Opinión
Rulo Zetaka
30/07/2024 | Mérida, Yucatán
Una mujer al final de sus veintes camina por una calle populosa y choca, sin querer, con un hombre al principio de sus treintas. Observamos cómo se cruzan con un brillo sus miradas, el arroyo de gente a su alrededor no se percata de lo que sucede y esas dos personas empiezan una historia de amor que terminará con un atardecer mirado desde la banca de un parque. ¿Dónde habrá sucedido esta historia?
Cuando empecé a escribir narrativa y crónica, me daba cuenta que había lugares comunes que me empezaron a repeler, lugares comunes que han sido narrados por mucho tiempo en el cine, pero también en la televisión y por supuesto en los libros. Pensé en un principio que huía de alguna de estas narrativas porque me empalaga el amor romántico, pero luego me di cuenta que se narraban desde lugares que me eran ajenos.
Hace veinte años fui a Nueva York con mi familia, y viví el capítulo de los Simpson donde a Homero todo le sale mal en la Gran Manzana y decide salir huyendo de ahí con el coche averiado, rescatando -según él- a la familia quienes habían vivido una historia mucho más tradicional de la narrativa neoyorkina. Pensé que nunca más volvería y que me parecía una ciudad que me repelía por tan funesta historia, sin embargo, volví una y otra vez, en arte, en cultura, en política, en la academia y en la literatura. Renegué mientras estudiaba el posgrado de leer textos que fueran escritos en inglés y aún así no me escapé de más de una referencia al MoMA.
Con los años observé que las calles narradas por la narrativa hegemónica se apoderaban no sólo en la percepción de lo que entiendo como calle o ciudad, sino que también estarían en mis sueños. Mis espacios oníricos se parecían al gris de Manhattan, o al verde de Paris. Antes de dormir, por las noches que caminaba haciendo arte urbano en Mérida hace más de 10 años, pensaba que las calles eran aburridas y que habría que irlas pintando con graffitis y llenándolas de stickers, que se parecieran un poco más a las sucias y vibrantes paredes de la Ciudad de México.
Mérida me parecía aburrida, e inenarrable, el sol que calienta todo y resquebraja las piedras, las plantas que sobreviven a las olas de calor y a las lluvias torrenciales, el trazo urbano ubicable por numeración y el viento que apenas refresca por las noches. Nada de esto era contado y yo no podía soñarlo.
Este texto empezó a surgir a principios del año, donde compartí con unos amigos latinoamericanos que habitaban el primer mundo. Las reflexiones parecían siempre vincularse con experiencias vitales del flâneur francés o el kebab en las calles de Alemania y su identidad estaba atravesada por ser el otro en el territorio europeo y norteamericano. Pensé que ellos, por fin, estaban viviendo la vida narrada, la que sucede en los clásicos de la literatura o donde peleaban los Avengers.
Pero la forma de esta reflexión se materializó un día antes del inicio de los juegos olímpicos de París, esa justa deportiva mundial que reúne a gente de todos los continentes para lograr ser el mejor en su disciplina. Pensé que, en esa competencia donde siempre la hegemonía estará gobernada por el norte global, se escabullen los pesistas norcoreanos que narran historias increíbles de un país oculto al mundo, rebasan por la izquierda los corredores etíopes, dan en el blanco
las arqueras mexicanas y triunfan los pugilistas cubanos.
Ante la avalancha de narrativas que nos tratan de mostrar un mundo diverso que es dominado por unos cuantos, me gusta pensar que siempre habrá hierbas de asfalto que hacen grietas para mostrar sus flores. Pienso que esto nos reta a otra búsqueda de cómo narramos el mundo y nos plantea preguntas que valdría la pena pensar cuando vemos una película, leemos un libro o vemos alguna competencia olímpica:
¿Será que el mundo siempre fue dominado por personas que se ven de cierta forma?
¿Se necesita ser el mejor en algo para que nuestra historia sea valiosa?
¿Podría encontrar referentes que se vean como yo?
¿Habrá suficientes historias que sucedan en las calles de mi ciudad?
¿Podrá la existencia no urbana destacar en una lucha sin cuartel que nos ata al color gris?
Creo que hoy las preguntas son mas importantes que las respuestas y espero que tanto quién lee, como yo, nos demos la oportunidad de festejar una medalla de bronce de un país que no podríamos ubicar en el mapa y del que desconocemos su lengua.
@RuloZetaka
Edición: Fernando Sierra