Opinión
La Jornada Maya
22/07/2024 | Mérida, Yucatán
El momento en los Estados Unidos le pertenece a Donald Trump, el ex presidente y de nuevo candidato a la presidencia de ese país, luego de haber sobrevivido a un atentado y de la celebración de la convención nacional del Partido Republicano, que lo postula una vez más. Lo es también porque, en el primer debate contra el actual mandatario, Joe Biden, resultó claramente victorioso más por la actitud de su adversario que por la solidez de sus argumentos.
Ahora, Biden se ha bajado de la carrera electoral, sumamente cuestionado en cuanto a su capacidad para seguir dirigiendo aquel país, y su lugar en la contienda podría ocuparlo la actual vicepresidente,
Kamala Harris; esto cuando estamos a menos de un mes de la convención nacional del Partido Demócrata, lo que supone una crisis política en ese partido.
Independientemente de si Harris puede ser la oponente que derrote a Trump a pesar de la premura con que se está realizando el cambio de abanderado en el Partido Demócrata, México será uno de los grandes temas durante la campaña, como lo fue en la de 2016, y una vez más, no será para bien. El mensaje de los republicanos se basa en estereotipos, y suma a la doctrina del Destino Manifiesto las consignas “Make America Greata Again” y “America First”, lo que resulta en un reavivamiento nacionalista que al mismo tiempo revitaliza a organizaciones racistas que encuentran validación a su prédica contra los migrantes en general y los mexicanos en particular; a estos últimos los asocian con el tráfico de estupefacientes.
En este contexto, la convocatoria hecha por el presidente Andrés Manuel López Obrador a los migrantes mexicanos, a “crear sistemas de comunicación alternativos” a fin de revertir en Estados Unidos la idea de que los migrantes son quienes introducen drogas como el fentanilo en territorio estadunidense, llama la atención; primero por ser un llamado extraterritorial y segundo porque también obedece a la coyuntura más que a una política del Estado mexicano a fin de mejorar la imagen del país en el ámbito internacional.
La convocatoria es también un reconocimiento del fracaso de las grandes empresas privadas de comunicación, particularmente privadas, difusoras de contenidos en español, asentadas en Estados Unidos, para contrarrestar el racismo, combatir los estereotipos y aminorar la persecución a la que han sido sometidos millones de connacionales, por el solo hecho de haber nacido al sur del río Bravo y llevar un apellido latino.
En comunicación, especialmente de índole política, resulta sumamente difícil revertir ideas preconcebidas, que además siguen siendo validadas por líderes que han logrado encumbrarse a posiciones de alto mando y que además se presentan como elegidos de la divinidad. De un día para otro, o de aquí al cinco de noviembre que serán las votaciones en Estados Unidos, el dato según el cual 86 por ciento de los presos por tráfico de fentanilo son estadunidenses y no de origen mexicano, difícilmente traspasará el sistema de creencias del común de los habitantes de aquel país, y menos mientras Donald Trump se mantenga en la tónica de que existe una “invasión” al país de las barras y las estrellas, desde México.
La batalla por la percepción de los hechos es crucial en toda campaña política, pero de ahí a que en el tiempo que se tiene disponible se puedan revertir los prejuicios contra México, los mexicanos y los migrantes, es difícil que desde acciones individuales se pueda tener un efecto significativo no tanto en el resultado de la elección presidencial, sino en el abandono de los discursos que achacan a la migración el origen de los grandes males en todas partes del mundo.
Por otra parte, también es cierto que el modelo de grandes empresas televisivas, periodísticas o de radiodifusión ya no es el hegemónico y sí, en cambio, proliferan los canales a través de plataformas de Internet y difundidos por redes sociales. Sin embargo, se requiere de una organización y coordinación de gran magnitud, considerando que el primer enemigo a vencer es el algoritmo predictor para cada usuario; de manera que el mayor riesgo es que el mensaje que se pretenda enviar con intención de poner a seis de cada 10 republicanos en contexto con los datos acerca de quiénes son los traficantes de fentanilo en Estados Unidos, termine circulando solamente entre quienes ya conocen esta información. El dato duro tendría entonces, como efecto, reafirmar la posición de los votantes; a unos porque les confirmó lo ya conocido dentro de su sistema de creencias, a otros porque nunca les llegó a través de sus redes sociales.
Hasta entonces, la gran contribución de los migrantes a la economía de los Estados Unidos, continuará invisibilizada; porque así conviene también a los políticos de ese país, por más exigencias de respeto que se den desde México.
Edición: Estefanía Cardeña