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Foto: Facebook Huacho Díaz Mena

Desde que México optó por el régimen republicano, la especulación en torno a quienes ocuparán los puestos en el gabinete -en cualquiera de los tres niveles de gobierno -surgió como un tema que periódicamente ocupa la agenda mediática. Esta fascinación aparente de la sociedad mexicana era en realidad una fijación de las élites porque cada puesto, ya fuera denominado “empleo”, “cartera” o secretaría, suponía un indicio que permitía trazar una ruta para obtener algún favor y/o poder hacer negocios con el gobierno.

Las luchas entre liberales y conservadores, y la forzada alternancia entre unos y otros, no hizo más que fomentar que el tema se volviera cíclico. Cuando al fin, con Juárez, se tuvo continuidad al frente del Ejecutivo, las tomas de posesión cada cuatro años llevaban también su carga especulativa: ¿alguien renunciaría? ¿Alguien se quedará sin cartera? En fin, transcurría una olimpiada para que el tema de quiénes serían nombrados secretarios y en cada ocasión la prensa hacía eco de cómo el país debía su buena o mala fortuna a la permanencia o al cambio de cabeza en tal o cual dependencia.

La integración del gabinete es siempre una cuestión de negociaciones y estrategia entre grupos de poder, y al mismo tiempo una suerte de equilibrio entre lealtad al Presidente y el comportamiento institucional de quienes son designados, por un lado, y la capacidad para el ejercicio del cargo, pues aunque los puestos son de primer orden, hay algunos con mayor peso específico que otros. De ahí que un mandatario como Pascual Ortiz Rubio, a pesar de haber sido electo, se haya visto obligado a renunciar, toda vez el general Plutarco Elías Calles se había encargado de seleccionar a quienes serían los encargados de las secretarías de Guerra y Marina, Gobernación, Hacienda y Relaciones Exteriores.

Hoy en día, se tomaría como una muestra de sometimiento que un presidente saliente nombrara, o incluso recomendara, algún nombre para una secretaría. De ahí que también exista hoy en la agenda el tema de los nombramientos. Primero, porque se sigue esperando ver alguna señal con respecto a la continuidad que pueda tener Andrés Manuel López Obrador en el gobierno de Claudia Sheinbaum; segundo, porque es de esperarse que esta última pretenda, por salud propia, tener un sello propio como parte de la Cuarta Transformación, entendiendo que esto implica hacer ajustes en lo que se considere que puede hacerse mejor y que el proyecto de nación que se propuso en 2018 debe ser lo suficientemente dinámico como para responder a la sociedad mexicana de 2024.

Hasta ahora, Sheinbaum Pardo ha mandado señales de que no busca una confrontación con López Obrador y se ha mantenido en la postura de indicar que pertenece al mismo movimiento al igual que quienes colaborarán con ella. Así, no debiera haber mayor asombro en que el primer nombramiento anunciado haya sido la continuidad de Rogelio Ramírez de la O como secretario de Hacienda. A éste siguió la presentación de Marcelo Ebrard para Economía; Juan Ramón de la Fuente, para Relaciones Exteriores; Alicia Bárcena, para Medio Ambiente y Recursos Naturales; Rosaura Ruiz, para Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación; Julio Berdegué, para Agricultura, y Ernestina Godoy, para la Consejería Jurídica.


Estos nombramientos han sido señales dirigidas a quienes, al igual que en el siglo XIX, están pensando en grandes negocios con y al amparo del Gobierno. De ahí que la virtual presidenta electa haya celebrado reuniones con empresarios, buscando asegurar la vigencia del Estado de Derecho y la garantía de seguridad a las inversiones. El que vaya a mantener dosificados los nombramientos es parte de la dinámica mexicana, aficionada a la especulación y hasta a proponer quinielas en cuanto a los puestos en el gabinete.

En el ámbito local, la afición a especular con los nombramientos también existe y sus efectos suelen verse especialmente entre la burocracia. En el caso de Yucatán, que el relevo en el Ejecutivo incluye la alternancia de partidos, es altamente probable encontrar a los trabajadores del Estado con manifestaciones de ansiedad y estresados por el cambio. Igualmente, se han hecho visibles otros movimientos que pretenden presionar al gobernador electo y de alguna manera limitar su accionar una vez que tome posesión.

Al igual que Claudia Sheinbaum, Joaquín Díaz Mena ya envió una señal al empresariado yucateco en cuanto a que se mantendrá el esquema de seguridad en el estado, donde el comandante Luis Felipe Saidén Ojeda ha sido actor central desde hace ya tres administraciones. Los próximos días y los siguientes nombramientos pueden resultar sumamente cuestionados por los intereses existentes en la entidad, que posiblemente no han comprendido la trascendencia de la votación en favor de Huacho Díaz.


Lea, de la misma columna: Dice mucho una calle encharcada

Edición: Fernando Sierra


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