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El grano tostado que transformó mi desayuno

Crónica de una visita a la finca Flores del cielo en Baxtla, Veracruz
Foto: Sabina León

Prepararme café en prensa francesa se ha vuelto un ritual cotidiano. Por las mañanas, mientras escucho el noticiero, muelo los granos de café y caliento el agua en el pocillo. Mientras alcanza la temperatura correcta suelo pensar en que desayunaré ese día, vierto el café molido en la jarra de la prensa francesa y hago un primer vertido, de hasta como la mitad del agua, genero un poco de turbulencia para que todo el café se humecte y le echo el resto del líquido. Después de 2 minutos y 48 segundos de haber completado el vertido de agua presiono el émbolo de la prensa lentamente y me dispongo a servirla en una taza traslúcida.

Desde hace más o menos tres años, unas amistades y yo nos organizamos para escribirle cada mes y medio a David Moreno, el amigo de un amigo que nos envía entre 8 y 12 kilos de café. David y su familia tienen una finca cafetalera en Baxtla, Veracruz y mi ritual matutino siempre sabe a su tierra. Hace dos años que vine por última vez a Xalapa-Coatepec intenté visitarle, pero no hubo las condiciones. En esta ocasión logramos organizarnos con un grupo de amistades de esta zona e ir a conocer la finca.

David e Hitandehui nos recibieron con cariño en la finca Flores del cielo. Con muchísima familiaridad, a pesar de sólo conocernos por mensajes, Hita me abrazó de bienvenida y nos condujo a la zona de comedor, donde David estaba cocinando acompañado de otras personas. Nos sentamos a desayunar en un espacio que de un costado tenía coloridas plantas y la casa familiar y, del otro, tenía una vista maravillosa que sobrevolaba toda la finca y terminaba en un río que escuchaba, pero no alcanzaba a divisar entre la vegetación de ahí abajo.

De la cocina salieron picadas de frijol, pipián y de salsa, café negro y de olla, huevito, plátano asado y frijolitos de la olla, quesadillas con epazote y pan dulce. El increíble desayuno fue acompañado de risas y las primeras historias de la finca junto con las presentaciones de lo que veríamos hoy. Bajamos un poco la fastuosa comida con café y chorcha, David nos contó que conoceríamos primero el área de la vainilla, después la del café y terminaríamos con el orquidiario.


Foto: Sabina León

La primera parada fue en un invernadero donde David nos habló de la experimentación con la vainilla. Para quienes somos neófitos en el tema tuvimos que preguntar paso a pasito, la vainilla tiene su origen en México, pero desde hace algunas décadas la imitación de vainilla se ha apoderado de prácticamente todo el mercado por lo que es un producto poco competitivo en la lógica capitalista. Madera quemada, derivados de petróleo y otros productos nada orgánicos conforman la esencia de vainilla que imita a la planta, y que la conseguimos en cualquier lugar por un precio 30 veces menor a lo que costaría la misma cantidad del extracto de vainilla salido de la planta. 

Las hojas gruesas que parecen de ornato a simple vista, el totomoxtle que se va degradando hasta convertirse en la materia orgánica que arraiga las raíces de la planta y su forma de enredadera me atrajo tanto que no pude hacer muchas preguntas, escuchaba a David contar que la siembra de vainilla es solamente experimental en la finca, que colabora con investigadoras de la Universidad Veracruzana y que han mantenido los experimentos contra viento y marea pues este año con una helada, granizo y viento se dañaron los invernaderos y están en proceso de reconstruirlos.

Cuando salimos del invernadero conocimos más de la planta de café: el soldado, como le dicen algunas personas al brote de la planta que aún conserva la semilla, la mariposa, que es la forma que se pueden observar con las primeras dos hojas que le salen al brote, y diversas variedades de plantas de café que, a simple vista, y con una pequeña explicación, se reconocían diferentes. Mientras caminamos entre las camas nuestros zapatos se llenaron de barro, la temporada de lluvias ha llegado y caminar se vuelve engorroso, los zapatos pesados y la pisada temerosa para quienes no estamos acostumbrados a caminar en el cafetal.


Foto: Sabina León

Entre las plantas de café, pepino y pápalo nos encontramos una cantidad diversa de insectos, mariposas de ensueño, grillos más largos que mi dedo medio y algunos gusanos peligrosos. Los colores de los insectos son maravillosos e inimaginables, nunca creería que además estarían tan apacibles ante un grupo de 15 personas que caminan por su casa.

Hacia el final del camino, mientras algunas personas masticamos pápalo recién cortado, otras lo devoran por su amor a esta olorosa planta, David nos muestra su lombricomposta y nos cuenta del proceso, de las lombrices californianas a todo detalle. Bea, una amiga y quien me asesoró en la tesis de maestría, se muestra profundamente interesada en la composta y le consulta a la maestra que se acercó a acompañar en la guía a David. ¿Para qué sirven las lombrices? A lo que la novel maestra que habita Baxtla le contestó, para ponérsela en la mano. La familia de Hita y David, desde pequeñitos están ahí corriendo entre las plantas de café, jugando con el terreno escarpado y disfrutando de las caricias de las lombrices californianas.

Subimos de regreso, conocemos las orquídeas y del gusto que existe en esta zona por la diversidad de plantitas de colores hermosos y cunas en sus flores. Vemos crecer algunas en tejas, otras cuelgan del techo y muchas más se encuentran en macetas sobre y debajo de la mesa. David las trae desde pequeñitas, llegan desde lejanas latitudes asiáticas y europeas y acá las crece donde la gente con mucho interés las adquiere mientras busca diversos colores. Nos sentamos nuevamente en el comedor para tomar un vaso de agua y realizar las últimas preguntas, pero la charla se ve interrumpida por una expresión abrumadora de ternura, todas nos detenemos en observar rápidamente hacia arriba en un rincón del techo: la mamá colibrí viene a traerles algo a sus bebés, el nido cuelga en una de las esquinas. ¿Habrá algo más tierno que un bebé colibrí?


Foto: Sabina León

Todavía con la ternura atrapada en nuestras miradas nos dirigimos al otro lado de la calle, más arriba, en la casa de los papás de David. Nos encontramos en la última parada, el cuarto donde tuestan y muelen café. Ahí nos hacen una demostración del proceso mientras cada persona del grupo compra uno, dos o tres kilos de café molido o en grano, sudamos y sonreímos, el tesoro está listo y será cargado en los vehículos. 

Mi taza ahora no solo tendrá el sabor del ritual y de la tierra, sino que tendré en mente el cariño con el que sucede que llegue el grano a mí mesa, la tierra que llenó mis zapatos y también la diversidad necesaria para que la planta de café exista y para que la familia que trabaja en la Finca flores del cielo construya su felicidad día a día.


Foto: Sabina León

@RuloZetaka


Edición: Fernando Sierra


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