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Foto: Raúl Angulo Hernández

Cuando se habla de los sitios representativos de Mérida, las primeras respuestas son de libro de texto: la Catedral, la Plaza Grande, el Paseo Montejo; tal vez alguien sugiera recorrer la colonia García Ginerés, y muy probablemente haya quien afirme que basta un recorrido en el Turibús para conocer, al menos de vista, los lugares más importantes de la capital yucateca. Sin embargo, existe un lugar, un parque, que desde hace 114 años forma parte de la formación sentimental obligatoria de todo habitante de esta ciudad que se precie de serlo: el Centenario.

Oficialmente, y desde 1962, se le denomina Parque Zoológico del Centenario, aunque previo a esa fecha era esencialmente un jardín botánico. De ahí que todavía encontremos, un tanto ignoradas por indoctos funcionarios, algunas identificaciones de las especies vegetales ahí albergadas, contenidas en marcos de hierro. 

El parque, en realidad, es de la poca obra pública que pudo hacerse en Yucatán para conmemorar los primeros 100 años de la independencia de México. Esto no fue de ninguna manera por falta de voluntad, antes al contrario, pues las fiestas con motivo de la visita del presidente Porfirio Díaz al estado, del 4 al 9 de febrero de 1906, fueron el ensayo para lo que se haría en el resto del país; y para entonces ya no quedaba obra pública en desarrollo, pues Díaz había llegado para inaugurar la escuela Nicolás Bravo, en el barrio de Santiago; la ampliación de la Penitenciaría Juárez, el Hospital General Agustín O’Horán y el Asilo Ayala. Lo único que quedó en ejecución, y se inauguró en 1907, fue el edificio sede de la Junta Superior de Sanidad.

Erigir un jardín botánico en una zona recientemente revitalizada resultaba una opción viable, rápida y poco onerosa para una ciudad que acababa de experimentar una urbanización extensa, y además implicaba dejar a los meridanos un espacio para el disfrute.

Poco a poco, lo que fue un espacio verde fue ofreciendo más servicios. Testigos de esto son la fuente que la comunidad cubana donó a Mérida, la cual es hoy en día un poco difícil de encontrar, aunque se encuentra en un rincón que no suele concentrar a los visitantes. Otro es el kiosko, del que se cuenta que originalmente estuvo en la Plaza Grande, y aunque es cierto que la Plaza de la Constitución contó con uno, como los hay en muchas otras ciudades, no se trata del que está en el Centenario; eso sí, la Plaza ha tenido varias remodelaciones y ninguna ha contemplado devolverle el kiosko.

Otro testigo es un bloque de piedras que contienen varios mensajes tallados. Entre ellas no existe secuencia, aunque es posible deducir que se trata de relatos de acontecimientos ocurridos durante la Guerra de Castas, posiblemente mandadas a cincelar para conmemorar alguna victoria por parte de las tropas yucatecas sobre los “bárbaros”. La explicación de las lápidas es una deuda con la historia regional.

Pero el éxito del Parque del Centenario es uno que, más que a los servicios que brinda, se debe a que se convirtió en un espacio para el disfrute cotidiano, y para las experiencias familiares tempranas. Un paseo por el parque constituye, desde hace ya varias décadas, la primera salida de un bebé al espacio público; hasta podríamos decir que se trata de un rito de paso en el cual se introduce al infante a la diversidad de vida que hay en el mundo.

Y para que haya constancia de que se ha cumplido con el rito, se requiere de un testimonio documental. Desde que las cámaras fotográficas se popularizaron, prácticamente no hay niño yucateco, independientemente de su clase social, religión, color de piel, si su ascendencia es maya, castiza, libanesa, coreana, cubana, alemana o francesa, que carezca de una instantánea junto al león del Centenario; una estatua que en honor al servicio que ha prestado a Mérida, merece una buena restauración y ser colocada en un espacio propio.

El Parque del Centenario es el segundo sitio más visitado de Yucatán, únicamente detrás de Chichén Itzá; con la salvedad de que quienes acuden a él son los residentes de la ciudad, sin importar su edad. El Centenario es en esencia un gran lugar para la convivencia y unión familiar, pero también un sitio en el cual se crean experiencias: lo mismo para quienes se encuentran en la primera infancia como para los adolescentes de las escuelas cercanas y otras no tanto, pues existen planteles que programan excursiones al zoológico, sin que puedan omitir por lo menos una vuelta en el trenecito; sin olvidar a las personas de la tercera edad que acuden también movidos por convivir con los nietos, y hasta bisnietos.

Por tantas memorias, el Parque del Centenario es sin duda un punto neurálgico de los meridanos, quienes de alguna manera tenemos un recuerdo asociado a él. Desde quienes disfrutaban de encaramarse a la avioneta, hasta quienes desarrollaron cierto cariño y empatía por Susy, la chimpancé, o quienes alguna vez entraron a la casa de los espejos, o simplemente hasta la fecha no se cansan de recorrer sus avenidas. Si algo tenemos los meridanos en común es precisamente tener un recuerdo, una vivencia en el Centenario, alojada en el corazón.


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Edición: Fernando Sierra


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