surgieron varios proyectos para unirse a la celebración. Uno de ellos involucró un cráneo humano.

El Diario Yucateco, en su edición del 12 de agosto de 1910, publicó un extenso artículo firmado por Luis Rosado Vega -el mismo que una década después escribió la letra de Peregrina -, con respecto a las observaciones que otro periódico, La Revista de Mérida, había realizado al proyecto de traslado del cráneo del sacerdote Vicente María Velázquez, que se encontraba en el Museo Yucateco, a otro lugar, más apropiado. 

Rosado Vega escribía como presidente de la sociedad “Lord Byron”, que había propuesto la “traslación” del cráneo ante la Junta del Centenario. Por principio, las objeciones de La Revista obedecían a que ésta iba contra el proyecto “por el sólo gusto de ir en su contra, o da por sentado, sin taxativas de ninguna especie, de una manera general, que no existe ni puede existir lugar más adecuado que nuestro Museo para conservar el cráneo del ilustre sanjuanista”.

El padre Velázquez fue precisamente el fundador del grupo de Los Sanjuanistas, considerado precursor de la independencia en Yucatán, y el parque de San Juan lleva su nombre de manera oficial.

Volviendo al Museo, y al cráneo en cuestión, Rosado Vega reclamó que los redactores de La Revista, que siempre habían sido “fervorosos acatadores del Diccionario de la Real Academia”, se habían olvidado de la definición de Museo, particularmente la acepción de “lugar en que se guardan varias curiosidades pertenecientes a las ciencias y artes, como las pinturas, medallas, máquinas, armas, etc.” Sarcásticamente, agregaba “No creemos, ni creerá La Revista, ni nadie que en ese etcétera estén incluidos los despojos humanos, así pertenezcan al más ilustre de los hombres”.

En el fondo, Rosado Vega discutía si el cráneo del padre Velázquez debía estar en el Museo, como parte de ese “etcétera” de curiosidades, cuando se trataba de un despojo, y porque para la época había grandes ejemplos de qué hacer con restos humanos, como los de Napoleón, Ulises Grant o los iniciadores de la independencia mexicana.

La reliquia en cuestión, continuaba Rosado Vega, “debe ser únicamente objeto de veneración y no es, por cierto, el Museo el lugar más propio para el caso. Yucatán conserva ese cráneo, no por ser un cráneo, sino por lo que en sí simboliza, porque recuerda a un hombre que dedicó su vida al amor de los humanoides y al beneficio de su patria.”

Rosado Vega dio por terminada la polémica, no sin aclarar que la sociedad Lord Byron había propuesto que el cráneo fuera trasladado al templo de San Juan Bautista, “porque la sacristía de esa iglesia fue la cuna de la gloriosa Sociedad sanjuanista de la que rue alma el P. Velázquez, y porque, dígase lo que se diga, un templo predispone más a la veneración de todo lo que contiene, que un Museo.”

Días después, el caricaturista Amorra [Bernardino Mena Brito], retomó el tema en el formato de historieta, algo sumamente novedoso para Yucatán, aunque no fue la primera publicada en el estado, ni siquiera la primera de autor yucateco. Eso sí, a diferencia de sus antecesores, resulta graciosa a pesar del paso del tiempo.

Lamentablemente, el espacio no permite apreciar cabalmente la historieta, pues el Diario Yucateco era de un formato mucho mayor al de La Jornada Maya. El argumento de “Tribulaciones de un bienaventurado”, el espíritu del padre Velázquez consigue permiso de visitar Yucatán para las fiestas del Centenario y se dedica a buscar sus huesos, sin hallarlos en la plaza con su nombre, ni en la que fue su casa, ni en la iglesia donde oficiaba; hasta que el diablo le aconseja que visite el Museo y ahí encuentra “su pobre cráneo con un número y un amarillento papelito pegado en la mollera y exhibido a la pública curiosidad, entre objetos tan interesantes como el bacal con que tapaba su calabazo el cacique indígena Jacinto Pat, y las tijeras con que se recortaba los callos el marido de la nodriza del hijo primogénito del General López de Llergo”. Abatido, el padre Velázquez regresa al Empíreo a pedirle al Padre Eterno que envíe el juicio final, para poder rescatar sus pobres huesos.

Sin duda, los museos actuales tienen mucho más cuidado en la curaduría, aunque ésta sea un área de oportunidad en estos lugares. Pero queda una gran duda: ¿qué fue del cráneo del padre Velázquez?

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Lea, del mismo autor: Prohibida la entrada a Indiana Jones


Edición: Estefanía Cardeña


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