Opinión
La Jornada Maya
23/02/2025 | Mérida, Yucatán
Conchita de Antuñano nació con el enorme y maravilloso don de la voz para el bel canto, un don que la llevó de su natal Mérida, de donde salió a los 11 años, a un recorrido por 15 países; un viaje de más de 50 años por los teatros de mayor renombre, acompañando a grandes figuras del mundo de la ópera. La noticia del fin de la travesía la dio a conocer su hijo Carlos Uribe, este 22 de febrero, en la ciudad de Miami, donde residía desde hace varios años.
Desde la edad más tierna, Conchita fue capaz de cantar el Ave María, de Schubert, en latín. Al cumplir los 11 años se trasladó al Distrito Federal, donde cursó la primaria, secundaria y preparatoria, y luego cursando, al mismo tiempo, estudios de soprano concertista en el Conservatorio de la Ciudad de México y de Filosofía e Historia en la UNAM; graduándose de ambas carreras el mismo año. Del Conservatorio fue recomendada a la Academia de Artes Vocales, en Filadelfia, y luego la Julliard School, en Nueva York. Le siguió Europa, llegando a establecerse en Munich.
Esa tesitura de soprano es indudablemente la mejor que ha salido de la península de Yucatán, la que llegó a figurar en el elenco del Metropolitan Opera House de Nueva York, o a interpretar obras de Manuel de Falla, Gustav Mahler, Giuseppe Verdi y Petro Mascagni; de este último llegó a grabar, en 1988, la ópera Iris, para el sello CBS/Sony Classical, junto al tenor Plácido Domingo y la soprano Ilona Todkody, con la Munich Rundfunk Orkester, dirigida por Giuseppe Patané. Ese mismo año recibió la Medalla Yucatán “por su trayectoria artística y por su papel de embajadora musical de la entidad y de México en el mundo”.
Aquella embajadora, años antes, en 1981, fue la encargada de reinaugurar el Teatro Peón Contreras, que había sido clausurado en 1974 y rescatado por el gobernador Francisco Luna Kan. Entre la novedad del recinto restaurado y la posibilidad de poder escuchar a Conchita, lo que originalmente fue un programa de dos funciones terminó en cuatro noches en las que el público colmó la luneta y plateas, hasta el gallinero.
María Conchita Sánchez de Antuñano Aguilar, su nombre completo, conservó un gran amor por Yucatán, que se tradujo en visitas y, lo más reciente, un recital en Casa de los Venados, en Valladolid, que tuvo lugar en 2015. Sin embargo, las oportunidades de escucharla en su tierra natal fueron disminuyendo a partir de entonces, con todo y que ella continuaba estudiando y preparándose para presentarse en el escenario. Era consciente de que se acercaba el momento de aconsejar a los artistas jóvenes para que estudien y se preparen en las disciplinas relacionadas con su profesión.
A pesar de la lejanía física, Conchita se encontraba al tanto del talento yucateco, dedicando elogios a Pedro Carlos Herrera, el guitarrista Cecilio Perera y los pianistas Manuel Escalante y Jorge Piña Sosa.
Sin embargo, Conchita no recibió el trato merecido por parte de las autoridades yucatecas. Cerca de cumplirse sus 50 años de trayectoria artística, se dio el intento por promover un homenaje para ella en el Peón Contreras. La entonces secretaria de Cultura cuestionó sus méritos con un “¿y cuándo ha cantado en el Peón Contreras?”. Su sucesora ofreció celebrar el homenaje, que se preparaba para finales de 2022; sin embargo, el incendio del recinto, ocurrido el 1 de noviembre de ese año, dio al traste con los planes.
En realidad, la política cultural de Yucatán en los últimos años impidió que Conchita estuviera presente de manera continua en la entidad. Entre quienes conciben que la cultura del estado está limitada a la trova, y otros que han sido incapaces de superar la idea de que el fomento cultural debe ser equivalente al lucro, se perdió la oportunidad de que el público le manifestara a la ya mezzo soprano dramática el gran cariño que le tiene.
Conchita preparaba su archivo personal para dejarlo al estado. Un acervo que incluía grabaciones, partituras, fotografías. Sin embargo, vale la pena cuestionar si Yucatán cuenta con una institución que garantice las condiciones para que estos documentos de esta gran mujer se conserven y se difundan, pero el precedente que queda es el trato que se da a los grandes artistas nacidos en la península. Finalmente, Conchita se queda en el corazón de quienes la escucharon y tuvieron la dicha de contarla entre sus amistades, quienes se encargarán de reproducir Norma, o Romance en México y Romance español, y que quede el ejemplo de que el talento y la constancia mexicana pueden llevar a grandes alturas en cualquier disciplina.
Edición: Fernando Sierra