Opinión
Rulo Zetaka
08/07/2024 | Mérida, Yucatán
Vivir en la península de Yucatán tiene sus desafíos, pero ninguno es tan amenazador como un huracán. La semana pasada estuvimos en vísperas del primer huracán de la temporada que venía directo hacia Yucatán e hizo sonar las alarmas de preparación desde el fin de semana anterior al impacto. Esta es una historia huracanada, llena de espera y salpicada de otras historias que viví, y de personas que vivieron y me relataron.
La preparación empieza con algo sencillo, una decisión que en toda casa se ha tomado con antelación, pero a veces no todo mundo está enterado ¿de quién es la responsabilidad de los preparativos? Aquí, donde cohabito con mi mamá, fue muy obvio y no hubo mucha discusión, ella estaba enferma y había que echarle la mano no solo con la enfermedad, sino también hacerme cargo con los preparativos de la casa. El peso de la concha espiral estaría, quizá por primera vez, prácticamente sobre mis espaldas.
Nuestra casa, que superó las cuatro décadas hace poco, ya no es un portento de ingeniería, algunos techos tienen goteras por el efecto del calor, algunas ventanas dejan mucho que desear y, como todo espacio habitado durante tanto tiempo, tenemos un montón de cosas afuera de la casa. Nunca creería uno lo que puede guardar en una cochera o en una terraza: Macetas, sillas, un tambo para cosechar agua, juguetes de perro, croquetas para perro, jaulas con loros, todo lo que reciclamos, bolsas de basura, lavadora, escobas, cubetas, palas, pico, rastrillo y un Mario Bros de cerámica que las hace de gnomo de jardín.
Adentro de casa tenemos un ventanal viejo, que siempre nos ha dado miedo que se rompa con un ventarrón y que resulta ser la ventana principal de mi habitación. Al no encontrar maderas, porque al parecer toda la ciudad se volcó a tapiar ventanales, ventanas y ventanitas, decidimos que la única opción viable si pegaba un huracán categoría 2 en la ciudad, era mudar mi habitación, sacar la mayor cantidad de cosas posibles y construir una biblioteca improvisada con todos mis libreros en el cuarto de mi papá, que hace unos meses abandonó este plano para irse a flotar al universo.
Las tareas titánicas no se realizan solas, al menos otros tres pares de manos estuvieron en la antesala de Beryl ayudando en mi casa, ya sea por cariño o por trabajo, movieron, acomodaron y escondieron. Durante la mañana del viernes en la que supuestamente llegaba el huracán, algunos pronósticos lo marcaban entrando muy temprano por la mañana por lo que no dormí nada bien. A las 4 de la madrugada empecé a danzar con los últimos detalles, encintar ventanas, mudar las últimas cosas, colocar trapos y cubetas de emergencia en puntos clave donde podría filtrarse el agua y me dispuse, con computadora y libros a la mano, a esperar la llegada.
Beryl se hizo del rogar, seis horas después de haber despertado seguía con la batería del celular al 100 por ciento, viendo las noticias en la tele y mensajeándome con amigues que estaban viviendo por primera vez un huracán o que por primera vez eran caracolitos, como yo. Decidí tomar una primera siesta, intranquila y luego de varias malas noches seguidas me dormí enseguida y me despertó un supuesto ladrido que seguramente soñé. Clío, mi perra, es muy sensible a los ruidos fuertes y me generaba ansiedad que se pusiera inquieta con el huracán. Ella dormía apacible mientras yo soñaba su ladrido, y al llamarla se despertó lentamente.
A los pocos minutos salí a ver cómo estaba la calle, vacía y con un perrito color jaspe que paseaba de ida y de vuelta por la cuadra. Él y su banda son los verdaderos dueños de la noche, que desconcertados andaban a sus anchas en calles vacías de humanos y de vehículos. Un señor, que a veces chapea en mi casa, pasó a tocarme a las 11 de la mañana para pedir comida, inquieto le di un tupper con frijol con puerco y le pedí que se fuera a su casa pronto, decían que a las 12 vendría lo fuerte. Preocupado y sin trabajo, pero al menos con un poco de comida en la mano, apresuró el paso.
