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Tengo pánico a que me encierren, le confesó el Mayo Zambada a Julio Scherer

'Periodismo para la historia' recopila crónicas envueltas en verdad, traición y muerte
Foto: Archivo Proceso

El periodista Julio Scherer pudo dejar vestigios del dolor y el miedo; misterios que indagó y plasmó no sólo en los 20 libros publicados, sino en los cientos de notas, reportajes y crónicas que redactó y que ahora se publican en una antología titulada Periodismo para la historia

Curiosamente la crónica de su encuentro con el Mayo Zambada publicada en Proceso (abril de 2010 ), no está incluida en el tomo, pero debido a los últimos acontecimientos vale la pena reproducir un fragmento del diálogo que tuvo con el sinaloense.

-¿Teme que lo agarren?

-Tengo pánico de que me encierren.

-Si lo agarraran, ¿terminaría con su vida?

-No sé si tuviera los arrestos para matarme. Quiero pensar que sí, que me mataría. (…)

-¿Lo atraparán finalmente?

-En cualquier momento o nunca. 

La verdad, la traición y la muerte fueron sus obsesiones. La búsqueda de los últimos alientos, sean éstos palabras, lecturas, olores y visiones de los que huyen, están presos, van a morir y murieron, se vuelve lo único; como si allí se ubicara el final del túnel donde se encuentra agazapada la mentira; la culpable de todo, supongo.

Como una enfermedad el periodismo inoculó la mente de Julio Scherer García y, al darse cuenta, escribió un diario que  explícitamente narra cómo ese germen creció y acosó a sus cercanos hasta que finalmente lo infiltró.

A Octavio Paz le suplicó escribir en sus momentos más oscuros, cuando el cáncer lo tenía prendido como un animal  a su presa. También intentó decírselo a Garcia Marquez, pero este ya estaba colocado en otro tipo de soledad. 

Y así encontró en las tragedias, los funerales, últimas visitas y momentos terminales las veredas del infierno tan temido, hasta que, por fin, él fue el protagonista y reportó su propia muerte.

A continuación se presentan las pruebas de esta interpretación, en forma cronológica, escritas por este singular reportero que inhaló el plomo del crisol donde se fundían las letras impresas en papel periódico de un viejo Excélsior y su revista Proceso y que ahora son extraídas de las 683 páginas de dicho libro editado por Grijalbo. 

Hube de aceptar los hechos  

Septiembre de 1948, a los 22 años. “En la redacción las voces de los reporteros son ahogadas por el ruido trepidante de las máquinas de escribir. Saben éstas que las noticias deberán estar concluidas en unos minutos más (…) Las máquinas de escribir enmudecen, una a una. Los teléfonos ya no preguntan por nadie. Pasos que se alejan, Unos cuantos papeles regados por el suelo. Silencio en la redacción”. 

60 años después. “Como periodista me sentí trastornado cuando vi publicada mi primera nota en el diario. Me soñé cazador de especies inauditas”.

17 abril de 1957. “En unos segundos fue abierto el ataúd forrado de terciopelo que protegía los restos de Pedro Infante, desde Mérida. Apareció un cuerpo envuelto en sábanas blancas. No había manera de observar un cabello. Por más que se apreciaban perfectamente los rasgos fisonómicos del actor y su musculatura”.

27 noviembre de 1957. “La caja mortuoria permaneció herméticamente cerrada. No se quiso qué persona alguna pudiera ver el rostro de Diego (Rivera). Tiene un color gris verdoso y ángulos sumamente marcados. Sus párpados, que eran protuberantes, habían perdido todo realce. Su pelo oscuro, fino y delgado, fue peinado con goma y resaltaba dramáticamente en una faz decrépita. Se veían es ésta grietas, más arrugas. Y los labios fuertemente cerrados y de un color violáceo. (…) Las manos de Diego aparecían cruzadas, a la altura del estómago. Y por momentos parecían acentuarse los rasgos afilados de su rostro, que le daban un aspecto desconocido”.

2 julio de 1959. “Dos manos trémulas levantaron el cristal del féretro y un estremecimiento instantáneo sacudió a los presentes. Allí, sin el disimulo del vidrio, sin esa barrera, estaba el rostro de Vasconcelos: los labios fuertemente cerrados, los bigotes erizados, la faz tranquila aunque ya con ese inconfundible color verdoso que hace pensar en la presencia de una simple máscara, en un remedo del rostro que todavía palpitaba y vivía”. 

6 diciembre de 1974. Bangladesh. “Algunos niños se arrastran, igual que contorsionistas. Un adulto es menos que un títere, la cabeza y las caderas a la misma altura, los brazos colgantes, fiebre y desesperación en los ojos. Sonríe para atenuar el shock que provoca (…) No hay tregua para una lúgubre fantasía. Dondequiera se mire hay cuadros de sufrimiento y desesperanza. La muerte es la vida en Dacca”. 

Agosto de 1969. Discurso ante cooperativistas. “Un periódico que no es noticia no es un gran periódico”.

7 abril de 2002. Discurso por el Premio Nuevo Periodismo Iberoamericano. “Conviene reconocer que nuestro oficio tiene una dosis de perversidad: es difícil escapar a la seducción que ejerce (…) Perdería su sentido si no recorriera los oscuros laberintos del poder ahí donde se discute el hambre sin sentirla (…)”.

16 octubre de 2011. “Al camillero Octavio Paz le llamaba Hércules, sobrado de razón. Hercules avanzaba con precaución extrema, pero no podía evitar algún movimiento en la silla que arrancaba del hombre que moría, protestas continuas. “Hercules, cuidado; fíjate, Hercules”.

El muchacho no despegaba los ojos del piso y caminaba como si fuera de puntas. El cáncer ya había acabado con el Nobel”. 

19 abril de 2014. Sobre Gabriel Garcia Marquez. “La última vez que estuve con el escritor fui testigo de su deterioro. Su cabeza ya no era la máquina perfecta que había revolucionado la literatura”. 

7 diciembre de 2014. “Escuche a Vicente Leñero por teléfono, la voz lenta, húmeda. “Llegó nuestro tiempo, Julio. Tengo un tumor en el pulmón. Cáncer. Los médicos me dan dos años de vida””.

11 enero 2015. “El viaje en ambulancia hasta Medica Sur fue a toda velocidad, enloquecedora la estridencia chillona de la sirena del vehículo (…) Yo sentía la muerte y la deseaba como una obsesión. No tuve un pensamiento para Dios o el más allá (…) Tampoco supe del arrepentimiento por la vida torpe que había llevado. La ambulancia llegó finalmente y, en el quirófano, la oscuridad me envolvió.

(…) Al despuntar la borrosa claridad después de la cirugía, fracturada la cadera, sentí que mi cuerpo estaba hecho para el dolor (…) Por más que hubiera nadado todos los días de mi vida, mi cuerpo tenía un destino (…) Hube de aceptar los hechos (…)”.

Dos años después el muerto era él. 


Edición: Fernando Sierra


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