de

del

Oceanía asombrosa

Tan distintos y tan iguales los polinesios y los peninsulares
Foto: Margarita Robleda Moguel

    ¿Quién lo dijera? ¡El mundo es un pañuelo! ¿Recuerdan a Rarotonga? El nombre me brincó cuando una neozelandesa me dijo que tuvo unas vacaciones maravillosas en esa isla que se encuentra dentro del archipiélago de Nueva Zelanda. 

    La curiosidad me hizo investigar y me encontré con la historia, escrita por Guillermo de la Parra que fue publicada en la famosa revista semanal de Lágrimas, risas y amor, de la escritora Yolanda Vargas Dulché. La novela nos cuenta de un médico que viaja muy lejos, donde al ver bailar a la protagonista de la historia, una curvilínea morena de ojos verdes, pierde los sentidos, en especial el de responsabilidad e inicia el forcejeo de las emociones. 

    Recuerdo la imagen de Rarotonga, más no el argumento; mi entendimiento infantil no daba para esas complicaciones, que ahora, en estas islas paradisíacas, puedo comprender con mayor facilidad. 

    Las mujeres polinesias bailan con una sensualidad exquisita, sin importar el volumen de su cuerpo ni la edad que lo conforma y una libertad desconocida para nosotras. 

    Mientras que sus manos cuentan historias de amores, el ondulado de su cadera envía invitaciones con tanta suavidad que uno no cae en cuenta en el momento de ser atrapado.

    Me pregunto si don Guillermo fue a los famosos centros nocturnos donde llegaban las grandes caravanas artísticas, y este caso: “Para los distinguidos paladares que hoy nos visitan, desde el lejano continente de Oceanía, directo de la Polinesia y la isla de Rarotonga, hasta México D. F…”

    Ágiles polinesios jugando con el fuego, tambores acelerando palpitaciones, bocas abiertas y ojos de platos embelesados ante las danzantes le dieron a don Guillermo de la Parra el tuétano de la historia, permitiendo así a los polinesios, continuar su vocación de emigrar y conquistar, de llegar hasta el otro lado del mundo: a México.

    Y es que el genetista Bryan Sykes, en 1990 comenzó en la isla de Rarotonga con 20 muestras de sangre para estudiar el ADN y dilucidar el origen de los polinesios. Posteriormente obtuvo una conclusión de estos estudios y esta fue que todos los habitantes de la Polinesia (con pocas excepciones) son descendientes de un grupo de personas que partió alrededor de 1500 A.C. de las costas de China o Taiwán.

    Los viajeros polinesios llegaron a Rarotonga alrededor del año 830 d. C., desplazándose luego hacia el noroeste a las islas de la Sociedad (antes Polinesia Francesa con Tahití como capital), arribando en el 1050  D.C. En 1110 otros migrantes continuaron también hacia el sur hacia las islas Australes llegando a Rapa Iti alrededor del año 1190 d. C., y finalmente hacia las islas geográficamente distantes, pero con poblaciones genéticamente conectadas, donde se desarrollaron las culturas megalíticas, como la isla de Pascua (en Chile), la más oriental de las islas polinesias, donde se establecieron aproximadamente en el 1200 D.C. 

    Hace 1500 años, los polinesios llegaron a la isla de Oahu, en el Archipiélago de Hawái constituido por islas de piedra de lava de sus volcanes de miles de años y que con otros tantos años transformaron en el paraíso que hoy conocemos. 

    Ayer en la isla de Moorea, de la Polinesia Francesa, que se encuentra a solo 17 millas de Tahití, el guía nos decía que mucha de su población cruza todos los días a trabajar, a estudiar o de compras. Los mil estudiantes viajan gratis. Comentaba que los aviones hacen el recorrido en 7 minutos, los barcos de pasajeros en 30 y las canoas polinesias, tradicionales de dos cayucos, que siguen navegando y que fueron con las que fueron colonizando todas las islas, cruzan en seis días. 

    Reconocemos imperios como el otomano, el inglés, etc.  ¡La sorpresa es descubrir a los polinesios, calladitos en sus “canoitas” y su tenacidad, poblando el mundo!

    ¡Siiii, soy de aquí! ¡No soy una necia cualquiera, somos poli!

    Tan distintos y tan iguales, los peninsulares y los polinesios, tenemos flamboyanes, flores de mayo, somos alegres, cariñosos, nos encanta conocer mundos y en cualquier lugar habrá un paisano ¡conquistando con nuestras delicias culinarias!

    Conforme continuamos navegando el Pacífico norte, encontramos misterios de esta Oceanía que hasta hace poco sentía tan lejana y que ahora descubro mucho más cercana de lo que imaginaba. Maravilla que te da salir al encuentro del otro. 

    Lea, de la misma columna: Oceanía misteriosa

    Edición: Fernando Sierra


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