Opinión
La Jornada Maya
22/10/2024 | Mérida, Yucatán
Alcanzar la soberanía alimentaria, entendida como el derecho de los pueblos a definir sus propias políticas de producción y consumo de alimentos, priorizando cultivos locales y el acceso a comestibles saludables y culturalmente apropiados, implica un cambio de paradigma en cuanto a la manera en que las sociedades aseguran la nutrición de sus integrantes.
Así, la referencia es hacia la capacidad de las comunidades para crear y gestionar su propio sistema alimentario, en lugar de depender de productos importados y/o industrializados. La idea entonces rompe con otras precedentes, como la seguridad o la autosuficiencia alimentarias. La primera consistía en que a través del comercio, un país pudiera garantizar a todos sus habitantes la cantidad de calorías para subsistir, mientras que la segunda aspiraba a que todos los alimentos fueran de origen nacional.
Así, cuando Julio Berdegué, secretario de Agricultura y Desarrollo Rural, asegura en la conferencia presidencial que el objetivo fundamental en materia agropecuaria de esta administración es avanzar hacia la soberanía alimentaria, debe entenderse la creación de varios sistemas locales de producción agrícola y hacer a un lado buena parte de los comestibles de origen extranjero.
A grandes rasgos, el funcionario delineó que lo que se pretende es “incrementar la producción de alimentos saludables, bienestar de los productores del campo, garantizar una mayor eficiencia en el consumo de agua y producir con mayor respeto al medioambiente”.
Hay entonces una diferencia entre producir lo que se va a consumir y lo que se producirá y obtendrá del mercado internacional. La prioridad estará en que los agricultores locales sean los primeros beneficiados y lo que se obtendrá a mediano plazo será, posiblemente, una mayor diversidad en la oferta de comestibles nacionales; sin duda una excelente contribución para que la alimentación de los mexicanos sea variada y nutritiva a la vez, pero hará falta asegurar que las cantidades obtenidas de cereales, principalmente maíz,carnes, leguminosas, vegetales, frutas y hortalizas, sean suficientes para sostener el desarrollo de los demás sectores de la economía.
Históricamente, ningún pueblo ha conseguido conciliar la soberanía con la autosuficiencia alimentaria; de manera que crear un sistema de producción y gestión que garantice a todas las personas la nutrición, más que la ingesta de calorías, requiere de un esfuerzo en el que deben coordinarse varios sectores que van desde los campesinos, jornaleros y ganaderos hasta la academia y, por supuesto, los tres niveles de gobierno. El peligro es que el sistema requiere de ajustes continuos por fenómenos como la erosión de suelos, ahora el cambio climático y los diversos fenómenos climáticos; aparte de que una de las mejores garantías que se podría ofrecer a los productores sería la supresión de los grupos del crimen organizado que les cobran derecho de piso y otros impuestos paralelos en la comercialización de limón o aguacate, por ejemplo. De lograrse esto, los precios justos al consumidor se darían casi automáticamente.
Alcanzar la soberanía alimentaria, entonces, implica que el Estado intervenga en la competencia por el uso del suelo agrícola, en la cual los sembradíos de amapola o mariguana tienen un importante peso específico. Otro factor es la tala clandestina en reservas ecológicas que son refugio de varias especies polinizadoras de las cuales depende la producción de frutales, y que es una de las principales causas de la deforestación. Frente a estas fuerzas económicas ilegales, los productores se encuentran indefensos.
Pueden existir apoyos, programas para tecnificar el campo mexicano y hacer más eficiente el uso del agua destinada a la agricultura, al igual que precios de garantía, pero si los productores no tienen la garantía de la seguridad de sus personas, propiedades y a su actividad, la soberanía alimentaria permanecerá como un hermoso ideal.
Edición: Fernando Sierra