Opinión
La Jornada Maya
27/10/2024 | Mérida, Yucatán
Desde hace un año, el puerto de Acapulco lucha por recuperarse como potencia turística nacional e incluso como atractivo internacional. Los efectos del huracán Otis se siguen sintiendo socialmente. La desigualdad en el destino, visible en las personas a las cuales se les encomendó ingresar a las marinas para cuidar los yates de unos cuantos potentados, y que en cumplimiento del encargo perdieron la vida, es la que más vidas cobró en ese puerto.
La gravedad de los daños resulta en el impacto que ambos huracanes tuvieron en la economía estatal, pues ambos afectaron la infraestructura en comunicaciones y la de hospedaje en el principal puerto guerrerense. El efecto ha sido que, hasta la fecha, la ocupación hotelera habitual en Acapulco no se ha recuperado, y tampoco los diferentes servicios que se ofertaban en el destino hasta antes del paso de Otis.
Los daños que ambos huracanes han dejado no se traducen únicamente en vidas humanas y en lo que se ha dejado de hacer. Es necesario hablar de la infraestructura de los servicios públicos, especialmente en lo que toca a la conducción del agua potable y el drenaje, que son vitales para quienes residen en Acapulco y mucho más para los turistas que visitan ese puerto.
Algo de lo cual tanto gobiernos como prestadores de servicios deben estar al tanto es que el cambio climático ha tenido efectos sumamente negativos sobre la actividad turística. Incluso si el ramo hotelero de Acapulco estuviese recuperado en su totalidad, sería sumamente difícil para los visitantes abordar una lancha o simplemente disfrutar de un chapuzón en la bahía, considerando que todavía es posible encontrar restos de embarcaciones en esas aguas. Las embarcaciones, mientras tanto, no son todavía las que existían hace apenas un año.
Ahora bien, una cosa es hablar del sector hotelero y de prestadores de servicios y otra muy distinta la de referirse a las viviendas afectadas. Cuando se tiene que solamente en Guerrero se reconocen 41 mil casas dañadas por el paso de Otis y ahora por John, lo grave es que se trata de las residencias de personas que resultan sumamente vulnerables porque son quienes se dedican a trabajar para los hoteles, bares, restaurantes o navieras que componen la actividad turística de Acapulco. La cuestión no es menor porque se trata de quienes, ante el embate de las fuerzas de la naturaleza, son quienes componen la primera fuerza de respuesta y el ser los primeros en atender una emergencia ha sido muchas veces a cambio de una pizza o una orden de tacos.
Más que el cambio climático, la desigualdad social ha arrancado vidas a Guerrero y Oaxaca. Aquí se trata no sólo de quienes han resultado vulnerables por los puntos en donde establecieron sus residencias, sino en quiénes permitieron que se crearan colonias sin servicios básicos y fuera de cualquier planeación. No se trataba de evitar nuevos asentamientos, sino de reconocer la dignidad de quienes dedicaron su esfuerzo al servicio del turismo o de los potentados dueños de embarcaciones.
La tarea del gobierno, en sus tres niveles, ya no es sólo la identificación de los lugares con mayor riesgo para el establecimiento de vecindarios, ante la incidencia de inundaciones o deslaves, sino asegurar que la población cuente con los servicios básicos y las medidas de protección civil suficientes como para asegurar su supervivencia ante futuros desastres y a la vez cuenten con la seguridad de que conservarán su fuente de ingresos.
En el espejo de Acapulco, ante las fuerzas de la naturaleza, se encuentra todo el país, vulnerable, y a la vez lleno de esperanzas de que con el trabajo de cada día será posible salir adelante y crear mejores condiciones de vida para cada familia. Una nueva transformación del país debe pasar precisamente por crear las condiciones para que todos aquellos que se desempeñen en trabajos lícitos encuentren oportunidades de prosperidad.
Edición: Fernando Sierra