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¿Qué hacemos con el patrimonio cultural? (I)

Mérida será una de las sedes para las ''Reuniones de Consulta hacia el programa sectorial''
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

A partir de mañana, y hasta el 14 de enero, tendrán lugar las “Reuniones de Consulta hacia el programa sectorial de Cultura”, que se llevarán a cabo en las ciudades de México, Guadalajara, Cuernavaca, Mérida, Monterrey y Xalapa. La que abarcará al sureste del país será la que se celebre en la capital yucateca, este jueves, tendrá la temática “Patrimonio y Diversidad Cultural de México” y, según indica la convocatoria, “se adentrará en temáticas como el estudio y la conservación del patrimonio cultural, así como su vinculación con las comunidades para su gestión y salvaguarda”.

El foro representa una oportunidad para que la ciudadanía intervenga en la elaboración de un plan nacional de gestión cultural. Sin embargo, el tema que se abordará en Yucatán es sumamente complejo y al mismo tiempo crucial cuando se tiene en el gobierno a un grupo que se afirma enraizado en las grandes movilizaciones sociales e históricas del país, y que tiende a incorporar a su discurso la defensa de los saberes comunitarios y que emplea la historia como justificación de su llegada al poder y del apoyo popular que ha recibido.

Debe reconocerse que la realización de estas “Reuniones” es una oportunidad magnífica para que la ciudadanía participe en la elaboración del programa cultural. Esto también debe verse como un gran cambio con respecto al pasado inmediato, y en especial con el tema que se abordará en Mérida, dado que el patrimonio cultural es una categoría de por sí sumamente compleja, dado que comprende expresiones materiales e inmateriales que se encuentran repartidas en las distintas regiones del país, pero que también pueden dividirse entre rurales y urbanas, e igualmente existen manifestaciones que pueden reclamar su origen en los diferentes estratos sociales.

Por otro lado, también cabe mencionar que las “Reuniones” representan un cambio radical con respecto al pasado inmediato. En los años neoliberales, prácticamente se entendió que el patrimonio cultural debía ser algo “vendible”, “consumible”. Esto se tradujo en el abandono, por parte del Estado, de la función de fomentar el desarrollo de creadores, artistas y agentes culturales. Asimismo, también se redujo severamente el presupuesto para mantenimiento de la infraestructura que no “cumplía” con los parámetros de eficiencia o de recuperación de la inversión, de manera que se abandonó el mantenimiento de los edificios destinados a museos y teatros, al igual que de otros espacios dedicados al uso por parte de investigadores, como archivos históricos y hemerotecas.

Entonces, debemos entender que lo que se discutirá en Mérida es la relación entre lo que se entiende como patrimonio cultural con la memoria social e histórica, y al mismo tiempo su vinculación con las instituciones y las comunidades. El gran reto es comprehender que el reconocimiento de una expresión cultural como patrimonio de una sociedad implica establecer una relación de poder -y por lo tanto, asimétrica -y que estas expresiones suelen rebasar el ámbito de lo que se entiende por cultura.

Aquí tendríamos que hacer una revisión de lo que atienden las secretarías de Cultura, tanto las estatales como la federal, al igual que las direcciones municipales. Estas suelen concentrarse en las artes tradicionales y en la organización de exposiciones y festividades de diverso alcance. Entonces, el quehacer de estas dependencias queda circunscrito a la promoción de creadores, y por vocación deberían acercarlos a todos los habitantes, pero esta concepción deja de lado la recuperación de saberes y conocimientos que se tienen por tradicionales, como la partería, las técnicas de bordado o incluso las labores agrícolas tanto en la milpa como en el traspatio. 

Por otro lado, el cuidado de la memoria queda parcialmente fuera del ámbito de acción de las secretarías de cultura. Aquí no se trata únicamente de documentos en papel, que hoy son responsabilidad de los archivos históricos, sino también del paisaje, de los edificios, y conocimientos que no necesariamente se encuentran registrados en un soporte físico o digital, sino que siguen transmitiéndose por tradición oral.

Queda entonces como un gran pendiente definir cuál debe ser el alcance de las instituciones dedicadas a la gestión de la cultura, partiendo del reconocimiento de que las actividades que abarca este rubro van más allá de las bellas artes y que la labor de estas dependencias debe ir más allá de mantener vivas las expresiones tradicionales -si se quiere seguir con el folklore- y promover a los creadores contemporáneos. Cuando se trate de hablar del patrimonio cultural, deberá partirse del entendido de que éste no se circunscribe a las artes, sino al quehacer cotidiano y que en todo caso la custodia de aquellos elementos que componen este patrimonio se encuentra repartida entre varios entes, como se abordará mañana.


Edición: Ana Ordaz


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