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Aún sin terminar por completo las fechas patrias, las calles y comercios de la ciudad se comienzan a llenar de murciélagos, calabazas y calaveras. En muchos expendios se puede conseguir, desde finales de agosto, pan de muerto y las familias comienzan a prepararse para conseguir papel picado y flores de cempasúchil; el ambiente comienza a parecer un otoño anticipado.

Sin embargo, nada de lo anterior hace alusión a Mérida, a la península o al Janal Pixan. Todo parece artificial y a medida que se aproximan las fechas, es común escuchar airados reclamos sobre la pérdida de las tradiciones; se producen histriónicos suspiros y son muchos quienes lamentan el paso del tiempo. Asumidas las cuentas de que nadie pagó por plañideras, ¿es entonces cierto que estemos ante la crónica de un deceso?

No, nadie ha muerto; al contrario, muchas de las tradiciones aún se mantienen con vida. Los altares se engalanan con jícaras y cruces verdes; en las mesas familiares nadie se sorprende al advertir que se han servido más de una ración de xec, mucho menos se presentan quejas cuando algún tío devora una porción de pib considerablemente mayor a la que se necesita o acostumbra.

La justa parece lograr el empate, pues ante este escenario, es perfectamente negociable salir a pedir calaverita y reunirse con los amigos para una descontrolada Noche de Brujas. Y es que, fuera de cualquier animoso festejo, persiste algo muy superior; un ingrediente que bien puede ser considerado como la sustancia secreta que adereza las fechas: la intención de reunir a las familias con el objetivo de conmemorar a los ancestros.

Vale la pena recordar que, dentro de toda lapPenínsula y sin remediar en ortodoxias, del 31 de octubre al 2 de noviembre, se lleva una ordenanza perfecta para confeccionar con sumo cuidado la agenda familiar; son épocas solidarias, en donde se asumen, serán pospuestas otras actividades para dar paso a los convivios propicios de la temporada. Quizá sean los primeros aires frescos de la temporada los que hacen pensar que ya están volviendo los finados, lo que genera una conciliación de los tiempos en donde todas las personas participan, sea de manera voluntaria o parcialmente resultado de la coerción matriarcal.

En cuanto a las prácticas, aún con las profundas transformaciones, la fiesta guarda un estricto cuidado en recordar que los muertos regresan para cuidar a los vivos. Se les procura entonces atenciones básicas y especiales: agua y luz; comida y vicio. Convergen los hilos de la historia, lo que hace milenios se pensó como un ritual relacionado con la continuidad de la vida, continúa. Y al pixan o ánima, al parecer, no le molesta encontrarse con un hogar en donde se decoran las calabazas de castilla.

La memoria tiene garantizado el viaje de ida y vuelta: se dice que, en el pixan, quedan guardadas vivencias, ensoñaciones, sentimientos, emociones e incluso, grabadas en su lengua original. Al igual que con las tradiciones, las excursiones entre el mundo de los vivos y los muertos, es un movimiento cíclico; por supuesto que existen transformaciones, pero dentro de ellas, se guardan elementos originales y se van dejando aquellos que no son necesarios para su continuidad. No es fortuito que, en la cosmovisión maya el sol representa la energía de vida y muerte, sólo cambiando de acuerdo con su posición de acuerdo con el plano terrenal.

Y más allá de ello, gracias a las fiestas, se mantienen vivas otras tradiciones, que a su vez conectan con fuentes de empleo y garantes para la subsistencia del campesinado: muchas familias obtienen ingresos especiales gracias a la venta de jícaras y  x’pelón, una variedad local que representa a la gran herencia agrícola de la región y que, de no consumirse en estas fechas, quizá ya no seguiría siendo sembrado. No está de más indicar que, al igual que con muchas otras festividades, el Janal Pixan y los días de guardar cristianos, coinciden plenamente con el calendario agrícola, por lo que la temporada mantiene vivo al xec cultural.

Así que, para estas fiestas, quizá merece más tiempo mantener la dinámica primigenia: sean envueltos en vendas, usando capas de terciopelo o vistiendo ternos y trajes de gala, la esencia del Janal Pixan es hacer comunidad. 


Andrés Méndez Palacios Macedo
Médico social
Ingenio Colectivo



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Edición: Estefanía Cardeña


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