Opinión
Pablo A. Cicero Alonzo
18/02/2025 | Mérida, Yucatán
Sólo hay dos legados duraderos que podemos esperar dar a nuestros hijos. Uno de ellos son raíces, el otro alas. Y con esto en mente, durante más de dos años ahorraron para que su hija estudiara un curso escolar en el extranjero y perfeccionara su inglés.
Lo que ellos nunca pudieron hacer; un horizonte que jamás llegaron a contemplar; un sacrificio para que ella llegue más allá: más lejos, más alto. Pagaron poco a poco —apenas le llegaba un extra, inmediatamente se lo daban al agente con el que contrataron este programa académico—. Ya lo conocían: sus sobrinas lo habían empleado años atrás.
Conforme se acercaba la fecha, los padres comenzaron a recibir noticias de la escuela en donde su hija iba a estudiar; incluso, ella tuvo una entrevista —vía zoom— con el director. Saldaron con el agente el dinero que faltaba y se prepararon para despedirla.
A los diez días antes del inicio de clase, los padres recibieron un correo electrónico de la escuela: O pagaban lo que debían o su hija se quedaba sin cupo. Un ultimátum que podaba sueños, mutilaba futuros.
Preocupados, se comunicaron con quien habían contratado el servicio. Ya se pagó todo, aseguró. Lo más probable es que ”los depósitos no se hayan reflejado aún”. Ahí se prendió el primer foco rojo, ya que el último pago se lo habían dado varias semanas atrás. En otro correo —un tiro de gracia—, la escuela sostuvo que faltaba dinero, ”que sólo se había pagado la cuota inicial”.
El agente mostró comprobantes, que después admitió, había falsificado. La gran mayoría de los programas académicos funcionan por medio de agencias externas; es decir, ni el estudiante ni sus padres pueden inscribirse directamente con la escuela, sino vía un tercero.
Este intermediario en particular sólo dio el primer pago, y, aunque recibió el resto del dinero en los meses posteriores, nunca lo envió a la escuela. Además de los comprobantes falsificados de las transferencias, el agente firmó recibos, en los que se detallaban los conceptos de los pagos realizados.
La hija ya estaba rumbo a la escuela en la que se suponía iba a cursar un año; volaba rumbo a la nada. Acorralado y exhibido, el agente reconoció que se había ”enredado”, y que devolvería todo; había hecho malabares con dinero ajeno. Sin embargo, para que su hija pudiera estudiar, los padres tuvieron que pagar de nuevo la cantidad que faltaba. Lo que juntaron poco a poco, durante varios meses, tuvieron que darlo de golpe, en un instante. No lo hicieron solos; se apoyaron en quien siempre ha estado junto a ellos.
En esa tormenta de rabia contenida se enteraron que no habían sido los únicos a los que este intermediario había estafado: otras dos familias se encontraban en la misma situación. Escarbando, igual conocieron otro caso que se remontaba años; esa familia no dijo nada, dándole al defraudador salvoconducto.
Por eso nos hemos decidido hablar, señalan. Para que nadie, ninguna joven, ningún papá o mamá, pasen lo mismo que nosotros. Ya hay varias denuncias en curso —la de ellos y otras dos familias—, ya que durante meses la promesa de devolver el dinero resultó tan falsa como los comprobantes de los depósitos.
”Un banco me va a dar un crédito —y mandaba pantallazos de una supuesta conversación con un ejecutivo—. Estoy tramitando la devolución de mi afore. Mi negocio ya se reactivó; en marzo debo tener lo de ustedes”. Las mentiras se sucedían; el rosario del mitómano, anudándose aún más.
El cinismo del estafador se fortalece en la impunidad; piensa torear su responsabilidad con excusas cada vez más estrafalarias; le miente a todos, una y otra vez. Sabe que tiene el tiempo a su favor y que el camino de la justicia es tortuoso y cuesta arriba. En tanto, se sigue exhibiendo en redes sociales; su esposa —que sabe de la estafa— da gracias por las bendiciones recibidas: “Me armonizo ahora y todas las situaciones de mi vidas” (sic).
Apuesta por el desgaste; sabe que la esperanza se erosiona. Escupe labia y la usa como amalgama para construir un nuevo piso de su pirámide; lee en las noches el manual de Ponzi. Tira redes en el océano de padres que sueñan con un futuro mejor para sus hijos.
No fue un fraude con la tentación de un viaje o con
la avaricia de las criptomonedas. Este intermediario no sólo robó dinero: quiso arrebatarle a una joven la oportunidad de un mejor futuro. No lo logró; al contrario: la joven se forjó en esa fragua de incertidumbre. Y está segura que, así como sus padres consiguieron enviarla a estudiar, recuperarán el dinero que el timador se gastó quién sabe en qué.
Edición: Fernando Sierra