Opinión
Pablo A. Cicero Alonzo
30/07/2024 | Mérida, Yucatán
Hasta hace sólo unos meses, por las noches, los pasillos de la ex penitenciaría Juárez los recorrían fantasmas de criminales cuya muerte no puso fin a su excomunión y los eructillos contenidos de burócratas condenados a archivar bosques. Desde la encrucijada en la que se decidían condenas y ahora trámites, un gato chel vagaba, dándole cinco segundos de gracia a ratones con sueños suicidas.
Ese gato, el licenciado Mantecado, fue el primero en percibir que algo iba a cambiar. Aún con sus bigotes recortados, desde la timidez de uno de los vericuetos de la antigua cárcel vio desembarcar a un tropel de trabajadores. Esos recién llegados olían a nébeda o gatería y comenzaron a instalar un esqueleto de fierros y cables. Los trabajos se atrasaron, lastrados por el episodio que se sumerge en la laguna de nuestro olvido.
Una madrugada en la que el gato hacía un rondín extramuros, deseando dar guerra en el parque de La Paz, vio que la fachada de su cubil, esa mole que lacera el cielo, se iluminó con rayos extraterrestres, fundiéndose con la galaxia. Entre el celo y el miedo, no durmió dentro. Fue hasta la llegada de los primeros trabajadores cuando se atrevió a reclamar, de nuevo, su territorio.
Fiat Lux. Las luces continuaron y fueron tomando forma; el licenciado Mantecado comprendió los engranes luminosos que escupían figuras en el lienzo de concreto en el que se había convertido su hogar y dejó de temer a esos relámpagos domesticados. A la luz se le unió el sonido, y al sonido, el movimiento. A su territorio, debidamente marcado, comenzaron a peregrinar manadas.
Desde entonces, las plantas del parque de La Paz florecen de noche; tienen pétalos de luces led y pistilos de acordes musicales. Los rostros de los noctámbulos que conjuran en la explanada de entrada de la ex peni contrastan con quienes los obligados a checar tarjeta o perderse laberínticos burocráticos a plena luz del sol. Ahí, cantaba Sabina, se cumple eso de que nos pueden quitar los días, pero las noches, no.
En el pantano de las vacaciones y los cambios de gobierno hasta los huracanes parecen tomárselo con calma; domados por la indolencia, sólo los que llegan y los que se van logran librarse del limbo en el que purgamos nuestras culpas a cuarenta grados a la sombra. En ese paréntesis, la mayoría, sólo elucubramos. La monotonía nos obliga a dar varias lecturas, intentando hallar mensajes entrelíneas.
Esperamos, pero no hacemos; encendemos veladoras, mandamos mensajes que se quedan en visto. Nos ponemos en manos de otros. Pero muchos despertamos cuando fuimos testigos de cómo se recuperó la noche, y ya no podemos quedarnos callados, a la espera. En muchos sentidos, este no es un intermedio entre actos: es una obra completamente distinta. Este cambio no debe traducirse en comenzar desde cero.
Hay muchos proyectos que merecen continuar e, incluso, ser fortalecidos. Uno de ellos, por ejemplo, es el del parque de La Paz y la ex peni. Ahí se logró recuperar un espacio público con éxito, dándole vida a la noche. Sin embargo, como suele suceder con el arte y la cultura, quedan ganas de más. El cambio germinado ahí debe florecer igual en los días, como las gazanias y los lirios.
La ex peni debe convertirse en un centro cultural, donde se pueda igual soñar bajo el sol. Que la belleza y el arte barran y trapeen castigo y culpa, que desempolven trámites y papeleo. Los funcionarios que hoy día trabajan ahí pueden ser fácilmente reubicados en otros edificios, incluso con mejores accesos y comodidades para ellos y para quienes atienden. El único inamovible sería el licenciado Mantecado, que desde hace varios kilos renunció a ser feral.
Hay muchísimos otros proyectos que, como el del parque de La Paz y la ex peni, merecen ser cuidados. En la monotonía estival suelen brotar teorías de conspiración —los terraplanistas, los iluminati y los reptilianos no descansan— advirtiendo que mucho de lo bueno será borrado por mezquindades políticas. En ese caso no sólo se trata de conquistar el día sino también de defender la noche. Y eso nos toca a nosotros.
Edición: Fernando Sierra