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Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

Sirvan estas líneas para expresar algunos porqués del júbilo con que muchos millones recibimos el cambio de régimen que cada vez es más claro: representa una revolución pacífica en nuestro país. Por supuesto, hay gente cercana que forma parte también de millones que en ejercicio de su derecho estarán en total desacuerdo con lo que planteo.

Yo inicié muy tempranamente mi intento de comprensión de la realidad que vivía nuestra sociedad, influenciado por compañeros de escuela mayores que provenían ya de una militancia política. Entre muchas cosas que nos parecía necesario cambiar figuraba acabar con la desigualdad que percibimos espeluznante en los lejanos años setentas, además de la evidente falta de democracia, violación de derechos humanos, el uso de la fuerza del Estado para reprmir cualquier postura que se opusiera al statu quo. Sin soslayar el monopolio absoluto de los medios de comunicación que se convirtieron en un poder tan avasallador que lograron imponer presidentes de la República. 

Participé con entusiasmo en movimientos radicales en el estado de Sinaloa, de los cuáles me fui alejando poco a poco (comprendí que era justo honrar el sacrificio de Salvador Allende en Chile persiguiendo su sueño de cambiar las cosas sin violencia), luego en el movimiento del Comité Estudiantil Universitario (CEU) y ya en los ochentas en el Frente Democrático encabezado por el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, asistí como simpatizante a innumerables marchas que culminaron con la protesta contra el fraude electoral que encumbró a Salinas y en donde nuestra exigencia de tomar Palacio, fue atemperada por el líder persuadiéndonos de que podría ser el inicio de una masacre.

Ahí ya andaba López Obrador en el template, pero no era tan conocido y mi insuficiencia informativa no me regaló su recuerdo a la postre. Luego cobró notoriedad y lo seguí pero ya alejado de las marchas. Admiré la consistencia de su discurso, su tozudez y su entereza para enfrentar a lo que constituyó una verdadera mafia que convirtió al gobierno en gestor de negocios privados. Nunca lo llegué a ver en persona, pero mi admiración fue en aumento año tras año, lo que me valió oponerme, a veces encarnizadamente a compañeros de mi generación que no compartían mi simpatía. 

Desde mis trincheras, desde las conversaciones con familiares y amigos he mantenido mi postura de respaldo al proyecto de este monstruo de la política que la historia se encargará de colocar en el sitio que le corresponde, por haber logrado iniciar el divorcio del poder político del poder económico, por devolverle al estado su capacidad regidora y autónoma frente a los poderes fácticos.

Enumero sólo algunas cosas que me vienen a la cabeza como sueños realizados bajo su administración: nueve millones de personas sacadas de la pobreza, llevar a rango constitucional el apoyo a los adultos mayores, el término del monopolio de empresas privadas para la compra de medicamentos del sector público, el apoyo a los jóvenes, el no endeudarnos, sobre todo en un periodo tan drástico como el de la pandemia, la obra pública, controversial si se quiere, ahí está como nunca antes y algo que me atañe particularmente: su forma de comunicar. Espero que nos sobren años para estudiar este fenómeno de comunicación que instauró Andrés Manuel; por lo pronto, celebro la desmitificación de la figura presidencial lejana del lenguaje del pueblo. 

He vivido su sexenio desde la trinchera de La Jornada Maya, en donde hace seis años alzamos nuestras copas todavía incrédulos por lo que nos tocó presenciar: llegó la era morena.

Ahora que se va, tras un maremágnum de desinformación que lo tildó de narco, que lo vilipendió hasta el hartazgo, que lo juzgó de dictador, siento el orgullo de tratar de ser justo desde las páginas del periódico sobre su proceder, dando lugar también a las voces discordantes, aún con esas acusaciones de que se perpetuaría en el poder (curiosa dictadura eterna, que duró sólo seis años; merecería el premio Guinness, dirán los memes).

No puedo ser más coincidente con la letra que adaptó Pedro Miguel de la canción La Paloma sobre esta mezcla de tristeza y esperanza que vivimos muchos en este momento. Se va un fenómeno de la política no sólo de México, sino del mundo y llega al relevo una mujer absolutamente de izquierda, de quien he de decir que acompañé anónimamente en las marchas del CEU. Una brillante científica de mi generación llega a la presidencia y echo de menos a mis hermanas de sangre y de lucha que ya no están, porque brindaríamos desaforadamente por este momento que la vida nos regaló presenciar y para procurar que no se olvide y que nunca se repita el regreso de los sátrapas que nos esquilmaron también desaforadamente.



Edición: Fernando Sierra


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