Opinión
José Díaz Cervera
25/07/2024 | Mérida, Yucatán
El telón de fondo es la trova yucateca: un andamiaje irrenunciable, una vibración perenne, un sonido legendario y mágico. En primer plano, el tiempo: comenzaban los años 80, años de tensión y de cambio en que se gestó el neoliberalismo y apareció el SIDA; de crisis económica y de represión en los países latinoamericanos; de rock en español y de baladas donde Juan Gabriel marcaba la pauta y en los que el panorama logró abrirse a la música alternativa; años de la música disco y de aparición del CD: tiempo de crisis y de consecuente renovación.
En ese contexto, la televisora del Estado convocó a un certamen para promover el bolero, en el que participaron figuras de la talla de Luis Demetrio, Vicente Garrido y Federico Baena, y en el que también se presentó un joven yucateco de 28 años con una canción melódicamente espléndida que lucía una letra que era una verdadera bocanada de aire fresco: Jorge Buenfil.
Yo estaba en la universidad y el concurso llamó mi atención y la de varios de mis condiscípulos con quienes comentábamos las emisiones. Desde un principio, la pieza de Jorge Buenfil fue nuestra favorita y también lo era de nuestro maestro de la clase de Producción Radiofónica (Germán Palomares Oviedo), que era jurado del certamen y con quien alguna vez platicamos el asunto.
Frente a las baladas insulsas de la época, el amelcochamiento de Rocío Dúrcal impostada de cantante de ranchero y los pocos y ya muy trasnochados boleros que a veces se dejaban oír, la canción de Buenfil nos reconciliaba con la música nacional que, por diversas razones, había dejado de interpelarnos casi por completo (con mis compañeros escuchábamos a Pablo Milanés, a Silvio Rodríguez y a Patxi Andión). Jorge Buenfil sonaba a novedad, olía a novedad, sabía a novedad: estaba hecho de nuestras cosas, de nuestros asuntos, tenía nuestras preocupaciones y una mirada cercana a la nuestra; Buenfil florecía de originalidad y —¿por qué no decirlo?— de fresca ingenuidad. “Eso y más” era un bolero con toda la barba, pero no lo parecía ni en su vocación literaria ni en su factura musical que evocaba al danzonete y hasta al tango.
Si bien los primeros versos de la pieza son ágiles y rítmicos, el tercero es sugerente por su carácter referencial: “Esas múltiples formas / de hacer que te ame / sin amarme…”. Es como si el autor nos propusiera un juego donde el discurso en torno al desamor no se contamina de dolor y de amargura, y donde la relación de pareja quedaba impregnada de un perfume lúdico a través del cual uno se va descubriendo poco a poco, y donde dudar es la única prueba que tenemos para saber que nuestro corazón existe: “Ese obligarme a ser / del recuerdo un olvido: / ese ser contigo…”.
La idea de que amar es siempre un aprendizaje (“amar es combatir”, diría Octavio Paz), rejuveneció provisionalmente un discurso —el del bolero— que lucía ya muy cansado. A partir del lenguaje novedoso y sencillo de “Eso y más”, algunos empezamos a recuperar los espacios mágicos (“…un hueco, un muro, una esquina…”) y comenzamos a ejercitar nuestras tareas emocionales (“pisar tu piel” y “escupir mi ser”, verso que los productores transformaron en “donde dejar mi ser”), imantados por una sensualidad transparente que enraizaba en la memoria, en el sueño y los espejos.
Había que emerger de uno mismo, extasiarse sin padecer e incluso padecer sin culpas (propias o ajenas). Amar era elegir un juego, practicar con entusiasmo la locura feliz de “ser y no ser”, salir de sí para acudir a la inmensidad, recreando el riesgo de nunca volver a ser uno mismo, de quedar atorado a la salida de una alcoba o en las orillas de un abrazo, sin más patrimonio que la incertidumbre de no saber si nos hemos liberado o hemos acabado prisioneros en la ciudadela de algún beso.
El bolero, que se había desarrollado bajo el imperio del discurso del amor-pasión, sufriendo desengaños y ansiedades, conseguía, en “Eso y más”, relajarse y gozar lo gozable, sin culpas y con una sorprendente vocación lúdica que tiene su concreción en el éxtasis erótico de quien ha ido más allá de sus fronteras: “Si un milagro pudiera nacer de este canto / te diría / que dejaras tu fiel vocación de matarme / con tu amor de un día, / de guerras floridas, / de prisas, de dudas / que me hacen olvidar / dónde acaba mi mar / y comienza tu espuma…”.
Al tomar distancia del discurso masoquista que había sido parte medular de la perspectiva amorosa del bolero, Jorge Buenfil también mostró que el género estaba cerca de sus últimas fronteras; el bolero ha sido un producto cultural extraordinario y su fuerza interna le ha concedido llegar al siglo XXI, aunque con pocas posibilidades de supervivencia. El mundo ha cambiado radicalmente y el bolero quizá no pueda asimilar esas transformaciones sin acabar transfigurado; tal vez “Eso y más” y algunas otras piezas le hayan dado al género un poco de energía (es sintomático que haya habido hace más de cuarenta años un concurso que se orientaba a la renovación de ese producto cultural). “Eso y más” es ya parte medular de la historia de la música popular latinoamericana.
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Edición: Estefanía Cardeña