Las 12 y sereno, nos dieron la una y las dos, en ese lapso recordé viejas historias, que ya tienen más de veinte años cargadas en mi memoria y en mis oídos. El viento sopla diferente y caprichoso cuando es huracán, no sabes nunca con claridad de dónde viene y suele tomarte por sorpresa porque no está soplando en una sola dirección. Esos vientos se escuchaban, las primeras ráfagas que hacen sacudir las copas de los árboles como si fuera un concierto de death metal, el headbang botánico es definitivamente una mala señal aunque, viéndolo en retrospectiva, tal vez fue la única mala señal.
A la continua espera le llegaron mas noticias saliendo de la tele, y varios más por Whats App. Supe de turistas en la Riviera Maya que estaban emocionados por vivir su primer huracán, y también una amiga me dijo, con algún dejo de curiosidad, que nunca había vivido uno. Es increíble el interés humano por asomarse a abismos profundos. Mientras un grupo numeroso de personas está urdiendo el sutil arte de esperar el naufragio, otras están disfrutando de un turismo de catástrofe, asomándose de manera sutil, o pornográfica, a la desgracia ajena que sucede en el caribe mexicano.
Esperar es un deporte de rachas, como bien nos enseña la pedagogía huracanada: por ratos puede que se rompa tu ventanal, por otros estás disfrutando de la más excéntrica gastronomía yucateca del siglo XX, los globitos con café caliente. En ese brebaje -que navega entre bebida y potaje- se ahogaba por ratitos mi ansiedad y me llevaba a un lugar mejor, uno sereno y fresco donde mis libros se mantenían secos y mi corazón en calma.
Otro de los hermosos bálsamos que se puede permitir una persona que habita la zona de huracanes en esta época son los memes. Para quien no sepa soy un asiduo de algo que le llamo “la memeósfera,” una pequeña comunidad de amistades, y amistades de amistades, con las que comparto memes en las historias de Instagram. El servicio diario de socialización de memes tuvo altas y bajas, parecía que iba a tener interrupción por huracán y hasta entramos a alerta naranja pero rápidamente nos percatamos que no sería así y fue subiendo de categoría el flujo de memes hasta volverse una vorágine, mucho más intensa que la tormenta tropical que a estas alturas de la tarde amenazaba Mérida.
Mientras todxs danzábamos alrededor de nuestras mesas, hamacas y camas,
Beryl salía por la costa norte de Yucatán anunciando que,
aunque dejaría libre a una buena parte del estado, otra se quedaría con algunas secuelas. No fue azaroso que saliera por ahí, pues algún funcionario decidió hacerle una afrenta, no sólo al dios Chaak, sino a todas las culturas que habitamos la península, instaló a
un dios colonizador de la lejana Grecia como guardián de las aguas. A veces, algunas personas tratamos con todas las fuerzas de barrer el colonialismo, pero se nos filtra por debajo de la puerta como cuando llueve fuerte, pues a algunos les sigue pareciendo de “buen gusto” tener ídolos anacrónicos y extranjeros.
Al final, nada pasó.
Foto: Rodrigo Medina
Se volaron algunas hojas de la mata de naranja de mi vecina, se guardaron triques y mas triques dentro de la casa, y nos informamos de la manera más junkie que podíamos. Peor que la vía intravenosa es la vía intraocular que nos ata de manos y boca para sólo escuchar y leer compulsivamente información que, probablemente, nos hace olvidar que esto de esperar un huracán es un arte que tal vez deberíamos ejercitar más seguido y con mucha calma.
No se ustedes, pero yo ya me pedí una power bank y estoy cotizando que hacer con mi ventana, espero que eso se resuelva para el siguiente huracán y así se cierre una hoja más de este desafío. El otro que me queda es comer el exceso de atunes, pero creo que no será tanto problema.
@RuloZetaka
Edición: Fernando Sierra