Opinión
La Jornada Maya
05/02/2025 | Mérida, Yucatán
La cultura de una sociedad no puede tener un recinto. Es ilógico que la capacidad para desarrollar las distintas artes esté limitada a un espacio físico y contenida entre paredes, cuando se trata de una gran cantidad de saberes y valores que se comparten y transmiten de muchas maneras y durante varios años. Sin embargo, toda sociedad que se precie de culta requiere de un lugar en el que pueda entrar en contacto con sus artistas, y esto son los teatros.
En México, los teatros suelen estar asociados también a varios momentos de la historia. Es el caso del de la República, en Querétaro, donde sesionó el Constituyente de 1917; o el de La Paz, en San Luis Potosí, donde se organizó el Partido Liberal Mexicano en 1905; otros son obras representativas de la arquitectura, como el Degollado, en Jalisco, o el Juárez, en Guanajuato. De alguna manera, todos se convierten en puntos de referencia para las ciudades; de ahí que resulte particularmente doloroso cuando alguno se ve obligado a cerrar por remodelación o, peor, por una desgracia que pudo prevenirse.
Más grave resulta cuando, tras un siniestro, los responsables de hacer que vuelva a funcionar no aplican un criterio de urgencia. Las razones suelen ser las mismas: no hay presupuesto suficiente, se requiere de especialistas que no hay en la entidad, o de dictámenes técnicos antes de convocar a la licitación; en fin, volver a poner en funcionamiento un teatro parece ser mucho más complicado que construir uno nuevo.
Lo ocurrido con el teatro Peón Contreras cae en esta caracterización. Es apenas que en los últimos meses se le ha puesto celeridad a su restauración, luego del incendio que obligó a su cierre. Sobra decir que la conflagración pudo evitarse, porque fue por mal funcionamiento en uno de los equipos eléctricos que debió recibir mantenimiento o simplemente ser desconectado durante el “puente” de noviembre de 2022, en que no hubo funciones.
Aún con el esfuerzo que se está poniendo en estas labores, la fecha para que el recinto vuelva a recibir al público se antoja lejana, e incluso cumpliéndose habrá una comparación lastimosa: duplicará el tiempo empleado en la rehabilitación del teatro Francisco de Paula Toro, en el vecino estado de Campeche, cuya remodelación inició en 2016 y fue reinaugurado el 8 de agosto de 2017.
Debe reconocerse que la administración estatal pasada resultó la mejor evaluada del país, pero en materia de cultura e infraestructura cultural, dejó mucho que desear. La distinción valdrá para la actual, que le ha dado seguimiento al problema y se enfocó a coordinarse con el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) para intervenir el edificio y, mejor aún, conocer a fondo el estado del Peón Contreras para que la obra que deba hacerse no sea solamente cosmética y sí, en cambio, resulte estructural, lo que redundará en una mejora sustancial de la seguridad de quienes acudan al teatro.
Recuperar al Peón Contreras es mucho más que “devolverle” el espacio a la Orquesta Sinfónica de Yucatán, que por varios años ha celebrado ahí sus temporadas. Eso sí, ha sabido aprovechar el área de oportunidad para presentarse fuera de Mérida y ganar más público. Sin embargo, en sus actuaciones regulares ha tenido que refugiarse en el Palacio de la Música, que es de propiedad particular, por lo que la recaudación para el estado por concepto de venta de boletos queda reducida.
Aparte de esto, la rehabilitación del Peón Contreras será recuperar miles de historias que los yucatecos comparten. Se trata de la vinculación entre el patrimonio cultural edificado y el histórico vivido: hablamos de temporadas del Otoño Cultural que incluyeron presentaciones de Pilar Rioja, Los Hermanos Zavala; o temporadas de la Compañía de Zarzuela de Pepita Embil, o el lleno “hasta el gallinero” para una presentación de “Titeradas”; y quienes han tenido la dicha, la primera presentación de una hija en el escenario, gracias al festival de alguna academia de danza clásica.
Lo que se recuperará con la rehabilitación del Peón Contreras va más allá de los fondos requeridos. Es recuperar un espacio al que están asociadas miles de memorias individuales, esas que muchos habitantes de Yucatán, independientemente de nuestro lugar de nacimiento, compartimos, y que terminan por unirnos como sociedad.
Edición: Fernando Sierra