Opinión
José Díaz Cervera
24/10/2024 | Mérida, Yucatán
El primer obstáculo consiste en definir entre educar “en” la democracia o educar “para” la democracia. En el primer caso, se pudiera decir que la democracia es una cualidad efectiva y actuante de la sociedad en la que se vive; en el segundo, la panorámica es la de una democracia en construcción.
Tomando en cuenta lo anterior, una estrategia sana implicaría entonces educar “en” la democracia y “para” la democracia, lo que implica ir configurando una ciudadanía que no sólo tenga el entusiasmo por ser parte de las jornadas electorales (algo donde Yucatán es un modelo a nivel nacional y mundial), sino también estar activamente enterado de las discusiones en torno a los rumbos de la vida comunitaria y saber discernir con sensatez entre las diversas propuestas de la oferta política.
Considerando lo anterior, se debería entonces instrumentar un modelo educativo que no sólo desarrolle los saberes, habilidades y competencias que demanda el mercado laboral, sino también las actitudes y las pericias que le permitan a los actores sociales conquistar la felicidad, el bienestar físico y la salud emocional. Educar “en y para” la democracia es estructurar un conjunto de estrategias que formen ciudadanos que sepan vivir en eso que los griegos llamaban “eudaimonía”, término que podríamos traducir como “gozo en el bienestar” o, más sintéticamente, como felicidad.
Tal vez desde el escepticismo se podría cuestionar la posibilidad de educar para la felicidad, más la tentativa en sí misma podría sembrar en nosotros la semilla del entusiasmo.
Estimulado por esa posibilidad, se me ocurre soñar un poco y así imagino un sistema educativo que no se ocupe solamente de los niños en edad escolar, sino que abarque a toda la sociedad en una gran cruzada en pro de la felicidad colectiva.
Tal vez, entonces, deberíamos comenzar por sistematizar talleres de conversación entre padres de familia, entre padres e hijos, entre trabajadores de una empresa, entre patrones y empleados y, lo más valioso, entre los niños, considerando que el artificio (el arte y el oficio) de la charla es la mejor manera de estar bien. Después de una buena plática, siempre somos un poco mejores seres humanos; dos personas que buscan conquistar el entendimiento legítimo se enriquecen de manera ineludible.
Otro aspecto relevante de la educación en y para la democracia lo constituye la enseñanza de la lógica. Quien piensa con orden toma decisiones sensatas y ello lo aleja de los probables efectos nocivos de sus actos y lo pone en camino de la tranquilidad y hasta de la felicidad. Nuestro sistema educativo debería recuperar el oficio de los filósofos para que éstos instrumenten un trabajo de enseñanza recreativa de la lógica desde las edades más tempranas, de tal manera que se construya una ciudadanía capaz de problematizar y de encontrar soluciones creativas a sus tribulaciones.
Un tercer elemento de acción educativa se debería centrar en el desarrollo de nuestras pericias para movernos con soltura en la expresión escrita. La habilidad para redactar tiene efectos neurológicos maravillosos (según lo ha planteado Howard Gardner) y ello contribuye no solamente en el desarrollo de una capacidad relevante en nuestro catálogo de saberes, sino también en nuestra posibilidad de encontrar el bienestar; junto con las habilidades de redacción, el fomento del hábito de la lectura como actividad recreativa y de interacción comunitaria que complementa nuestra capacidad para la expresión escrita, no sólo abonaría en lo anteriormente expuesto, sino permitiría también instrumentar canales de desarrollo para el espíritu comunitario y la interacción sana entre individuos.
Es claro que la llamada “educación por competencias” es el modelo insustituible para un mundo globalizado, por lo que volverle la espalda a esa circunstancia sería un suicidio. Como quiera, también tenemos que observar nuestras necesidades particulares y ofrecer mecanismos de desarrollo humano que reduzcan o eviten los resultados perniciosos del sistema de competencias y de los enfoques constructivistas. Tengo la impresión de que el modelo se instrumentó acríticamente y sin una discusión de sus efectos; algunas experiencias profesionales así me lo sugieren.
Estamos en medio de una tremenda revolución. El mundo tiene puestos los ojos en nuestro país: somos el recelo, la envidia y la esperanza; yo agradezco a la vida la oportunidad de vivir en este tiempo y no quiero pasar de largo en él.
Edición: Estefanía Cardeña