Opinión
Rulo Zetaka
07/01/2025 | Mérida, Yucatán
Hace unos meses, preparando un texto que aún sigue inédito, pude platicar con uno de los protagonistas de esa crónica para contarle los planes de publicación y lo que había estado escribiendo y preparando. Con un tono jocoso me escribió un mensaje “es que podrías ser el cronista de lo absurdo.”
El problema de ese oficio es que el absurdo no siempre se deja narrar, podemos ir al teatro a ver a Moliere, pero no conocimos a Monsieur Jourdain en un cruce peatonal. También podemos ver The Life of Brian, pero no nos vamos a encontrar en medio de una horda de mesías inesperados afuera de casa. Esta historia es una de esas, todo lo que se narra aquí es un día común en la vida de Sísifo moderno.
Cómo que la virgen me habla
Un día de culto nacional, andando por una calle que nunca manejo, tuve la fortuna de toparme con un retén policial. Los oficiales tenían la indicación de detener y llevarse al corralón todo vehículo que no cumpliera con la norma. Misteriosamente ese retén no ha sido visto de nuevo en esa locación y decenas de personas caímos, como moscas en la tela de araña de misterioso y único día.
Aunque mi calendario marcaba el ir a poner en regla mi vehículo el día siguiente, el oficial dijo que con eso no era suficiente y se llevó de mala manera mis cuatro ruedas al corralón. Para poder liberar mi vehículo corrí a pedir auxilio con mis seres queridos, incluido el chofer de plataforma que aguantó mi catarsis, y me fui a pagar la multa junto con su consabida cita para trámite.
Por pronto pago, sólo devengué la mitad de la multa y me acerqué a una fila donde amablemente un par de funcionarias nos ordenaban los papeles y nos daban un octavo de hoja carta con una fecha marcada. Le agradecí por tan excelente atención pues mi cita era casi un regalo navideño.
Casi una noche buena
Quince minutos antes de mi cita, me encontraba en la fila con todos mis documentos con fotocopia doble, los originales e inclusive algunos papeles extra de referencia, pero curiosamente no fue suficiente para que cumplieran en tiempo y forma. Después de 50 minutos en espera me atendieron con la cara plana de un burócrata promedio y me dijeron que pasara a la ventanilla 25, ahí me llamarían por mi nombre.
El ingenuo ser humano que habita mi cuerpo esperanzó de que fuese un trámite ágil y aguantó de pie durante una hora, hasta que la fascitis plantar hizo su aparición y me forzó a buscar un asiento entre las saturadas butacas. Por fortuna, solo esperé una hora más y llevaba libro en mano. En esta ocasión la funcionaria hizo un excelente trabajo y me explico amorosamente algo que, palabras más, palabras menos, es lo siguiente:
“Ahora te estoy generando este documento, pasas al ala de cobro del edificio, ahí te cobran en la ventanilla 3 y 4, después te generarán un documento, pero no te vas, le sacas una copia y ese me lo traes para que yo te de las siguientes indicaciones, que implica que te me esperes otro tiempo y te dé un documento que vas a pagar en la ventanilla 7 y 8, y después vuelves conmigo por si tienes alguna duda. En caso de que necesites un presupuesto para saber el costo, ese es en la ventanilla 17 a la 19.”
Como de película fársica entré y salí de ahí un par de veces haciendo dos pagos por separado, de un monto aproximado de 250 pesos, cada uno. Esto me llevo en dos ocasiones por ambas alas del edificio y por la fotocopiadora lo cuál me hizo sentir que al atravesar una puerta iba a entrar a la embajada de la república de los cocos y que cantinflas me impediría el paso.
Salí con una fecha imposible: 31 de diciembre, y con todavía medio trámite pendiente que podría llevar un día completo. Como cereza del pastel, diariamente se otorgan 10 fichas para coches que estén en el corralón, por lo cual, si llegas tarde y no alcanzas ficha tienes que ir al día siguiente.
La casa que enloquece
Al llegar a casa, como parte de mi mantra me detuve a ver el fragmento de Asterix y Óbelix que es conocido en español como “la casa que enloquece.”
En su parodia a los trabajos de hércules, Goscinny y Uderzo le diseñaron en esta película una tarea imposible a Ásterix, conseguir la forma A4. Afuera de un edificio vetusto las personas se comportan como animales, objetos y desquiciadamente simulan colectivamente un tren. La casa tiene un efecto que Ásterix minimizó.
Foto: Rulo Zetaka
Para alcanzar ficha, llegué bajo una inusual niebla a las 5:20 de la mañana, delante de mi están formados el número 3, Daniel, y su cuñado, con quienes platiqué largo y tendido hasta las 7:30 que nos empiezan a llamar para pasar a las oficinas. Con el número 4 en mano me siento como en la oficina de la directora, nos mueven al menos tres veces de asientos y nos piden que nos sentemos todas las personas en orden de turno. Primero frente a la ventanilla 25, después ante la 2 y de último junto a una puerta donde saldrá el calcador.
Sin haber dormido más que 3 horas intento empezar el libro que me llevé en la mochila, previsor como Ásterix me imaginé que esta tarea sería pesada y habría mucho tiempo que podría invertir en algo útil. Junto a mi están dos señoras que llevan dos y cuatro meses con sus coches en el corralón, y un maestro albañil que se quedó sin vehículo para trabajar por lo que se le notaba desesperado. Por ello, no avancé de las primeras dos páginas, pero me enteré de cierta información valiosa como costos, de un esposo que tenía el coche ahí por manejar bebido y la forma en la que funciona la labor del calcador.
