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El extremismo y la falta de coherencia que han caracterizado al gobierno de Donald Trump en los menos de dos meses que lleva en la Casa Blanca han causado traspiés económicos que ayer desembocaron en una caída de las bolsas de valores, tanto en su país como fuera de él: en Wall Street los índices S&P y Dow Jones llegaron a niveles mínimos, en tanto que el Nasdaq, que reúne a las principales empresas de tecnología, se hundió 4 por ciento; las bolsas europeas retrocedieron ante las reiteradas, confusas y equívocas amenazas del presidente estadunidense sobre la imposición de aranceles; los precios del petróleo no se salvaron y la Bolsa Mexicana de Valores perdió 2.11 por ciento, al tiempo que la moneda nacional cayó 0.47.

También se redujeron las estimaciones del crecimiento económico de Estados Unidos para este año, de 2.2 a 1.7 por ciento, y analistas financieros ven incrementarse las probabilidades de que la superpotencia experimente una recesión en 2026.

Es indudable que el factor circunstancial más importante de este panorama sombrío es el empecinamiento descomunal de Trump en utilizar las amenazas de sanciones económicas con propósitos políticos –una práctica habitual de todos los gobiernos de Washington, pero que el magnate neoyorquino ha llevado a un extremado nivel de estridencia– y su insistencia en aplicar recortes más que drásticos en la estructura del Estado, el gasto público y los programas sociales.

Paradójicamente, estas actitudes no sólo causan enormes daños a los sectores menos favorecidos de la sociedad estadunidense, sino que también han perjudicado gravemente a las empresas tecnológicas cuyos tres principales potentados, Elon Musk, Jeff Bezos y Mark Zuckerberg, se movilizaron en apoyo a la campaña de Trump para un segundo periodo presidencial. En el caso del primero, su firma estrella, la automotriz Tesla, fabricante de vehículos eléctricos, ha perdido 40 por ciento de su valor en el curso de este año.

No debe ignorarse, por otra parte, un elemento ajeno a Trump y a su gobierno: la pérdida de competitividad de las ramas industriales de Estados Unidos –tanto las convencionales como las digitales– frente a sus rivales chinas, las cuales han dado sorpresas en diferentes ámbitos en tiempos recientes, como en la electrónica en general, la industria aeroespacial y militar y la inteligencia artificial.

Lo cierto es que de la agresiva y disociada política del trumpismo –cuya incoherencia parece reflejar hondas pugnas dentro de la oligarquía empresarial estadunidense– no sólo se derivan las amenazas de guerras comerciales, sino también un amago involuntario: el de provocar la peor recesión mundial en décadas. En esta perspectiva, la prometida era de "grandeza" que Trump ha ofrecido para su país podría derivar, en cambio, en una época de debilidad, declinación y pobreza generalizada y conducir a una desestabilización política aun mayor a la que ya se padece en la que todavía se presenta como la nación más poderosa del mundo.


Edición: Ana Ordaz


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