Opinión
Nalliely Hernández
25/02/2025 | Mérida, Yucatán
Aunque la vieja pregunta sobre el origen de las normas para establecer nuestras creencias sobre el mundo tiene un carácter filosófico, es posible que desborde el espacio técnico y cause curiosidad en general. ¿Es posible que todos alguna vez nos preguntemos de dónde vienen nuestras creencias? ¿Cuando alguien hace una afirmación que nos parece extravagante o imposible nos preguntamos de dónde vienen sus justificaciones? ¿De su mente, del mundo, de otro lado?
En la filosofía moderna la respuesta a esta pregunta se agrupó en dos grandes escuelas: el empirismo y el racionalismo. Para los primeros, como el caso de John Locke, eran el mundo y los datos sensoriales los que constituyen el fundamento sobre el que se construye el conocimiento. Para los segundos, como Gottfried W. Leibniz, eran las reglas inherentes a la mente las que nos permiten la inteligibilidad del mundo. Fue Immanuel Kant quien intentó conciliar estas dos visiones del conocimiento, concibiéndolo como una síntesis entre lo que llamó la receptividad de lo externo y la espontaneidad de lo interno, a grandes rasgos: lo que pone el mundo y la forma que le da la mente. Ya Kant se dio cuenta de que el conocimiento no trataba de imágenes o sensaciones, sino sobre juicios. Sin embargo, Kant siguió pensando que el mundo nos impone ciertas reglas a través de la sensibilidad. Y es que la idea de que el mundo “nos empuja” a creer en la mesa, en el rojo, en lo frío, es muy intuitiva.
Kant concede que no podemos conocer el mundo en sí mismo cuando sostiene que éste “entrega” los datos de la sensibilidad a la mente, pero es ésta la que le “pone” las reglas o la forma de nuestro pensamiento. En ese escenario, el idealismo de G. W. F. Hegel criticó aquello que Kant llamó “la cosa en sí incognoscible” y la intuición empirista que conservaba. Pero que no se asuste el lector, Hegel no quería implicar que el mundo sólo está en nuestra mente. Más bien, sostenía que lo que hace al mundo inteligible y, por tanto, lo que conocemos de él depende de ciertas operaciones lógicas que hacemos acerca de él, no de algo ya “dado”. De tal forma que cuando conozco el concepto de rojo, no es porque tengo la sensación de rojo (que la puedo tener), sino porque puedo hacer ciertas operaciones lógicas sobre lo que no es rojo, lo que es color, etc. Además, Hegel piensa que estos conceptos se determinan progresivamente en la historia.
En el siglo XX, una parte de la filosofía ha insistido en que el mundo nos da las reglas para describir los objetos. Pero una perspectiva contemporánea de talante hegeliano, llamada inferencialismo, rechaza la idea empirista de “lo dado” y reafirma la idea de la razón como autorregulada. Lo interesante de esta corriente es que ya no piensa el conocimiento como una relación entre sujeto y objeto, como los modernos, sino como algo que se da dentro de comunidades que hablan acerca del mundo. Los inferencialistas, como Donald Davison o Robert Brandom, o el famoso Ludwig Wittgenstein, comparten la convicción de que conocer es establecer un conjunto de relaciones inferenciales acerca de los objetos, y su corrección está garantizada por la posibilidad de los hablantes de comunicarse y las consecuencias prácticas que esta comunicación tiene. Es decir, si la mayoría de nuestras creencias sobre el mundo fueran incorrectas no podríamos entendernos y nuestro trato con los objetos no tendría éxito.
Así, esta perspectiva sobre el conocimiento no niega la existencia de las montañas y los árboles al margen de nuestro conocimiento de ellos. El mundo está ahí con los estímulos que ejerce sobre nosotros. Pero las descripciones que hacemos sobre él dependen de una red de inferencias cuyas normas están socialmente establecidas y cambian a lo largo de la historia. En el camino cometemos errores, pero es justo la actividad inferencial y la práctica las que nos permiten corregir. Desde esta perspectiva es posible ver que, aunque todos los cuerpos caen, independientemente de nosotros, hemos tenido diferentes descripciones de su caída, como la física aristotélica, la gravitación newtoniana o la relatividad general.
En suma, las afirmaciones que hacemos del mundo implican responsabilidades y compromisos con sus consecuencias (“el cable es de plata” implica que no es de oro y que es un metal, i.e., que conduce electricidad, etc.). Además, si las normas son sociales, se invierte la dirección de la norma. Como afirma José Giromini, no es que “si algo es real, nuestra mente tiene una obligación con ello, sino que “si algo tiene autoridad, entonces es real”.
Esta perspectiva recupera el espíritu de Hegel de que no hay conocimiento inmediato y de que el pensamiento está determinado por su propia época. Pero al mismo tiempo, hace explícito el carácter social e intersubjetivo de las normas, que no necesitamos que el mundo “empuje” porque lo inteligible conlleva una práctica exitosa. Sugiere que no hay que tenerle miedo al objeto ni tampoco pensar que hay algo que jamás podremos conocer. ¿Usted qué opina?
*Profesora de la Universidad de Guadalajara
Edición: Fernando Sierra