El “calcador” es un tipo amable, aunque al principio se presenta hosco, se ablanda rápidamente y contesta nuestras preguntas. Hoy se habían dado 13 fichas en lugar de 10, por lo que seguro tardeamos un poco más. El calcador tiene que pasar tinta sobre el número de serie del motor para registrarlo en el sistema y recorre los corralones de la ciudad diariamente, del más cercano al más lejano, y de coche en coche de quienes estamos tramitando.
Tuve la fortuna de que mi coche estaba al inicio de su ruta, por lo que luego de una espera de únicamente una hora, yo ya estaba libre a las 10 de la mañana con la instrucción de volver al medio día a la oficina para recibir mis papeles. En la película, Ásterix y Óbelix descansan de subir y bajar escaleras porque las personas que trabajan en la burocracia están ocupadas, laboral o socialmente, así que me tocaba ese ratito de esperar que el calcador regresara a su base tomándome un café en un lugar cómodo.
Foto: Rulo Zetaka
Hasta la cúspide
Cometí el error desde la selección del título del libro que me acompañaría hoy, aunque arrancó increíble, tal vez no debí llevarme La Montaña en la mochila. A mi regreso a la oficina judicial me pesó todo. Llevaba 9 horas despierto, había manejado bajo el sol, esperado en aire acondicionado, y durante todo el tiempo me sentía indefenso porque no sabía más que el paso siguiente, y eso cuando tenía suerte pues la mayor parte del tiempo andaba a tientas.
El dolor de cuello y el calor se aminoraron en las butacas del terror. La espera tortuosa de ser bendecido en una ruleta de bingo que jamás se acaba. Nombre por nombre se van desgranando los presentes en un ritmo anquilosado y extenuante. Después de casi dos horas por fin escucho mis apellidos con el anuncio de que sí, hoy podré acabar mi trámite junto con el mantra de la burocracia.
Siéntese por favor, ahora le llamo.
La sala se empezó a vaciar, y cercana la hora del cierre de la oficina lo di todo por perdido. A las 3 de la tarde se morían mis esperanzas pues ya era la hora de cierre. Me reencontré con Daniel quien se informó durante la espera, esto no se acaba hasta que se acaba dirían los clásicos deportivos, todos los asuntos en trámite se terminan hoy. Nos hizo sonreír aliviados junto a otros dos ciudadanos que se sentaban cerca de nosotros.
Daniel es enfermero quirúrgico, trabaja intensamente, da clases, platica de todo y se interesa por lo que le cuentas. No había dormido porque hoy viajaría a ver a su familia que vive en otro estado y tendría que manejar varias horas después de esta espera. Salió antes que yo con las placas de su moto en la mano, con una sonrisa y despidiéndose con un abrazo de feliz año, eran aún las 3:20 de la tarde. Él llevaba 11 horas despierto, con solo tres horas de sueño.
La sala se vació, solamente quedaba un tramitador, un señor al que le habían perdido un papel, y yo. Corro al escuchar mi nombre y me apuro con el trámite, pues para poder sacar mi vehículo tendría que llegar al corralón de la avenida Canek al poniente de la ciudad antes de las 5 de la tarde, a pagar a una oficina antes de las 6 de la tarde en el norte y después recoger mi coche en el corralón de la Carretera a Progreso. Mis placas, tarjeta de circulación y todo lo necesario estaba en mis manos a las 4 de la tarde.
Si, cerré la puerta al salir de la oficina del terror porque con la sala tan vacía entra el chiflón.
Mira el lado brillante de las cosas
Al final de la película The life of Brian, un grupo crucificado y condenado a la muerte injustamente silva una canción e invita a Brian a ver el lado mas brillante de las cosas. Eran las 4 de la tarde, no había comido, no tenía quien me ayudara con la manejada de dos coches, estaba contrarreloj, pero tenía mis placas en la mochila.
Llegué al corralón con tiempo, un policía malencarado me mostró un cartel en la puerta con la lista de papeles en original y copia, que por supuesto no tenía, y corrí para que no me cerrara la reja tras su amenaza de que en cinco minutos ya no dejaría pasar a nadie. Tras unas zancadas largas fui y volví de la copiadora donde no tuve chance de apreciar al hermoso perrito que había ahí y me indicó el segundo policía, ya adentro, que hiciera fila en la silla numerada siguiente.
Con cinta transparente y hojas de papel recortadas hay unos números en los respaldos de las butacas. Me tocó el número 7. Adentro estaban puros personajes que habían vivido el mismo calvario que yo, tenían prisa por sacar su vehículo y todavía un poco de ánimos de chismear.
La fila se aletargó, cuando faltaban cinco personas delante de mi ya no avanzaba y nos temimos lo peor. Para usar ese espacio judicial te incomunican y pasa una persona a la vez para que le generen su carta de liberación de vehículo. Nos llamaron a varias personas al mismo tiempo y vi la cara avergonzada de un policía. El maestro albañil salía del cubículo incomunicado alrededor de las 4:45 de la tarde.
Después de estar realizando ese trámite por alrededor de 15 horas, haber visitado cuatro oficinas diferentes, pagar varios derechos, sacar fotocopias de último minuto, juntar todos los papeles una y otra vez, leer 80 páginas de un libro en una banca incómoda y tratar con todas mis fuerzas de tratar a las personas trabajadoras de manera educada sucedió algo que solamente podría suceder la retorcida mente de Manuel Bartlett, y en esta historia.
Disculpe
No hay sistema.
@RuloZetaka
Edición: Estefanía Cardeña