Opinión
Atcire Sarabia
12/08/2024 | Mérida, Yucatán
En el museo de sitio de la zona arqueológica de Dzibilchaltún se alberga una gran colección de cerámica prehispánica con vasijas y artefactos elaborados hace siglos, que no solo son piezas de arte, sino testigos silenciosos de la vida y costumbres de los antiguos mayas. Es gracias al trabajo meticuloso de especialistas en restauración, que estas vasijas han sido devueltas a su esplendor original.
Estos artefactos, utilizados para diversos fines rituales y domésticos, requerían atención debido al paso del tiempo y a las condiciones ambientales. El proceso de restauración fue llevado a cabo por especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Como parte de esta labor, las piezas del museo fueron limpiadas para eliminar la acumulación de polvo; en algunos casos, se borraron intervenciones antiguas no estables y se realizaron nuevas intervenciones; en otros casos, se trabajó para eliminar manchas y materiales ajenos.
Pero se preguntarán, ¿Qué es un restaurador de arte y por qué se dedican a limpiar vasijas? Conocer a qué se dedica un restaurador de arte es acercarse a entender su esencia y verdadera valía. Estos profesionales se dedican a preservar el patrimonio cultural y artístico del país, actuando como “médicos” de las obras de arte. Frente a un objeto para restaurar, los restauradores levantan un expediente clínico con los síntomas de deterioro a lo largo del tiempo, lo cual lleva al diagnóstico de la pieza determinando las causas del daño y el tratamiento necesario. Los restauradores también documentan cada etapa de su labor, tomando fotografías y elaborando informes detallados, lo cual es fundamental para futuras investigaciones y para asegurar la duración de cada intervención realizada. Además, supervisan las condiciones en que se mantienen las piezas, considerando factores como la luz, la temperatura y la humedad, para prevenir futuros daños y asegurar la conservación a largo plazo de estos objetos históricos.
Ser restaurador conlleva una gran responsabilidad, ya que se deben manejar y aplicar tratamientos específicos a cada pieza con máxima precisión y profesionalismo. Para llegar a ser un restaurador profesional, se requiere una rigurosa y extensa formación que incluye materias como química, biología, historia del arte e incluso legislación, a través de una licenciatura que dura de cuatro a cinco años en Conservación y Restauración de Bienes Culturales. Esta formación brinda los conocimientos necesarios para aplicar técnicas avanzadas y científicas en el trabajo cotidiano. Todo restaurador está capacitado para intervenir en una variedad de materiales como cerámica, papel, madera, metales, textiles, pinturas, murales, etc., aunque algunos se especializan en un solo tipo de soporte. Es importante mencionar que, para ejercer la profesión, es necesario contar con una cédula profesional o una carta de pasante de la licenciatura.
Durante la puesta en escena del trabajo de restauración, los especialistas utilizan una variedad de herramientas y equipos para tratar las piezas. Estos incluyen guantes y mascarillas para protegerse de los disolventes utilizados, bisturís para cortar o limpiar capas de suciedad o repintes, jeringas para inyectar en grietas o fisuras, pinzas para extraer materiales ajenos, pinceles para aplicar color o adhesivos, e incluso microscopios y análisis clínicos para examinar la composición de las obras, entre otros. La labor de un restaurador es, en gran medida, silenciosa y anónima, quedando documentada únicamente en los informes internos de instituciones y museos. Un restaurador no puede firmar la obra que interviene ni dejar su huella en las limpiezas realizadas, lo que hace que su trabajo sea poco reconocido y visibilizado por la sociedad, pero no por ello menos relevante. En ese sentido, es fundamental socializar las competencias y trabajos que se realizan tras bambalinas, alejados de los reflectores y vitrinas, pero de suma importancia para poder conocer y disfrutar de objetos del pasado.
Hoy en día, la conservación del arte es tan importante como su propia elaboración, especialmente cuando se trata de patrimonios arqueológicos como las vasijas de cerámica de Dzibilchaltún donde su restauración no solo representa la conservación de un logro artístico a través de la historia, sino que también mantiene por más tiempo, un vasto testimonio de las habilidades técnicas y científicas de los antiguos mayas.
Gracias a la labor de los restauradores podemos admirar y aprender de los tesoros y herencias culturales que encontramos en museos, galerías y sitios arqueológicos, entendiendo mejor la historia y la cultura de nuestro país. El trabajo de restauración no solo conserva el pasado, sino que lo revive para las generaciones presentes y futuras, garantizando con ello que el legado cultural siga vivo.
Atcire Sarabia es restauradora del área de Conservación y Restauración en el sitio arqueológico de Dzibilchaltún.
Coordinadora editorial de la columna: María del Carmen Castillo, antropóloga social del centro INAH-Yucatán.
Edición: Estefanía Cardeña