Opinión
Pablo A. Cicero Alonzo
15/01/2025 | Mérida, Yucatán
Un relámpago verde aguijonea el atardecer en la Plaza Grande de Mérida; una charla de loros —de 15 ejemplares— forrajea y vuela alrededor, haciendo remolinos, causando bizqueras y mareos, hasta que, poco antes del anochecer, se aleja con dirección al Oriente. Regresará al día siguiente, a la fiesta de la floración de los chakás.
Son loros cachete amarillo —
Amazona autumnalis—, no muy comunes en Yucatán; los detectó Eduardo, colaborador del
Proyecto Santa María. Explica que el avistamiento de nuevas especies en la ciudad ”es porque hay un proceso de adaptación a entornos urbanos”, que siempre ha habido pero que ”ahora se nota más porque ya invadimos más espacios”.
Les queda el cielo, pero no por mucho. Eduardo y una legión de pajarólogos miran siempre arriba, tanto que suelen tropezarse constantemente: son ellos también una nueva especie de cronopios. Y van apuntando en una bitácora el tráfico aéreo de Mérida; han descrito congresos de cuervos, pandillas de xkaues, espectáculos de flamingos y escuadrones de pelícanos, entre otros.
En la cuadrícula de las nubes no hay guetos entre los de aquí y los que vienen de afuera; los cielos de la ciudad —pareciera— son santuario, un puerto de vientos y brisas. Platicando con Eduardo, Gabriela señala que, por su casa, cerca de La Isla, un archipiélago de loros encontró su patio de recreo: ”Primero fueron tres, pero ahora son un chingo”, asegura.
Al ver la imagen, Eduardo los ubica en la especie pecho sucio o “xkili”. Pareciera santuario, pero no. Muestra entonces él otra fotografía, y advierte: ”Acaban de detectar a esta cotorra argentina o perico monje, es una especie altamente invasora que es como el xkau de los loros y puede poner en peligro a especies endémicas”.
El cauce del cielo cambió, e hizo que se coloreara con nuevos colores; arriba, en el delta de las nubes, recalan piedras preciosas. Eduardo expone tres tesis de este cambio en las autopistas aéreas: las aves que se perdieron por obras públicas, ”desorientación y con su sentido magnético descontrolado por incremento de torres de celular o reproductoras de señales a baja altura”.
Como la paloma mensajera que nunca entregó la carta de amor —el remitente le decía que se arrepentía, que no podía vivir sin ella— que tenía en una alforja de latón en su pata derecha, y en lugar sobrevoló Motul, rociando napalm de amoniaco sobre estatuas de próceres antes de aterrizar. La brújula de las aves también enloquece ”por la cercanía de fuentes de agua, alimento o especies que les sirven de comida en época de sequía o por árboles que les permitan anidar”.
La segunda tesis es que ''existen personas cuya vibración molecular atrae el avistamiento de aves en lugares y sitios que ellas escogen''. Esa es la razón, catequiza ahora Eduardo, ''por la que numerosos santos podrían incluso comunicarse con ellas, por ejemplo, Francisco de Asís, Juan Bosco, el Padre Pío, José de Cupertino…''. Mi tía Rita, mi hija Caye.
Por último, la más humana, la teoría antropomórfica: el desplazamiento entre especies: ''En entornos urbanos una especie compite con otra y se efectúa un fenómeno de movilidad que se nota más''. Aves desplazadas, pájaros migrantes; criaturas a las que la violencia las desbrozó de sus campos de cirrus, stratus y cumulus.
Murmuraciones de estorninos, colonias de gaviotas, esquilas de alondras, ráfagas de patos, pelotones de cormoranes, torbellinos de vencejos, clamores de grullas y ruidillos de gorriones… La bóveda celeste de Yucatán siempre sorprende, en metamorfosis continua de constelaciones de aves. En la vigilia, muchos alcanzan ver en el éter no sólo lo que hay sino lo que podría haber. En el sueño, incluso levitan.
Edición: Fernando Sierra