Opinión
La Jornada Maya
18/03/2025 | Mérida, Yucatán
Este lunes, la presidenta Claudia Sheinbaum publicó la reforma constitucional que prohíbe la siembra de maíz transgénico en México, medida que se da luego que el país perdiera, en un panel del Tratado México -Estados Unidos y Canadá (T-MEC), la medida de proscribir la importación del cereal con esas características, lo que obliga al país a seguir comprándolo para la alimentación del hato ganadero nacional.
La reforma sienta un precedente, en principio porque el maíz está relacionado con la identidad mexicana y en general con todos los pueblos indígenas americanos, que desde hace miles de años experimentaron con la selección de granos de un antepasado del cereal, obteniendo gradualmente espigas de mayor tamaño, con granos de distintos colores y diferentes concentraciones de almidones, hasta que llegaron a las mazorcas que hoy conocemos y alcanzando variedades para diferentes usos, aunque la más difundida ha sido la blanca, para tortillas, atoles, tamales y otras preparaciones.
La importancia de la reforma, más allá del impulso a la producción nacional que representará para que los mexicanos, muchos de los cuales tienen al maíz como elemento central de su alimentación, tengan la garantía de estar ingiriendo un grano inocuo y nutritivo, es que permite que la medida se aplique a otros cultivos transgénicos que sí están presentes en las parcelas y que de alguna manera terminan afectando a otras actividades agrícolas; por ejemplo, lo que sucede con la soya y la producción de miel, dulce que es duramente castigado en el mercado internacional cuando se encuentra en él la presencia de polen resultante de transgénicos.
Por otra parte, la reforma también permitirá recuperar los experimentos de mejora que se realizaban desde las parcelas, a partir de la selección de semillas. Esta actividad prácticamente quedó en el olvido cuando comenzó la importación de maíz y los consorcios fabricantes de harina -producto que terminó sustituyendo al nixtamal en las tortillerías - favorecieron las compras en el extranjero alegando que el campo mexicano no era competitivo. Así, para el último cuarto del siglo pasado, las guías para observar las mazorcas y separar aquellas cuyas características quisieran obtenerse en la siguiente cosecha, que surgieron en Yucatán durante el gobierno de Felipe Carrillo Puerto, fueron destinadas a las bibliotecas como curiosidad para historiadores y no como faro para los campesinos.
Debe quedar claro que de ninguna manera dejar de sembrar maíz transgénico es llamar a la escasez del grano. Al contrario, entre las 59 variedades nativas mexicanas es posible encontrar varias cuyo rendimiento por hectárea es superior al estandarizado por Monsanto y demás corporaciones distribuidoras de semillas “de patente”, transgénicas, y de paso no requieren de plaguicidas y herbicidas como el glifosato, que terminan por filtrarse a los mantos freáticos, contaminando el agua que luego es consumida por los humanos, al grado que se han encontrado trazas de esos compuestos en la leche materna de mujeres habitantes de comunidades rurales.
La prohibición de sembrar maíz transgénico es apenas un paso hacia el objetivo de la soberanía alimentaria. Esto quiere decir que todavía hace falta difundir la estrategia para que los mexicanos cuenten con una alimentación variada, suficiente y sobre todo nutritiva y que sea el soporte de la salud de la población, precisamente por no depender del uso de fertilizantes, herbicidas y plaguicidas que terminan por convertir el producto agrícola en un tóxico para quien lo ingiera.
Si a partir de la alimentación es posible proteger la salud de los mexicanos, se conseguirá un gran avance en el combate a otros problemas, como son la obesidad y la aparición de enfermedades crónicas -como la diabetes -a edades cada vez más tempranas. Para ello, sin embargo, aún hacen falta otras acciones que deben integrarse en una agenda transversal, desde la producción agrícola hasta el consumo de alimentos, que necesariamente debe pasar por la educación de los consumidores tanto en la escuela como a través de los medios de comunicación; sólo de esa manera se tendrá a una población exigente de la trazabilidad de su comida.
Edición: Fernando Sierra