Opinión
Pablo A. Cicero Alonzo
11/06/2024 | Mérida, Yucatán
La información es el alimento del intelecto; en la calidad y variedad de lo que se consume se erigen nuestras ideas y la forma en la que concebimos lo que nos rodea. Somos infonautas. Como en el caso de la comida, en muchas ocasiones se opta por información chatarra.
Eso ha sucedido siempre. Leemos —o escuchamos, o vemos— lo que nos gusta, con lo que estamos de acuerdo. Nos informamos por el placer de coincidir. De ahí, además de razones deontológicas, vienen las líneas editoriales de los periódicos: el papel se convierte en espejo.
Aunque no hay nada más efímero que una noticia impresa en una página, la constancia que deja la tinta en el papel hace aún más creíble el suceso o la declaración. Los periódicos tatúan el instante en la memoria. Los medios impresos son honestos: no intentan esconder sus tendencias, las presumen.
Muchos, además, hacen esfuerzos para incluir voces que desafinan con sus visiones. Me consta. En contraste, las redes sociales hacen todo para aplastar al que disiente; un exterminio de lo distinto. No le basta por exterminar al que tiene una postura contraria, sino incluso al que esgrime una idea nueva.
En el declive de los medios impresos ante las redes sociales, quien entiende hoy día el opaco mecanismo del algoritmo tiene en sus manos la voluntad de la población. Para la máquina, no hay diferencia entre venderte un artículo que convencerte por un partido o candidato, todo se reduce a apretar determinados botones.
Es el mismo algoritmo el que logra cerrar una venta en Shein que el que motiva el voto en un proceso electoral; los partidos se reducen a marcas, y los candidatos, a artículos. De ahí que en la recién concluida campaña no haya habido una diferencia significativa de propuestas entre los contendientes. ¿Para qué? El nuevo juego los redujo a dos modelos con características similares.
En esta tormenta de bits y bytes se presenta la necesidad de refugiarnos en el papel; son la tinta y las páginas la única trinchera, ahí comienza la resistencia contra el algoritmo. Atreverse a leer incluso opiniones con las que no se comulga, y aceptar que también ahí hay coincidencias. Pensamiento crítico, le decían.
Saber que, en caso de que alguna línea prenda la chispa de la ira, existe el recurso de hacer jirones la página; romperlas como si se estuviera argumentando con pasión en el ágora. Leer periódicos nos hace más libres, más humanos; es negarnos a convertirnos en simples consumidores.
La perplejidad que a muchos les causa el resultado de las elecciones no se reduce a un simple malestar por el triunfo del otro: simplemente no lo conocían o lo negaron; no se reconocían en él porque dejaron de reconocerse en ellos mismos.
Empachados de tanto Loret, de tanta Dresser, de tanto Aguilar Camín, no concibieron otra realidad que la que el guarismo los alimentó a cucharadas soperas. Lo mismo sucede con algunos de los ganadores: en muchos casos comparten la ceguera de sus contrincantes, sólo que la manifiestan con soberbia y desdén. Dos ciegos que se niegan a ver.
Lo más evidente en esta resaca es la encrucijada, los dos caminos a tomar: el de capitular ante las bizarras herramientas que ya dictan nuestros hábitos de consumo o el de rebelarse y atreverse a leer —o escuchar, o ver— otras posturas e ideas; navegar por las rutas ya marcadas o atreverse a descubrir nuevos continentes, más allá de donde merolicos advierten que habitan dragones.
Edición: Fernando Sierra