Opinión
Miguel Carbajal Rodríguez
14/03/2025 | Mérida, Yucatán
En el corazón de nuestra identidad nacional, el campo mexicano se alza como un testimonio de resistencia y abundancia. No es casualidad En 2024, las exportaciones agroalimentarias de México alcanzaron un récord histórico de 53 mil 949 millones de dólares, lo que representa un incremento de 5.2 por ciento en comparación con 2023. Este crecimiento permitió a México mantener su posición como el séptimo mayor exportador de productos agropecuarios a nivel mundial, consolidando su presencia en el mercado internacional.
Sin embargo, nuestro campo enfrenta diversos y complejos desafíos que, como señala Jorge Esteve, nuevo presidente del Consejo Nacional Agroalimentario, amenazan su estabilidad y futuro. Entre estos retos se encuentran las sequías provocadas por el cambio climático, la urgente necesidad de incorporar prácticas sostenibles, y la búsqueda de nuevos mercados. A estos desafíos se suma la amenaza de las decisiones proteccionistas, como la postura de Donald Trump de imponer aranceles a las exportaciones mexicanas, lo cual no solo pone en riesgo nuestro principal mercado, sino que representa un golpe devastador para los productores que dependen de estas exportaciones para su subsistencia económica.
Ante escenarios como este, además de ser más eficientes, debemos apostar por el valor agregado en nuestros productos. No podemos seguir exportando solo materias primas; debemos transformar nuestros recursos en productos con mayor rentabilidad por lo que es fundamental que el sector agropecuario mexicano invierta en certificaciones internacionales, como las de bienestar animal, orgánicas o de comercio justo, que aumentan la competitividad de nuestros productos en mercados premium.
Adicionalmente, nos enfrentamos a una realidad que no podemos ignorar: cada año, como un río que se pierde en el desierto, 30 por ciento de nuestra producción agroalimentaria se desperdicia. Esta cifra escalofriante equivale a 20.4 millones de toneladas de alimentos que jamás llegarán a nutrir a los más de 40 millones de mexicanos que hoy enfrentan algún grado de inseguridad alimentaria.
La gravedad de esta situación trasciende el hambre inmediata; para producir estos alimentos que nunca cumplirán su propósito, consumimos aproximadamente 40,000 millones de metros cúbicos de agua —un tesoro cada vez más escaso en nuestro territorio— además de energía y recursos que podrían destinarse a mejorar la calidad de vida de millones de personas.
De cara a estos desafíos, la respuesta no radica simplemente en producir más, sino en transformar fundamentalmente nuestra manera de producir. La tecnología y la inteligencia artificial no son lujos futuristas, sino aliados indispensables en esta nueva era del campo mexicano. Los sistemas de riego inteligente ya han demostrado su capacidad para conservar hasta 40 por ciento del agua que tradicionalmente se usa, mientras que los drones y sensores permiten a los agricultores tomar decisiones precisas y oportunas. ¿Por qué no imaginar un México donde la agricultura de precisión sea la norma y no la excepción? Un México donde cada gota de agua, cada grano de fertilizante y cada hectárea de tierra alcance su máximo potencial gracias al poder de los datos y la innovación.
Paralelamente, la economía circular emerge como una estrategia brillante para reinventar nuestro sector agropecuario. Consideremos, por ejemplo, el aprovechamiento de los biosólidos de la industria porcícola como fertilizantes naturales: lo que antes era un simple residuo ahora puede convertirse en la solución para reducir nuestra dependencia de insumos químicos importados.
Quizás el desafío más complejo que enfrentamos es la percepción del campo como un sector sin futuro para las nuevas generaciones. La migración de jóvenes hacia las ciudades no es solo una estadística; representa la pérdida de talento, energía e ideas frescas que podrían revitalizar nuestras comunidades rurales.
¿Cómo revertir esta tendencia? Transformando radicalmente la experiencia de trabajar en el campo. Imaginemos un sector agropecuario donde la tecnología, la innovación y el emprendimiento sean moneda corriente; donde un joven pueda visualizar un futuro próspero sin tener que abandonar su comunidad. Este no es un sueño imposible, sino una necesidad estratégica para garantizar la continuidad de nuestra tradición agrícola y, por ende, nuestra seguridad alimentaria.
El futuro del campo mexicano no está escrito en piedra; se está configurando hoy con cada decisión que tomamos —o dejamos de tomar. La reducción del desperdicio alimentario, la optimización de recursos, la implementación de modelos circulares y la adopción de tecnologías avanzadas no son opciones, sino imperativos para un país que aspira a la grandeza.
El renacimiento del campo mexicano está al alcance de nuestras manos, pero requiere un esfuerzo conjunto sin precedentes: productores visionarios, industrias responsables, políticas públicas efectivas y una sociedad consciente del valor incalculable de las manos que cultivan nuestros alimentos.
Edición: Emilio Gómez